Capítulo 7 | Copas

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・.⭒.・

Matthew.

De consuelo no servía el alcohol ni mi borrachera. ¿Qué había hecho la noche anterior que me hacía cuestionarme? Sin duda alguna, me había topado con quien menos deseaba. ¿Qué se me pasó por la cabeza al aceptar su compañía nada silenciosa? No había vuelta atrás.

Me veo al espejo, deseando no tener que volver a los mismos lugares que el bailarín, porque la vergüenza me carcome y la falta de dignidad me retiene. Pero debo asistir a la compañía, así la cabeza me mate del dolor y los recuerdos se hagan presente cual plaga.

Suspiré en grande, pensando en lo idiota que me vería. Salí de casa, esperanzado en que todo haya sido un mal sueño y de pronto no tener que ir a observar a bailarines que, en mi no tan humilde opinión, eran unos mediocres. Para mi gusto, pasé por mi cafetería favorita. Lo llevaban a cargo unos franceses mitad italianos muy amables. Mi especialidad: té y un delicioso croissant de chocolate. Gracias.

Bonjour! —saludó Fiorela, la hija de ambos dueños. Castaña y de bonita sonrisa. Durante un tiempo llegué a pensar que me gustaba—. ¿Lo mismo de siempre?

—Por supuesto —respondí.

En la carretera las cosas parecían casi nulas, inexistentes. Todas esas personas iban y venían sin pensar en lo que el conductor de enfrente o de atrás estaría pasando. Cada uno parecía estar ocupado en sus propios asuntos y a nadie parecía importarle si yo, un diseñador y poético había tenido una noche mega extraña, porque ni siquiera saben quién soy.

Así era más fácil.

Para mi mala suerte, en la compañía estaba siendo la nueva sensación. Inevitable notar las intensas miradas de las chicas y la de algunos chicos. Incluso para mí llegaba a ser raro tener que estar allí sin hacer nada.

Al momento de entrar no podía estar nadie menos que un molesto bailarín en particular. ¿Qué hacía? Se encontraba en la acera con todas sus cosas. ¿Lo habían expulsado? De ser el caso, mis plegarías habían sido escuchadas.

—Con permiso —dije, en realidad no ocupaba ni la mitad del espacio en la entrada principal.

Sin verme, se hizo a un lado. Pasé, pero algo dentro de mí hizo que me retorciera de la punzada de culpa que me lastimaba ardorosamente. Di unos pasos de vuelta a él.

—¿Te encuentras bien?

Negó.

Maldecí. Hubiera preferido que mintiese y así poder irme sin esa mala sensación. Me senté a su lado, esperando que comenzase a hablar, más no lo hizo.

—¿Quisieras compartir algo? —intenté—. Estar mal a veces está bien.

—Vete —pronunció, sentí el desprecio en sus palabras.

No lo dudé. Me puse en pie y caminé hasta donde iba.

No sé por qué me esforzaba en arreglar algo que no rompí ni era de mi incumbencia, después de todo nunca servía intentarlo por alguien más que uno mismo. Nunca saben apreciar.

Subí las escaleras, respirando pesado. No era buena señal comenzar el día con resaca y mucho menos con una... ¿Qué es lo que acababa de tener, una discusión tal vez? No podía permitir que se la pasase en mi cabeza, pues cuanto más lo detestara más pensaría en él y, sinceramente, era lo que quería. Pero lo odiaba, en serio lo hacía. ¿Quién se creía para tratarme así después de intentar ayudarlo? Un maldito desagradecido, es lo que Laurie Larousse era. No había otras dos palabras para describirlo.

Esa mañana no fui directamente a la sala de ensayo, más bien me detuve en la cafetería. No necesitaba té, sino algo fuerte como un expreso. De haber un bar, bebería una botella entera de whisky y en cada trago maldeciría su pelafustán nombre.

La Tortura del PoetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora