Capítulo Doce: Esta realidad

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El momento en que empacó los lentes, se sintió sublime

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El momento en que empacó los lentes, se sintió sublime. No creyó que eso pasaría, porque no hace tanto solía amarlos con tanta profundidad que les permitía abiertamente destruirla.

Sacudió la melena rizada para quitarse eso de la mente, al tiempo que salía de su departamento para entregarle el paquete al repartidor.

De camino, una lluvia de saludos la abrazó. Liliana correspondió aquellos con las mejillas sonrosadas, un poco abrumada porque no estaba acostumbrada a ese tipo de interacciones aún.

Miró el paquete alejándose en esa motocicleta. El repartidor tenía unos lentes exactamente iguales a los que ella acababa de entregar y sintió en el aire las palabras que le había dicho el hombre de la luz, pero que quedaban silenciadas en sus labios.

Más tarde llegó su madre. Ambas hicieron una receta en microondas que Carmen recortó de una revista y charlaron un buen rato para desempolvar las palabras. Cuando lo hacían, ambas sentían que su relación estaba recuperándose.

Juntas, revisaron los requisitos para la academia. Antes de enviar su solicitud, era conveniente que volviera a retomar el conocimiento de su instrumento musical. Liliana sugirió el centro cultural, pero aquel tenía cupo lleno.

Una cosa había notado la chica de esta realidad. Y es que no siempre la dirección es lineal hacia lo que quería, pero eso no significaba que fuera algo malo. Pensaba en lo aburrido que era que los lentes te marcaran el uno y dos hacia lo que supuestamente querías, hasta que solo te convertías tú mismo en una máquina, en un...

—¿Sabes lo que pienso de eso? —le dijo Liliana a su madre mientras se encontraban comprando en el supermercado otro día.

La chica señalaba con suma discreción a la gente que paseaba con sus lentes. La ciudad cada vez estaba más llena de usuarios. Podías contar con los dedos de la mano a aquellos que no hicieran uso de los mismos.

Nadie se esperaba la epidemia tan grande que pronto causaría la baja de sus precios. Más modelos, más económicos, más planes de pago, más marcas desarrolladoras. Más y más usuarios.

—Somos conejos de laboratorio —aclaró la chica mientras elegía la fruta que llevarían.

—¿Como que conejos, Liliana?

—Ellos, me refiero a los que hacen esos lentes, no los han usado. Estoy segura. No saben lo que se siente. Mandan sus inventos hacia todos nosotros como si fuéramos sus...

—Conejos de laboratorio —concluyó Carmen asintiendo—. Qué curiosa forma de verlo.

Durante las semanas siguientes, se preguntó por qué odiaba su vida anteriormente. Recordaba sentir el sol insípido, pero después de haberlo perdido tanto tiempo, era una de sus cosas preferidas. Un rayo que se cuela entre el suéter y jueguetea con tu cabello. No entendía por qué una partícula insignificante ahora podía sacarle una sonrisa y...

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