Capitulo 2

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Daenerys estaba emocionada, por fin había llegado el día en el que se dirigirían a Dragonstone a reclamar un dragón o en su defecto, conseguir un huevo para ver si este podría eclosionar. Solo esperaba que las cosas resultaran bien, era triste ser de las únicas sin dragón y tener que soportar los murmullos de las personas.

Esa mañana despertó antes de que el sol saliera, con ayuda de sus damas se dio una relajante ducha, se coloco uno de esos ostentosos vestidos que tanto le gustaba no sin antes elegir las joyas que llevaría a su estancia en DragonsTone.

—¿Cómo quiere que le peinemos, princesa? —preguntó Lana, una de las damas que la ayudaban a arreglarse.

—Uhm... unas trenzas como las que usa la princesa, por favor —pidió con una sonrisa, pensando que quizás si imitaba uno de los peinados de su madre, le prestaría más atención

Antes de que terminaran de peinarla, la puerta de sus aposentos se abrió, dejando ver a su padre Laenor con una sonrisa en sus labios. Al verlo, Daenerys, sin importarle el peinado a medio hacer, saltó hacia sus brazos.

—¡Kepa! —chilló emocionada— He elegido este vestido que me compraste, ¿te gusta? —preguntó con una sonrisa radiante, esperando tener la aprobación de su padre. Laenor la cargó en sus brazos como de costumbre.

—Claro que sí, te ves hermosa, mi dragón de mar —aseguró, besando su frente—. ¿Ya estás lista para nuestro viaje? —preguntó, transmitiéndole esa mirada de cariño que solo reservaba para su única hija.

Laenor se aferraba con fervor a la creencia de que Daenerys era su hija de sangre. Desde el momento en que la tomó en sus brazos por primera vez, sintió un vínculo tan profundo y genuino que nunca cuestionó su paternidad. Para él, Daenerys era más que una descendiente; era su razón de ser, su mayor amor y el centro de su mundo.

Aunque amaba a los hijos de Rhaenyra con sinceridad, Laenor sentía hacia Daenerys una conexión especial que trascendía el parentesco. El amor que Laenor sentía por Daenerys era un torrente imparable, un lazo de ternura y devoción que iba más allá de las palabras. Desde el momento en que la sostuvo en sus brazos por primera vez, supo que sería su mayor tesoro. Para él, Daenerys no era solo su hija, sino su primera niña, su adoración más preciada en un mundo .

Laenor no dejaba lugar a dudas sobre su preferencia por Daenerys. Aunque procuraba no mostrar abiertamente diferencias con los hijos de Rhaenyra, era evidente para quienes lo conocían bien que él la consideraba su joya más preciada. En sus ojos, ella era la encarnación de todo lo bueno que había en él y en su esposa.

Cada gesto de Daenerys llenaba su corazón de orgullo y alegría. La admiraba profundamente, encontrando en ella rasgos que evocaban a su propia alma libre y valiente. Cada vestido elegido con esmero, cada sonrisa radiante, eran pruebas vivientes de su crecimiento y belleza interior.

—Aún no terminamos el peinado de la princesa, Ser Laenor —dijo una de las doncellas, apenada por interrumpir el momento padre e hija.

Laenor miró con diversión el cabello medio trenzado de su hija.—Ve a que terminen de peinarte, mi dragón de mar —la bajó, haciendo que ella hiciera un puchero—. Te esperaré aquí —dijo, tomando asiento sobre la cama de la menor mientras las doncellas terminaban su trabajo.

—¿Mami nos acompañará? —preguntó esperanzada, quería que su madre la viera reclamar su dragón; quizás así accediera a pasar más tiempo con ella.

—Tu madre estará un poco ocupada —él notó el semblante decepcionado de su niña—. Pero, ¿acaso tu kepa no es suficiente para mi princesa?

—¡Claro que lo eres! —respondió de inmediato—. Solo que quería que mami estuviera orgullosa de mí al verme quizás reclamar un dragón —dijo tímidamente.

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