Capítulo Diez: Fuera de línea

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—Música

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—Música.

Aquella palabra rompía el viento del departamento con una fuerza impresionante. Liliana recibía esas palabras con asombro y después sorbía un poco del café que estaba sobre la mesa.

No estaba segura si habían sido las palabras del médico, los cuidados de las vecinas, la ansiedad que se había bajado o el recuerdo de Connie y el hombre de la compañía de la luz. Pero algo le hizo por fin enfrentar esa pregunta.

Había pasado toda la noche reflexionando. ¿Qué modificó en el mundo virtual? ¿Qué cosas amaba del mismo? Desafortunadamente, la mayoría de las cosas que llegaban a su mente eran elementos del mundo real. La pregunta era qué hacía en un departamento tan pequeño, cuando, aparentemente quería estar frente en otros sitios. ¿Qué hacía en una vida que la hacía tan infeliz?

Respondió, en su momento, que así debía ser, porque aquella fue la carrera que eligió. Por lo tanto, el trabajo que ejecutara sería de oficinista, el sueldo que obtuviera la conduciría hacia el departamento que tenía y... Bueno, nuevamente se sentía sin ninguna opción.

Volvió a la raíz, una vez más. Le ayudó el ambiente tan cómodo que se había hecho en el sillón. Cerró los ojos pensando en el instante en que eligió su carrera, cuando mandó la solicitud a su trabajo. ¿Esas eran las decisiones de las que hablaba ese hombre?

—No sabía que no me gustaría —comentó ella con pesar. Sostenía una taza de té que le había preparado el médico.

Aquel la observaba con renovada curiosidad. Irrumpió en la imagen que tenía de ella cuando regresó a disculparse y a pedirle que profundizaran en su pregunta.

—Es normal —respondió levantando la taza—. Por eso existe el bello acto de cambiar de opinión.

—Pero, no puedo volver el tiempo y elegir otra carrera.

—Ciertamente no. Pero puedes decidir qué harás desde ahora. ¿Qué quieres hacer desde ahora?

Deberían especializarlo por los cuestionamientos tan fuertes que soltaba a diestra y siniestra. Pensó en aquella nueva pregunta lo mejor que pudo, pero en realidad no tenía una respuesta a la misma.

Quizá fue por eso que tomó su celular y buscó el contacto que menos esperaba buscar.

Como no tenía muy claro lo que quería, prefirió poner la mesa. Preparar el mantel que nunca sacaba, utilizar el microondas (porque la estufa ya no era una opción), y poner en cada lado un pedazo de pan untado con mantequilla.

Era lo poco que le sobraba, pero daba la impresión de que pertenecía a una extensa colección de bienestar, así que se sintió satisfecha cuando su madre llamó a la puerta y, en especial, cuando pronunció aquella respuesta:

—Música.

Liliana sonrió.

—Siempre te gustó la música. —Las palabras estaban adornadas con sonrisas invisibles.

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