( prólogo )

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Cada que una Dragomir nace los dioses lanzaban una moneda al aire y todo el olimpo esperaba a ver en qué lado caerían: la grandeza o la locura

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Cada que una Dragomir nace los dioses lanzaban una moneda al aire y todo el olimpo esperaba a ver en qué lado caerían: la grandeza o la locura.

Cuando la sangre divina se mezclaba con la sangre Dragomir esta se volvía espesa, oscura. No dorada. Negra. Las Dragomir eran el pecado de los dioses, aquellas que serían capaces de iniciar una guerra entre ellos si así lo quisiesen. Tener a una Dragomir era como tener un arma de doble filo, aquella que con una sonrisa podría estarte endulzando el oído mientras clava una daga a tu corazón. ¿Lo peor? Es que lo permitirías.

Porque las Dragomir tenía aquella labia que era imposible de ignorar, te envolvían entre sus garras para después soltarte a un abismo una vez así lo deseen. Susurros venenosos que te hipnotiza, te ata, te atrapa.

Todo aquel Dios que caía en la labia de las Dragomir era un Dios condenado. Un Dios marcado.

Las Dragomir nacían por la noche, las malas lenguas decían que era porque el manto de la oscuridad las envolvía llegando a sus corazones, dejando una marca ahí.

Cuando una Dragomir nacía las Moiras soltaban una carcajada horrorosa al aire, burlándose vilmente del error de los Dioses. Porque todo aquel cuerdo sabía que dejarse envolver por una Dragomir sería el inicio de tu fin.

El último día del décimo mes se estaba acercando mediante los minutos pasaban, pero el tiempo pareció detenerse cuando un grito desgarrador se había escuchado en aquella cabaña y sus alrededor. Los animales habían salido despavoridos, escondiéndose y resguardándose cuando la oscuridad y el frío repentino había acaparado cada lugar de aquel bosque.

-¡Vamos, Eloise! -grita la mayor con la voz bañada en nerviosismo.

Las cosas estaban empeorando.

Su cabello negro se le pegaba a la frente que estaba empapado de sudor, sus ojeras eran evidentes y la agonía que estaba sintiendo era notable. La mujer se ahogaba entre sollozos de terror acompañados de gritos cuando la dilatación iba aumentando. Se aferraba a las sábanas como si fuera su soporte en la tierra de los vivos. Temiendo desvanecerse en aquel momento.

No debía de ser así. Esto estaba mal. ¿Qué ocurría? Todo iba tan bien...

-¡Eloise, reacciona! -otro grito le llegó como un eco.

Sus ojos empañados fueron con lentitud hasta la mujer que estaba en medio de sus piernas intentando traer al mundo grisáceo a su descendencia. Quien con cada minuto la debilitaba de forma horrososa.

Un escalofrío le recorrió las entrañas a la mayor cuando el grito de la mujer fue seguido por las ventanas siendo azotadas con agresividad a causa de la gran tormenta que se estaba generando en los cielos.

-No puedo...-susurra de forma lastimera-. No...

El dolor que le estaba generando su parto era tan insoportable que era capaz de arrancarse la piel de una forma desesperada creyendo que aquello apaciguaría el inmenso dolor que sentía mientras la hora del nacimiento se acercaba. Su juicio estaba perdido, no estaba consciente de lo que pasaba, estaba ida. Parecía como si alguien estuviera jugando con su mente y fuerza en aquel momento.

𝐏𝐑𝐎𝐓𝐄𝐂𝐓𝐎𝐑 𝐎𝐅 𝐎𝐋𝐘𝐌𝐏𝐔𝐒 | 𝐩𝐞𝐫𝐜𝐲 𝐣𝐚𝐜𝐤𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora