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Cierto tiempo había pasado. Tal vez, un mes. Zenitsu había sido aceptado en la casa del duque de Gunma, un hombre poco hablador (por no decir que en realidad no conversaba nada), frívolo y astuto que trabajaba más de lo que dormía en su casa. Como era la figura más joven de la servidumbre, a él le empezaron a tocar las tareas domésticas más fuertes. Lavaba diariamente la ropa que el duque se colocaba en sus salidas nocturnas y en su trabajo, las dejaba bajo el intenso sol de las doce del mediodía, cocinaba distintos platillos para este, mantenía la casa limpia y cortaba las malezas que crecían de manera indiscriminada en el patio del hombre.

No significaba que la señora Kazuya ni el señor Hayato fueran unos inútiles. La verdad era que estaban en muy malas condiciones y lo poco que hacían en realidad no terminaba muy bien. Eran encargados mayormente de mantener la casa estable y en buenas condiciones, pero no estaban en forma debido a su avanzada edad. Casi no podían ni hablar y como ahora él estaba, su Excelencia le había mandado a arreglar básicamente toda la casa por sí solo. No había mucho problema porque el dueño de la casa no estaba ahí mucho tiempo. Él había empezado con la rutina de limpiar toda la casa a profundidad, lavar la ropa en el patio y luego cocinar. Cuando llegaba el duque cerca de las cuatro de la tarde, le veía leer el periódico, beber una taza de té y luego de eso, dormir un poco en el sillón de color morado que se acercaba a la ventana que colindaba con las demás casas del vecindario.

Todo era silencioso y era ese mismo silencio el que terminaba por sacudir su mente de un lado al otro con el tema de Uzui. Las noches eran heladas a pesar de que las ventanas estaban cerradas y tenía una vela al lado de su cama, encendida. Tenía fresco su recuerdo, sus sonrisas, sus ojos y su voz. A veces soñaba con él y le daban ganas de llorar por la madrugada porque no había deseado irse jamás de su lado. Se cuestionaba en su interior cómo estaría el hombre, si acaso le extrañaba, quería saber qué había creído con su ida, si acaso lo había abandonado o si alguien le habría contado que su madre le amenazó de muerte si no se iba.

¿Le había buscado? ¿Le lloraría? Claro que estaba seguro que, por lo menos, eso último lo había hecho ya. ¿Le odiaba? ¿Ya no le quería o pensaría que tal vez podría regresar? Era el camino hacia el castillo el cual estaba prohibido para Zenitsu. Salvaguardar la dignidad y la imagen del próximo rey era importante. Él incluso ya sabía y había intentado convencerse de que jamás sería algo serio, pero su pobre e ilusionada mente obsesionó a su corazón a pertenecer con aquel joven prodigio, de voluptuoso cuerpo y de carisma exuberante.

Un débil dolor le detuvo. Se había cortado con una de las malezas que estaban naciendo cerca a un arbusto que el hombre tenía en su patio. Apretó un minuto la pequeña herida en su abdomen y luego continuó con su trabajo. Normalmente revisaba el patio todos los días a la misma hora para cortar plantas que amenazaran con entorpecer la belleza de la casa, pero como lo hacía de manera rutinaria, poco encontraba. Hacía calor.

Se movió con lentitud hasta las malezas que había arrancado y las agarró para echarlas en un saco de papas que habían guardado para ello. Un silbido le atrajo la atención hacia su derecha. Dejó escapar una sonrisa al notar a Haruto reclinarse en una de las rejas alrededor de la casa. Recompuso su postura y se acercó hasta este. Las gotas de sudor que bajaban por su cuello y se perdían entre su musculoso pecho lo distraían un tanto de su rostro.

—Buenos días, señor Haruto. Déjeme buscar el dinero un momento.

—Claro.

Se había enterado poco después que Haruto trabajaba con otros hombres más para la tala y recolección de árboles. La zona en esos meses, le habían informado, era muy fría y necesitaban calentar a como de lugar las chimeneas de las casas para mantener un interior cálido a diferencia del exterior. Su Excelencia decía que Haruto siempre le vendía a él a buen precio, por ende le compraba cada que le aparecía. Zenitsu subió los escalones de la parte trasera de la casa y se adentró a su interior. La primera vez que la había visto no se había deslumbrado, puesto que se había acostumbrado desde su infancia a notar los objetos lujosos del castillo, pero no por ende no pensaba que aquella casa era sumamente preciosa.

Secretos Reales [UzuZen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora