La casa del arbol

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Sus pensamientos resonaban en la cabeza de ambos, como si estuvieran inmersos en una conversación telepática. Lo que para otros niños de la luz serían simples pitidos sin sentido, para ellos era una plática profunda y genuina.

—¿Aún recuerdas? —preguntó Misaki.

—¿Recordar qué cosa? —respondió Haru con otra pregunta.

El cuarto estaba impregnado con un ligero aroma a madera recién cortada, cortesía de los muebles nuevos proporcionados por un espíritu de la aldea aviaria. Este generoso ser había provisto a los iluminadores con una variedad de artículos, todos esenciales para sus labores como "niños del cielo".

Después de un arduo trabajo y apoyo mutuo, finalmente habían construido un hogar propio. Ayudar a los espíritus a veces resultaba agotador, pero ¿qué otra opción tenían? Su misión era irradiar su luz, sin importar si se quedaban sin ella, pues lo crucial era restaurar un mundo devastado, cuya historia desconocían por completo, todo lo que sabían siempre tenía preguntas interrogantes detrás.

Misaki se acurrucó en la posadera junto a la ventana, mientras Haru detrás, intentaba encontrar una capa de su agrado. La tenue luz del crepúsculo atravesaba las ventanas, envolviéndolos en un halo místico.

—Aún no me respondes... —comentó Haru, acercándose a Misaki con determinación.

Misaki se volvió para mirar a Haru, quien había optado por una capa verde. Por un momento, pudo vislumbrar las estrellas bordadas en la capa de Haru. Una vez que la capa entraba en contacto con el iluminador, se atribuía la luz del portador y dejaba ver su trascendencia en símbolos que se desplegaban en la parte trasera. A veces eran estrellas, a veces lunas; todo dependía de la capa. Los símbolos en la capa de Haru reflejaban el tiempo, un tiempo largo que probablemente esperaba a Misaki también.

—Sabes, Haru... —contestó finalmente Misaki—. Me pregunto qué cosas he olvidado.

Haru se acercó y se sentó atento en un mueble cercano a la ventana donde estaba Misaki. La luz del sol, a punto de ocultarse, parecía desvanecerse, teñiendo todo de un tono frío y azulado.

—Esta es la cuarta vez, la cuarta vez que vivo este ciclo. Sé que es así, tengo certeza de que es así desde la primera vez. Pero... —No pudo continuar.

—No recuerdas mucho respecto a tus vidas pasadas, ¿es eso lo que te preocupa? —preguntó Haru con seguridad en su voz.

Misaki asintió mientras dibujaba una cara triste con su dedo en los cristales ahora empañados debido a la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior.

—No es eso, es que recuerdo algo... Algo que busco pero no sé qué es. —La voz de Misaki empezó a agitarse a medida que hablaban—. Se mantiene en mi mente y no me deja en paz. Es como si hubiese olvidado mi propósito, es como si ni siquiera recordara mi verdadero nombre. Y es que realmente no sé quién soy.

Haru se levantó de su asiento con determinación y extendió su mano hacia Misaki. Con las máscaras que llevaban, era casi imposible ver una expresión, pero los iluminadores tenían la habilidad de sentirse profundamente conectados, mas cuando sus almas estaban entrelazadas con otro iluminador, lo cual era el caso; por esta razon Misaki pudo percibir esa seguridad en Haru.

—Qué romántico, ¿a dónde me llevas? —bufó Misaki, en un intento de alijerar el ambiente.

—Por favor, no hagas que me arrepienta, y sube, daremos un paseo. —Dijo Haru señalando sus hombros.

Misaki se subió en un instante a los hombros de Haru. En el acto este salió por una de las ventanas abiertas de su hogar, parecía no haber tiempo para tomar el elevador de piedra.
Haru volaba atravesando las nubes, su capa ondeaba bajo su control y los elevaba con gracia. Aunque perdía luz constantemente con cada aleteo, llegar al destino no tomaría mucho tiempo. Por otro lado el frío de la noche se veía mitigado  por la luz latente de sus corazones, que ardía desde dentro hacia afuera con gran fuerza.

Las luciérnagas del páramo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora