Aricel era aún pequeño cuando descubrió la magia de Hirilond, un pueblo escondido entre las montañas nevadas que se alzaban como guardianes de un antiguo secreto. El frío no mordía su piel; al contrario, el clima gélido le infundía una energía vital que lo hacía sentir más vivo. A pesar de ser el único niño en Hirilond, la soledad nunca tocó su corazón. No había otros niños con los que jugar, pero eso no le importaba, porque tenía el mundo entero como compañero de juegos.
El amor de Aricel por la naturaleza era tan profundo como las raíces de los árboles milenarios que lo rodeaban. Se maravillaba con cada copo de nieve que danzaba en el aire antes de posarse suavemente sobre la tierra. Los animales de la región, criaturas majestuosas y místicas, eran sus amigos y maestros. Había lobos plateados que corrían como destellos bajo la luna, osos blancos que parecían esculturas vivientes de hielo, y águilas imperiales cuyas alas rozaban los cielos, llevando consigo los sueños de Aricel.
Cada día, el niño jugaba feliz, incluso en soledad, construyendo castillos de nieve o siguiendo las huellas de los zorros árticos que se deslizaban entre los árboles. En su corazón, Aricel sabía que cada planta, cada animal y cada soplo de viento eran sus verdaderos amigos. En Hirilond, libre y feliz, Aricel no solo jugaba; aprendía a ser parte de algo más grande que él, un hermoso tapiz de vida que se extendía más allá de las montañas, hacia el infinito.
Aricel, con la inocencia de su juventud, jugaba entre las nieves eternas de Hirilond, ajeno al peso de un don que lo diferenciaba de su padre humano. La inmortalidad, heredada de su madre elfa, Elenwe, era una bendición y una maldición. Los elfos, seres de gracia eterna, crecen hasta alcanzar su plenitud física alrededor de los cincuenta años, momento en el cual su apariencia se congela en el tiempo, manteniendo su aspecto juvenil por eones. No envejecen como los humanos, sino que su existencia está entrelazada con la misma Tierra Media, y solo fenómenos violentos como la batalla o el asesinato pueden poner fin a su vida.
Alden, su padre humano, era consciente de la brevedad de su existencia comparada con la de su hijo. Cada día que pasaba, la sombra de su mortalidad se hacía más larga y oscura. Decidido a dejar un legado duradero, Alden se dedicó a enseñarle a Aricel todo lo que sabía. Le mostró cómo tallar la madera para crear figuras que capturaran la esencia de Hirilond, le enseñó las antiguas canciones de los hombres que hablaban de valor y honor, y juntos exploraron cada rincón de las montañas, compartiendo momentos que Aricel atesoraría por siempre.
Pero mientras Aricel aprendía y crecía, una sombra se cernía sobre su corazón. La inmortalidad significaba que vería a su padre envejecer y eventualmente partir de este mundo, un pensamiento que comenzaba a nublar la alegría de sus días. Aún así, Alden sonreía, sabiendo que cada instante junto a su hijo era un regalo precioso, una chispa de luz en la inmensidad del tiempo.
A pesar de la sombra de la inmortalidad que se cernía sobre ellos, Elenwe, Alden y Aricel encontraban la felicidad en las pequeñas cosas de cada día. En la aldea de Hirilond, Elenwe y Alden se dedicaban a la agricultura, trabajando la tierra con amor y dedicación. La cosecha que producían era generosa, y la ofrecían al pueblo sin esperar nada a cambio. En Hirilond, la vida fluía en armonía; todos se conocían y se apoyaban mutuamente, creando una comunidad unida y llena de vida.
Una mañana, mientras el sol comenzaba a asomarse entre las montañas, iluminando los caminos nevados con un brillo dorado, Aricel salió a caminar. El crujir de la nieve bajo sus pies era el único sonido en el tranquilo amanecer. Fue entonces cuando vio a un anciano frente a su casa, trabajando arduamente para limpiar la nieve acumulada durante la noche.
Aricel, movido por un corazón bondadoso, se acercó al anciano y dijo:
Aricel: Buenos días, señor. Veo que está trabajando duro con la nieve. ¿Puedo ofrecerle mi ayuda?
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Ecos del cosmos(PAUSADA)
AdventureEn las sombras de un pasado ancestral, Aricel, nacido de la unión de elfo y humano, emerge como el último bastión de esperanza en una Tierra Media devastada. Con la bendición de Manwë, el más noble de los Valar, Aricel se convierte en el faro de esp...