Recuerdos

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El día ocho fue bastante conmovedor.

No habíamos dormido ni un poco y pasamos la noche en el salón mientras llorábamos abrazadas a Kim, quien no había tosido más de tres veces en todo ese tiempo.

Y sí, puede que tres no sea un número muy alarmante, pero sí lo era la cantidad de sangre que empapaba su palma.

Lo cruel de esta forma de morir era que no existía un tiempo específico para que tu sangre terminara ahogándote. Podían ser horas, días o semanas. Nadie lo sabía con exactitud.

Y cuanto más tiempo pasaba peor resultaba todo.

Puede que suene muy cruel, pero durante la madrugada había pedido al cielo para que Kim muriera rápido.

No quería verla sufrir.

No lloren —suplicó por lo que debió ser la vigésima séptima vez desde que esa pequeña gota de sangre se había visto en su palma. —No vale la pena.

Pero lo valía más que nada en el mundo.

Esto no es justo —escuché susurrar a Calle. El beanie que le regalé el día del contagio estaba manchado con algunas salpicaduras de sangre, pues mi novia no se había apartado de nuestra amiga desde lo sucedido en la sala de visitas. Y no le importaba, ni a mí.

Todo pasa por alguna razón, Dani —no podía creer como podía ser tan comprensiva aun sabiendo que iba a morir ahogada en cualquier momento. —No te tortures. Esto iba a pasar de todas formas.

No debió ser así —se quejó.

Kim de inmediato la abrazó fuertemente, y mi corazón se estrujó al escucharla sollozar contra su pecho, así que acaricié su espalda con delicadeza, intentando darle de esta forma un consuelo que yo también necesitaba.

Vamos a extrañarte mucho, enana —murmuró Laura.

Sé que todas pensábamos lo mismo.

No te pongas así, Lau —intentó calmarla mientras le acariciaba las mejillas, mi novia abrazada a su cintura. —Encontraré una forma de venir hasta acá y darte pesadillas, así que no te descuides.

Laura rio un poco, pero creo que lo hizo solo para intentar no hacer sentir tan mal a nuestra pequeña amiga.

Ahora vamos a desayunar —nos alentó Kim mientras se levantaba. Calle fue con ella, y creo que lo hizo porque estaba intentando aprovechar el poco tiempo que le quedaba con nuestra amiga. —Muero de hambre —pero no era el hambre lo que realmente estaba acabando con su vida.

El desayuno fue incómodamente silencioso. Kim intentó hacer bromas, pero no nos reímos, así que se detuvo.

Lo siento —murmuró en cuanto su plato estuvo vacío.

Tenía la mirada baja y las manos cruzadas. Tosió una vez, pero no se molestó en cubrirse la boca, así que el suelo se manchó con unas cuantas gotas de sangre que me hicieron sentir enferma.

Lamento no haber sobrevivido —se disculpó en voz baja. —Lamento que no puedan disfrutar de sus últimos días solo porque no soy tan fuerte como ustedes...

De inmediato fui hasta ella y le cubrí la boca.

No vuelvas a decir eso —recuerdo haberle ordenado. Me dolían los ojos, pues había llorado durante toda la noche, pero me esforcé por mirarla fijamente. Siempre creí que las miradas eran más poderosas que las palabras en lo que de transmitir mensajes se trataba. —Eres la única que encontró fuerzas para sonreír el primer día, y aun ahora lo haces. Siempre intentas animarnos y no has dejado que este estúpido virus afecte tu vida... Eres quien le da fuerzas a todas las demás, Kim de Sutter, así que no vuelvas a creer que eres débil, porque te daré este discurso de nuevo ¿Vale?

Virus Letal | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora