El campesino y el rey

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Hace mucho tiempo, en un reino lejano, vivía un monarca poderoso y rico llamado Rey Alaric. A pesar de su inmensa riqueza y posesiones, el rey se encontraba perpetuamente insatisfecho. El peso de la monarquía le impedía encontrar la felicidad que anhelaba. Decidió entonces convocar a los sabios más sabios de su reino, esperando que pudieran revelar el secreto de la verdadera felicidad.

Los sabios llegaron al majestuoso palacio y pasaron semanas y semanas debatiendo y buscando respuestas a la pregunta del rey. Sin embargo, cada consejo que ofrecían parecía insuficiente para satisfacer al monarca. Sin embargo, ninguno de ellos lograba ofrecer una solución que satisficiera al monarca.

Desesperado por hallar una solución, el rey instruyó a sus consejeros que trajeran regalos extravagantes de todos los rincones del mundo. Un carruaje de ámbar brillante, un tigre blanco único, licor incautado a un pirata turco y una seda lujosa de la India para que pudiera dormir más cómodo, y muchas otras cosas lujosas más. Todo para llenar el vacío en su corazón. Pero incluso rodeado de estas riquezas, el rey seguía sintiendo un hueco en su alma.

En medio de la sala llena de ostentosos obsequios, un ciudadano del reino, observando la escena, se atrevió a hablar: "Mi señor, hay alguien en este reino que conozco, alguien que es el ser más feliz de todos".

Intrigado por estas palabras, el rey ordenó que trajeran a ese hombre ante él. Era el campesino Hermenegildo, que vivía con su esposa en una humilde casa cerca de las colinas.

Hermenegildo fue sorprendido en su casa por los soldados del rey y, con su pequeño saquito de piel, fue llevado al majestuoso palacio. Una vez ante el rey, con serenidad, Hermenegildo abrió el saquito y dejó caer unas pequeñas semillas al suelo. El rey, perplejo, exclamó: "¿Crees que puedo hallar la felicidad con unas simples semillas esparcidas por el suelo?"

Enfadado por la aparente insignificancia del gesto, el rey ordenó que apresaran a Hermenegildo. Pero antes de ser llevado, el campesino dijo: "Lo que te falta, mi señor, es paciencia". Estas palabras resonaron en el aire, y el rey, intrigado, permitió que Hermenegildo hablara.

Hermenegildo continuó: "Estas semillas son mágicas, mi rey. Si las plantas, las cuidas y dejas que crezcan, podrás ver su potencial". El rey, intrigado, quiso saber más sobre la magia de estas semillas.

El campesino explicó: "No es una magia común, su majestad. Estas semillas contienen el poder de la paciencia y la gratitud. Al cultivarlas, aprenderás a apreciar la espera y a valorar los frutos que obtendrás con el tiempo. Es una magia que te conectará con la naturaleza y te recordará las alegrías simples de la vida".

Las palabras de Hermenegildo resonaron en el corazón del rey. Decidió aceptar el consejo del campesino y llamó al jardinero real para que le enseñara a cultivar las semillas de ese fruto que no conocía ni había probado nunca.

Con el tiempo, el rey aprendió la importancia de la paciencia. Juntos, plantaron las semillas en un jardín especial del palacio y observaron cómo crecían día tras día. El proceso de cuidado y espera le brindó al rey una nueva perspectiva sobre la vida y la felicidad.

Los frutos de las semillas eran dulces y deliciosos. Eran fresas. Los frutos que produjeron eran dulces y deliciosos, y el rey los disfrutaba con gran alegría. El rey experimentó una alegría genuina y duradera al ver cómo su paciencia y cuidado habían dado lugar a algo tan hermoso. Comprendió que la verdadera riqueza no se encontraba en los objetos materiales lujosos, sino en la capacidad de apreciar y cuidar las pequeñas cosas de la vida.

El rey compartió su experiencia con todo el reino, promoviendo la importancia de la paciencia y la gratitud. El reino floreció con jardines y huertos, y la gente comenzó a encontrar alegría en las cosas simples de la vida. Hermenegildo se convirtió en un ejemplo viviente de sabiduría y humildad.

Con el tiempo, el rey envejeció y decidió revelar la verdad detrás de las semillas a su descendencia y al reino entero. Todos apreciaron la sinceridad del rey y comprendieron que, aunque las semillas no eran mágicas en el sentido convencional, contenían una magia especial que enseñaba valores esenciales.

La leyenda de Hermenegildo y las semillas de fresas se convirtió en un recordatorio constante de que la verdadera felicidad reside en la paciencia, la gratitud y la apreciación de las pequeñas cosas. El rey y Hermenegildo se convirtieron en héroes del reino, y su historia fue contada de generación en generación, inspirando a todos a encontrar la magia en los momentos simples y a valorar lo que la vida les ofrecía.

Y así, en ese reino lejano, la historia del rey insatisfecho y el campesino sabio se convirtió en una fábula que trascendió el tiempo, enseñando a todos que la verdadera riqueza y la verdadera felicidad no se encuentran en las posesiones materiales, sino en el corazón y en la conexión con la naturaleza y los valores humanos más profundos. 

...y otros cuentos : No esperes al final para ser felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora