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Los fuertes rayos de sol hicieron presencia en cuando la mañana llegó, generando un gruñido agudo de mi garganta.
— Hmmm... — Bostezando, dí vueltas en la cama un largo rato antes de sentarme en sobre la cama y empezar a frotar mis ojos perezosamente.
Mi cuerpo se estiró en un nulo sonido, un fuerte dolor de cabeza hizo que mis ojos se cerraran nuevamente.
Siempre me levantaba con los sonidos de mi madre haciendo alguna cosa, pero esta vez era diferente, sentí el silencio más incómodo de mi vida.
— Al fin despiertas. — Una grave voz habló a mi lado.
Volteé inmediatamente mi cabeza, abriendo mis ojos de par en par para darme cuenta de quién permanecía a mi lado... Tom
— ¿Duermes mucho siempre, muñeca? — Lucía tan tranquilo, mientras sostenía en su mano una revista.
— ¿¡Que hago yo aquí!? — Exclamé saliendo de la cama inmediatamente, aún tenía ropa, eso era algo... ¿Bueno?
— Ey, tranquila... Solo dormíamos juntos. — Afirmó con la misma tranquilidad que tenía y una sonrisa burlona, cruzándose de brazos para voltear a mirarme.
Suspiré volviendo a el estado relajado en el que estaba, y bajé mi mirada hasta su torso, tonificado, podría jugar que podía lavar mi ropa ahí.
No sentía nada por él, o eso pensaba.
— ¿Que tanto miras niña? — Preguntó con un tono entre irónico y orgulloso.
Me puse roja de la vergüenza, volviéndome nerviosa.
— ¡Ah! Nada, solo buscaba... ¡Mi teléfono! Si, eso. — Me excusé de la manera más patética posible.
— Está frente a ti. — Con expresión incrédula, señaló con un dedo a la mesita de noche, donde sobre esta estaba mi teléfono, cargando.
— Lo puse a cargar en cuanto lo ví sin batería. — Añadió mirándome con una sonrisa.
Nunca lo había visto con las rastas desorganizadas, se veía realmente gracioso, pero atractivo a la vez.
— Gracias, supongo. — Le devolví la sonrisa estirando mi mano hacia aquella mesita, agarrando mi teléfono.
