— Jubilee — una voz suave resonó—. Será llamado Jubilee.
Por un momento, esa diminuta criatura se sintió arrastrada por una fuerza incontrolable. La luz se intensificaba, y ahora contemplaba su entorno con claridad.
Desde los brazos de una madre, experimentaba el amor y la felicidad, poseyendo una sensibilidad que se desvanece con la madurez. En un abrir y cerrar de ojos, aquel bebé se transformó en un niño, como si fuera un sueño sin una secuencia definida.
Las vivencias de aquel niño se hacían presentes en destellos veloces y desordenados. Primeros pasos, palabras, cumpleaños, viajes y entonces un estruendo. Olor a humo y muchas personas huyendo. Explosiones ensordecedoras acompañadas de destellos incomprensibles se escuchaban por todos lados.
Su madre preocupada tomaba su mano e intentaba encontrar con la mirada un lugar seguro, hasta que entonces una acción producto del temor hizo que el pequeño soltará la mano de su madre y corriera a ocultarse bajo lo que era ahora una casa en ruinas.
Su madre intentaba llegar a el pero la multitud asustada no se lo permitía.
—¡Jubileo, sal de ahí! — El angustioso grito de una madre desesperada resonó, seguido de un estruendo.
Atrapado ahora bajo los escombros, el niño se sentía paralizado por el miedo y la confusión, mientras veía a su madre ser apartada de él. Cuando el instinto de supervivencia se hizo presente e intento moverse hacia su madre ya era muy tarde, parte de los escombros que caian con cada estruendosa explosion aplastaban ahora sus piernas, impidiéndole escapar.
De nuevo, la luz cegadora apareció, y su cuerpo, en estruendo mucho más fuerte y ensordecedor, fue lanzado por los aires. Sintió como su cuerpo se separaba por completo en un proceso doloroso y violento. Una muerte violenta, ¿pero no lo era también el nacimiento? ¿Acaso la vida misma no lo es?.
El viento, la confusión, y luego una voz. Esa voz.
—Mamá...
La dulce voz femenina cantaba, y el niño sentía cómo su cuerpo se recomponía, pero de manera diferente, más sólida, nada parecido a la piel. Envuelto en una estela blanca, parecía flotar.
—Mamá... — repitió, extendiendo la mano hacia la fuente de la voz.
Se dio cuenta de que sus manos ahora eran oscuras, diferentes. Las observó con curiosidad y luego chasqueó los dedos, produciendo un tintineo. De repente, su cuerpo empezó a desvanecerse, el dolor regresó, y la voz reconfortante que lo guiaba desapareció.
—Mamá, vuelve...
Sintió entonces cómo su cuerpo aterrizaba en la arena.
Confuso, observó a su alrededor: una playa, lo que parecían ser tumbas y, frente a él, una cueva. A lo lejos, escuchó una voz femenina cantar, invitándolo a avanzar. Comenzó a caminar rápidamente, dando grandes zancadas, desesperado e impaciente por llegar al final, una impaciencia que definiría su completa naturaleza desde entonces.
Al atravesar la cueva, notó varias velas dispersas por todo el lugar, acompañadas de murales que contaban una historia. Transmitían tanto temor como esperanza, pero era demasiado para procesar en ese momento. Estaba confundido y desorientado.
Llegó al final de la cueva y vio frente a él un pequeño precipicio y más arena. El sol del crepúsculo teñía el lugar con tonos cálidos de naranja. La voz lo alentaba constantemente a seguir adelante, pero el precipicio lo mantenía detenido.
Un sonido a sus espaldas lo alertó; el silencio se rompió por una suave carcajada. Al girar la cabeza, vio dos ojos blancos brillantes en la sombra, junto a una figura alta envuelta en una túnica roja.
—Escapar...
Influenciado por el miedo, simplemente saltó el precipicio, un acto de fe hacia lo que le deparaba la voz femenina que lo hacía sentir seguro.