Tu, el espejo

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Había una vez un forastero que llegó a

un pequeño pueblo rodeado de hermosos paisajes. Curioso por conocer a su gente, se acercó al primer anciano que encontró sentado en una vieja piedra a la entrada del pueblo.

El forastero se inclinó y le preguntó al anciano: "Disculpe, que rompa su tranquilidad anciano, ¿cómo es la gente de este pueblo?" El anciano, con voz pausada, le devolvió la pregunta: "¿Y cómo es la gente de tu pueblo, joven?"

El forastero reflexionó por un momento y decidió describir la gente de su pueblo de una manera desfavorable. "La gente de mi pueblo es conocida por ser mentirosa, rencorosa, avariciosa y envidiosa. No se ayudan entre ellos y siempre están sumidos en disputas."

El anciano escuchó atentamente y, sin cambiar su expresión, respondió: "Aquí, en este pueblo, la gente es igual que en el tuyo, joven".

Intrigado por la respuesta, el forastero decidió explorar el pueblo y sus alrededores durante el día. Al llegar la hora de su partida, tomó el mismo camino de regreso y, para su sorpresa, encontró al anciano sentado en la misma piedra blanca de la entrada. El anciano estaba apoyado en su bastón y saboreaba lo que parecía ser una pequeña ramita de hinojo.

El forastero, decidido a obtener una respuesta más clara, se acercó al anciano y repitió su pregunta: "Disculpe, anciano, ¿cómo es la gente de este pueblo?"

El anciano, sin perder su serenidad, repitió la misma pregunta: "¿Y cómo es la gente de tu pueblo, joven?"

El forastero, intrigado por la situación, decidió cambiar su respuesta en un intento de descubrir la verdad. "En mi pueblo, la gente es sincera, se ayuda mutuamente y son buenas personas. Siempre encuentran soluciones a los problemas que enfrentan".

El anciano, con una sonrisa sabia en su rostro, respondió: "Pues aquí, en este pueblo, la gente es igual que en el tuyo, joven".

Perplejo por la respuesta, el forastero no pudo contener su curiosidad y preguntó al anciano por qué había respondido de la misma manera, a pesar de que las descripciones eran tan opuestas.

El anciano, mirando fijamente a los ojos del forastero, respondió con calma:

-Las personas son como lo que encuentran en su interior y todo el mundo encuentra lo que busca joven. - respondió el anciano

El joven no entendió una palabra y se marchó con aquellas palabras ronroneándole la cabeza.

Mientras caminaba entre los árboles, el joven deslumbrado por la belleza que le rodeaba y con la mirada hacia arriba en busca de alguna ardilla en las copas de los árboles para hacerles una fotografía, se tropezó con una rama que atravesaba el camino y se dio de bruces contra el suelo. Maldijo a esos diminutos animalitos como si ellos hubieran tenido la culpa de su desgracia. Se sentó al borde del camino a curarse las heridas que le habían producido en la rodilla.

Un perro que erraba por el bosque se acercó a él en busca de ayuda. Era un perro grande, abandonado y maltrecho. Sin embargo, debido a su descontento inicial, el joven no mostró compasión. Le dijo:

- ¿Pero tú me ves con ganas de ayudarte?, ¿has visto cómo voy? -anda ves a molestar a otro. - le dijo lanzándole una piedra para que se alejara de él. Y continuó su camino, dejando al perro a su suerte.

Poco después, mientras seguía adentrándose en el bosque, el joven se topó con un río caudaloso. Al intentar cruzarlo, perdió el equilibrio y se vio arrastrado por la corriente. En ese momento de desesperación, el mismo perro al que había ignorado anteriormente apareció y se sentó en el borde del rio a observar al joven. Estaba asustado porque le tenía miedo al agua, solía nadar en aguas tranquilas como lagos o algún embalse. Pero los ríos eran otra cosa. Se quedó inmovilizado tratando de no perder el equilibrio con la mochila a la espalda y verse de inmediato sumergido en aquel gélido rio.

En un intento de desesperación llamó al perro para que le ayudase. Le lanzó una piedra para atraer su atención, pero el perro no entendió sus intenciones y se largó despavorido del lugar como la vez anterior.

El joven estaba tiritando de frio y temeroso ya que se acercaba la noche.

Se quedó petrificado cogido a la raíz que llegaba a alcanzar desde la orilla. Pero no se atrevía a nadar. La corriente cada vez era más fuerte. Oyó unos ruidos cercanos y le entro pavor por el desconocimiento de que animales podían estar acechándole. Se fijó de nuevo y era el gran perro que antes anduvo a pedirle ayuda. Para el perro era su distracción. El joven intentó cambiar de estrategia para recibir la ayuda del perro. Como pudo, muy lentamente extrajo del bolsillo de sus pantalones un trozo de bocadillo que tenía para el camino. Estaba envuelto en papel de aluminio por lo que su interior no estaba muy húmedo. Le quitó el envoltorio y se lo arrojó al perro. El perro al principio receloso de lo que le pudiera haber lanzado se quedó mirándolo sin hacer nada hasta que su olfato le hizo levantarse en dirección a la comida.

El joven se llenó de júbilo al ver como el perro comía lo que le había echado. Con esa idea de atraer al perro con comida se quitó como pudo la mochila de su espalda para coger de ella algún tentempié sabroso para poder echárselo al perro de nuevo. El joven le llamaba sin cesar. Le alentaba con la comida en la mano. El gran perro no hacia ni caso. Allí estaba sentado en la orilla moviendo la cabeza de lado a lado y de vez en cuando subía una oreja según el tono de la voz del muchacho. El chaval estaba desesperado, no sabía qué hacer más para despertar la atención del perro. De sus ojos empezaron a brotarle unas lágrimas, pensó que nunca saldría de allí, la fuerte corriente le impedía hacer fuerza para salir del rio.

El gran perro blanco alertado por aquellos gemidos se levantó del suelo y empezó a ponerse nervioso. Inició unos leves aullidos que fueron cogiendo más intensidad a medida que quería llegar al chico. No se amedrentó, aunque el agua era gélida y nadó hasta él, ayudándolo a alcanzar la orilla y salvándole la vida.

Resonaron las palabras del anciano y fue entonces cuando las entendió. Conmovido y reflexionando sobre su comportamiento pasado, el joven comprendió la lección que el anciano intentaba enseñarle. A partir de ese momento, decidió cambiar su actitud hacia los demás y mostrar amabilidad y ayuda cuando se encontrara en situaciones similares.

Mientras continuaba su camino por el bosque, el joven se encontró con una familia perdida y angustiada. En lugar de pasar de largo, decidió ofrecerles su ayuda y los guio de regreso al camino seguro que los llevaría a su hogar. Agradecidos, la familia compartió con él su comida y le brindaron refugio durante la noche.

El joven experimentó una gran transformación al tratar a los demás con amabilidad y generosidad. Comprendió que, al cambiar su forma de actuar, también estaba cambiando la forma en que las circunstancias le respondían.

"Las personas son como un espejo de lo que llevan dentro. Aquellos que buscan el bien encuentran bondad en los demás, mientras que aquellos que buscan el mal solo encuentran maldad. La elección está en cada uno, joven". Se valiente y busca en los demás lo que encuentres en ti

El forastero reflexionó sobre las palabras del anciano mientras se alejaba del pueblo.

Comprendió que la percepción de las personas y el mundo a menudo está influenciada por nuestras propias actitudes y expectativas. Desde ese día, el forastero decidió llevar consigo la mirada compasiva y el corazón abierto, esperando encontrar siempre lo mejor en los demás.

Un día escuché a mi padre pedir sal a nuestros vecinos. Teníamos sal de sobra en casa, entonces le pregunte porque pedía sal al vecino.

-Están pasando por un momento económico muy complicado y a veces nos piden algunas cosas por eso les pido algo simple que sé que tendrán en su casa. Quiero que se sientan que nosotros también los necesitamos. Así les será mucho más fácil pedirnos algo cada vez que lo necesiten.

Si tienes la posibilidad de ser buena persona, hazlo. Ni te imaginas como tu pequeño acto de bondad podrá cambiarle por completo la vida a alguien. sentenció. 

...y otros cuentos : No esperes al final para ser felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora