malevolence

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Cinturón fuera, la bestia salió de la bruma y me acorraló nada más cerrar la puerta de entrada.

—Entonces, ¿viste divertido no cumplir con lo acordado y salir a así, a bailar con algunos imbéciles?—sus manos, venudas y grandes, se desplazaron a mi vestido y lo hicieron desaparecer, como si con solo tocarlo lo hubieran hecho cenizas en el suelo— ¿Creíste que alguien más podría tocarte? ¿Mhmm? ¿Que alguien más podría poner sus malditas manos en lo que es mío?

Aquella energía agresiva que se cargaba hacía solo unos minutos allí fuera, frente al antro en el que me encontró como el depredador nocturno que era se había multiplicado por diez. Su voz profunda, enfadada pero calmada me golpeaba la mejilla como un látigo.

Olía a whisky, igual que siempre.

—Bien sabes de mis tendencias especiales—paseó sus dedos callosos por el borde de mi ropa interior—. Que me vuelvo un loco desquiciado cuando alguien se acerca a tu coño. Mi coño—de manera brusca, me acercó a él tanto como pudo y se restregó contra mi núcleo, sobre la tela casi empapada de mis bragas, creando una fricción dolorosa y deliciosa gracias a sus pantalones vaqueros.

—Hablas como si fuera un objeto, una simple y maldita propiedad—refuté. Pero la estimulación era tanta que ni yo misma creía mis palabras—. ¿Acaso soy solo eso para ti?

Contrario a lo que esperaba, sus manos arrancaron de un solo movimiento mi sujetador, con una fiereza innata en él. Golpeó con su dedo uno de mis senos y yo, en respuesta, le golpeé fuerte en el pecho, queriendo apartarlo.

—No soy tu propiedad. Soy una persona, Jungkook.

Sus labios, que paseaban por la piel desnuda de mi clavícula, se detuvieron nada más escucharme. No se apartó, más bien,  alzó sus ojos dilatados a los míos y dijo casi como un gruñido:

—Mi persona. Y la próxima vez que dejes que alguien te toque siquiera un pelo, te follaré sobre su sangre después de haberlo matado a golpes delante de ti—sonrió malévolamente y dejó un casto beso en mi pezón— Sabes que soy capaz, cariño.

En un momento, me encontraba parada y a merced suya, al otro, me encontraba sostenida y con los pies flotando en el aire mientras él comenzó a caminar conmigo en sus brazos, retenida contra su pecho y apretujada como una prisionera en sus brazos duros y firmes. No sabía bien en qué momento, pero su pene golpeaba con rudeza mi clítoris a medida que avanzaba. Duro y venoso, como toda su contextura.

Entonces, muy abruptamente, se detuvo frente a la puerta corrediza de cristal que conectaba con el balcón y alzó mi pierna, abriéndola tanto que poco tardó en  en posicionarse en mi obertura y empalarme con su grueso y rudo miembro bañado con mis jugos.

No detuve mi gemido, ni siquiera intenté disimularlo porque la posición era tan buena y tan lasciva que me producía cosquillas hasta en los pechos, que los tenía estampados en el cristal frío. Porque, para sumar la situación, me tenía contra la el cristal. Por lo que mi cara daba de pleno con el exterior lleno de estrellas y coches, y sus embestidas eran agresivas en mi trasero, que se movía en busca de su brutalidad. Por mi espalda corrían gotas, producto de los choques que daba contra su abdomen marcado. Jungkook, que gruñía en mi oreja y mordía de rato en rato mi cuello, dirigió su mano a mi quijada y apretó hasta hacerme girar el rostro en su dirección.

Así, su aliento se fusionó con el mío y tuve que sostenerme por mi cuenta para no caerme, pues ahora la otra mano que le quedaba libre la tenía envolviendo mi seno derecho.

—Esta ha sido la última vez que ignoras mis llamadas— su tono dictaminador me estremeció— .Nunca, óyeme bien, nunca volverás a un lugar como ese sin mí.

El sonido era lujurioso, pecaminoso. Sus fluidos y los míos se mezclaban y creaban una unión pegajosa. Sonaba con cada golpe y los empujones eran tan tremendos que sentía el éxtasis venirme de pronto. Muy rápido, como un tsunami.

Él lo percibió, y fue por ello que se llevó mi boca a la suya y me obligó a abrir, solo para que meter su lengua escurridiza dentro y devorar como siempre hacía en noches como aquella. Sin control. Mordiendo, tomándome como una sucia ninfómana. Quizás, en realidad lo era, pues no veía como un suceso normal que me calentaran sus reclamos, sus llamados de posesión.

No, no era normal. No éramos normales, pero en momentos como aquellos no importaba. La culpaba llegaba a la mañana siguiente, por ahora, haría una bola inservible cada pensamiento y me centraría en sus rudas caricias y su querer tan perjudicial.

—No solo dejaste que te mirara y baboseara sobre ti, sino que también bailaste y te dejaste agarrar por sus asquerosas manos—mordió, luego, tiró de mi cabello hacia atrás—. Siempre buscando provocarme.

—Tú lo hiciste primero—solté de inmediato en respuesta— ¿Crees que no vi cómo se te insinuaba la pelinegra esa? Te tomaba del brazo hasta con los pechos —gemí, no, grité porque de pronto se había clavado muy en el fondo dentro de mí, sin moverse— ¿Por qué mejor no te vas con ella y me dejas en paz?

Mi mente comenzó a maquinar con imágenes desagradables. Todas con él y la pelinegra como protagonistas. Me enervaba de solo recordarlo, ambos en la tonta fiesta en la casa de su mejor amigo. Permitiendo que fuera otra la que lo reclamara como suyo. Él con alguien más era simplemente inimaginable y, aún así, tenía ese pensamiento pegado en la mente, como un castigo que yo misma me imponía.

—¿Eso quieres?—preguntó ronco, de pronto— ¿Que te deje y vaya con otra? ¿Mhmm? ¿Que meta mi polla en otro coño?

De solo pensarlo se me oscurecía la mirada. Él no era consciente, pero si él se convertía en esa bestia espeluznante, yo, tal vez, podría ser transformarme en algo incluso peor. Lo sabía, tenía la certeza de ello y  era lo que en verdad me atemorizaba.

—Responde —exigió, apretándome más contra el cristal y bombeando mucho, mucho más fuerte que antes— ¿Eso te gustaría?

Abajo, en la acera, se hallaba la razón primordial que lo tenía así de mordaz y hecho un animal. Abajo, probablemente esperando a que le enviara un mensaje para tranquilizarlo, se encontraba  Taeyong apoyado en el capó de su automóvil rojo y con la cara hecha un Cristo por los golpes.

Sin quitarle el ojo de encima, desde la altura de aquel piso de hotel, le respondí:

—Si haces eso, me iré. Y no me verás nunca, nunca más.

—¿Te irás?—dijo él, burlón— ¿Es que acaso huirías buscando esconder la fiera en la que te convertirías si me vieras con otra?  ¿Es eso?

—Vete a la mierda. Yo no perdería la cordura por ti—mentira— Me la traería bien floja que te marchases con otra—mentira— Así de poco me importas— mentira, mentira. Todo mentira.

Mis palabras no lo conmovieron ni un poco. Todo lo contrario, pasó su lengua por todo mi cuello y tan solo chupó, como si quisiera extraerme la sangre hasta dejarme seca.

Yo, en cambio, estaba cerca de aquella no tan lejana cúspide a la que él me acercaba. Los dedos de mis pies se enroscaron y la mente poco a poco se me ponía en blanco. Pero mis labios eran traicioneros, y mi boca muy traviesa, porque justo antes de dejarlo suceder, dejé escapar como un murmuro:

—Lo haces y yo no perderé el tiempo en ir y acostarme con otro.

Entonces, el verdadero miedo se apoderó de mí ante lo siguiente que me hizo

Hearing Violence +18 || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora