Capítulo IV

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Savannah

Sentir que decepcionas a una de las pocas personas que han llegado a significar para tí que la perseverancia puede hacerte llegar demasiado lejos, es uno de los sentimientos más duros que he sentido en mis diecisiete años.

Mi padre ha sido quién me ha inculcado que puedo llegar muy lejos si es lo que quiero de verdad. Que puedo superar cualquier adversidad solo con mi inteligencia y dedicación constante.
Al ser su única hija, me he tenido que esforzar el triple para demostrarle que no fuí un inconveniente. Que al haber nacido niña, puedo hacer todo tan bien como si hubiese sido un niño.

Lo sé, no es la mejor crianza, no es el amor más sincero que un padre puede darle a una hija, pero es el que me ha tocado recibir. Y lo he sabido atesorar como nunca nadie lo haría.

Mi padre al ser una persona que está acostumbrado a asesinar imbéciles, no cuenta con la capacidad emocional de expresar sus sentimientos constantemente. A diferencia de mi madre, quien es un amor a la hora de querer y atesorar sentimientos. Y eso nunca ha llegado a ser un contratiempo para ellos, de hecho han sabido aceptarse y han llegado a entablar algún tipo de acuerdo que permite que mamá demuestre cariño sin siquiera recibir la mitad de lo que le ofrece a mi padre, y lo más raro de todo es que ambos parecen ser felices con esa manera de vivir.

Esa tampoco es la relación más sana, pero aún están estables y bien, después de tantos años.

No es que mi padre no nos ame, de hecho, creo que sería capaz de asesinar medio país si con eso nos protege a ambas.

Eso deja muy en claro las preferencias inteligentes que tuvo mi madre a la hora de escoger pareja en su juventud, ya que en lugar de elegir al típico príncipe heroico, decidió entregarle su corazón al más inteligente villano. Y está muy orgullosa de ella misma por su decisión, ya que está más que segura de que ese villano nunca la traicionaría, porque está muchísimo más enamorado de ella que lo que ha llegado a estar algún otro idiota bueno para nada en este mundo.

Y eso nos hace entender qué, mi madre, a pesar de ser muy dulce, también tiene la mente un poco torcida, ya que se enamoró perdidamente de un criminal. Y mi padre, quien es un mafioso peligroso, llegó a sentir amor por una mujer sencilla que se enamora perdidamente de los atardeceres, las plantas y la repostería.

Por eso pienso que este mundo, aunque esté hundiéndose cada vez más en la miseria, aun posee a personas que son capaces de encontrar belleza en situaciones y lugares que nadie más, ni siquiera ellos mismos, pensarían encontrar.

En mi caso, no he llegado nunca a encontrar belleza en otros lugares a parte de las cosas que hago.
Considero que el ayudar a que desaparezcan personas con la mente asquerosa y llena de odio es un buen acto, ya que así quienes fueran a llegar a ser sus futuras victimas no sufrirán algún día.

Es un poco noble, sí.

Pero, no es como que ame asesinar personas, de hecho es algo que pienso está muy normalizado en estos tiempos. Lo digo porque siempre que se descubre que alguien perdió la vida por mano de una persona, nunca falta él que dice que seguramente lo merecía. Y mi pregunta es ¿quienes somos para andar considerando que alguien debería morir?

Si, he llegado a asesinar personas malas, pero no creo que eso me haga una persona santa, ni mucho menos menos mala que los que lo hacen por placer. De hecho pienso que igual estoy cayendo tan bajo como ellos, los estoy juzgando por hacer algo que al final del día yo también estoy haciendo.

Un día le mencioné a mamá que pensaba de esa manera y su respuesta fue que no es necesario que piense esas cosas, ya que no es algo en lo que tenga el poder de decidir ya.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora