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Melia

"Me siento agotada, siempre la misma rutina y los mismos problemas... dinero, siempre es el dinero"

—Mel, cariño— di un brinquito, un pequeño susto, no escuché a mi madre entrar en la cocina. —Ayúdame a guardar las cosas en la nevera por favor.—  Me apresuré a ayudarla a cargar las pesadas bolsas que venia arrastrando mi madre.

—Ma, ya te dije que no debes ir sola a hacer las compras, me hubieses esperado, esto es muy pesado para ti y no puedes hacer estos esfuerzos.— Bajé las bolsas sobre la mesa y comencé a husmear en ellas y sacar arroz, carnes, verduras, etc.

—No es nada querida, no importa. ¿Hoy trabajas en el bar que me dijiste querida?.— Preguntó mi madre, asentí. —Si te soy sincera, no me gustaría que vayas a trabajar a un lugar así abrí la boca para quejarme y me interrumpió. —Lo sé cariño, necesitamos el dinero, lo sé.— Murmuró decepcionada.

Ha estado así, triste desde la muerte de nuestro padre, ya casi un año que pasó todo. Se que lo extraña pero por culpa suya estamos en esta situación, por culpa de su vicio a las apuestas, por su culpa lo perdimos todo.

Camino al nuevo trabajo que conseguí, iba sumida en mis pensamientos, cansada de todo no tenía ni la más mínima idea de como haría esto. Mi madre enferma, nosotras con muchas deudas aun así después de haber perdido la casa, todo por culpa de mi padre, "como nos hiciste esto". Todo lo perdimos, nos abandonaste al morir y nos hundiste con tus deudas...

Iba tan concentrada que ni siquiera se fijó que al cruzar la calle

venia un carro, el pitido de la bocina la alertó y la luz de los faros la

cegó, asustada cayó al suelo segundos después de que el carro

frenara bruscamente frente a ella.

—¿Que demonios te pasa!?.— Una voz masculina un tanto ronca se oyó a la par de que un hombre salía del carro, Melia, aún con las manos apoyadas al suelo al fin reaccionó y se apresuró a levantarse.

—Lo, lo siento, lo siento.— Dijo mientras se sacudía rápidamente y negaba con la cabeza, aun aturdida no pudo distinguir al hombre que estaba parado alado del carro, las manos le dolian por el raspón que se dió, apresuró a salir del camino lo más rápido que pudo. —Disculpe no fue mi intención.— Se apresuró a decir mientras intentaba alejarse lo más rápido del lugar.

El hombre, sorprendido por lo rápido que la chica se alejó del lugar murmuró. —Cada vez están más locas...

Melia seguía un poco nerviosa por lo ocurrido camino al bar y las manos ya le empezaron a arder por los raspones, no parecían nada grave pero si dolían en contacto con el hielo.

—Mel, ¿como estás?.—  Preguntó Liam, (un hombre guapo y alto, de ojos azules, cabello oscuro y piel bronceada) amigo de Melia, mientras iba ingresando a la parte interior del bar. La abrazó y ella devolvió el abrazo.

—Feliz, gracias por conseguirme este trabajo.— Murmuró. En realidad no estaba feliz, no había dormido nada, entre el trabajo en la florería de su madre, la universidad y eso sumarle a que los fines de semana se encargaba de cuidar una anciana, no ha podido descansar nada.

Dinero, maldito dinero...

Casada con mi JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora