Capitulo 1

130 7 3
                                    

Melany

"Y la capitana Stocker avanza por el área, acercándose cada vez más al límite del campo, donde seguramente realizará el puntaje, con un drible característico de ella, que se puede hacer notar. ¡Pero cómo se mueve! Da una vuelta cerrada, pasa la pelota por debajo de las piernas de Kristensen y la obtiene de nuevo. Vuelve a avanzar hacia el centro del campo de juego, se prepara y... no, Davis acaba de robarle la pelota, driblea por el campo avanzando sin esfuerzo alguno."

"Los tigres sí que saben cómo moverse, solo tienen que ver los músculos del ala-pívot, Tylor, que dentro del "esquema del tigre" ocupa su lugar en los brazos, donde se nota cómo entrena al máximo y con resultados visibles. Si no me equivoco, su entrenador es su propio padre, el exjugador de baloncesto, Eric Tylor, quien triunfó y llegó a la cima, entrando a la liga de la NBA, pero lamentablemente se retiró poco después y se centró en fortalecer el cuerpo de su hijo, que de seguro sería la envidia de todos los dioses griegos. Yo no querría tener una pelea con él, ¿no es cierto, chicos?"

La multitud emite un murmullo afirmativo

"Bueno, volvamos a centrarnos en el campo de juego, antes de que desviemos nuestra atención de nuevo hacia Tylor y babeeemos por él."

La multitud, especialmente las jóvenes, emite un gritito de fascinación

"Ejem... Davis continúa, avanza, esquiva al escolta, Smith, que trata de robar la pelota, que no deja de rebotar por todo el campo. Davis avanza, se prepara para el lanzamiento y todos contenemos la respiración durante un momento. Señoras y señores, sinceramente desde esta altura del juego se puede ver que, con esa puntuación, es un game over para el equipo contrincante. Davis tira... ¡¿Qué es esto?! Stocker salta, logra agarrar la pelota en el aire y la recupera, driblea con determinación, da una vuelta cerrada, se adelanta, esquiva a Taylor, Kristensen, se la pasa a Johnson, avanza Johnson, esquiva a Layon, sigue, vuelve al mando de la capitana Stocker, quien ahora pega el salto. Vamos, Stocker, y... sí... no... Tylor empuja en el aire a Stocker, quien cae al suelo, y podemos ver que...

Dejé de escuchar hace mucho gracias a un extraño pitido en los oídos. Mientras sentía que el lugar en donde me caí, se hundía más y más. Empecé a entrar en pánico cuando observé que no podía respirar, algo me oprimía el pecho, veía borroso y, de repente, mientras me hundía, vi el rostro de Tylor con una risa maligna que hizo que me dieran escalofríos en la espalda. Todo se vuelve negro, una negrura impenetrable, me desespero y trato de agitar los brazos, pero no puedo. Mientras me hundo en la penumbra, lo único que logro ver es esa mueca espectral, ocupando el espacio de mi mente...

Lo único que veo es negro, más tenue, no como ese negro que era espeso y en el que no veía absolutamente nada. Intenté agitar los brazos, que ahora podía mover, y me di cuenta de que lo que en realidad me impedía ver (y respirar, si viene al caso) era la almohada que tenía antes aferrada a la cara. Me la quito con una cara de hastío y me siento al borde de la cama, bueno, en realidad lo intento, pero cuando intento sacar los pies de la misma, me encuentré segundos después tumbada en el suelo y con la frente palpitando de dolor. No entiendía qué había para caerme de esa forma, por lo que entrecerré los ojos en la oscuridad y, gracias a un pequeño rayito de luna que provenía de mi ventana, divisé un revoltijo de sábanas, limpias y de color salmón con manchas blancas, hechas un bollo que se aferraba a mi pie junto con el edredón. Solté una maldición, en voz baja, y aparté las sabanas de un tirón. Finalmente me levanté, con extremo cuidado, evitando cualquier movimiento brusco para no encontrarme nuevamente tirada en el suelo. Palpé en la oscuridad y encuentré mi mesita de luz. Me aferro a ella y prendo la lámpara que hay encima. Parpadeé varias veces, acostumbrando mis ojos a la luz y me doy media vuelta para ver el resto del cuarto.

Observé el presente desastre, que se hacía evidente cada día que pasaba. Aún resonaba la voz de mi madre, más temprano, el día anterior, en el desayuno regañándome sobre que "una habitación de una dama debe ser más ordenada, así nunca serás una buena madre ni esposa", a lo que le respondí, un poco irritada, que me importaba un bledo lo de ser esposa y madre. Por consecuencia, hizo que mi madre se escandalizara farfullando en voz baja para que yo no la escuchara, algo así como que era irresponsable e inmadura. Cosa que no faltaba en nuestras conversaciones diarias. Pero respecto a mi cuarto y mi falta de orden en cada aspecto de mi vida, se había rendido hace mucho. Incluso cuando era pequeña el orden no iba conmigo, a diferencia de las casas de mis compañeras de kínder y primaria. En esa época mamá se ocupaba de lograr corregir esa parte de mi carácter, empeñándose en una frase de una psicóloga que vio en la tele, sobre algo así como "que los niños en la etapa de la infancia todavía están a tiempo para modificar costumbres e ideas". A pesar de sus esfuerzos, no lo logró en esa época ni en esta. La Melany de 6 años no estaba dispuesta a cambiar y dejar morir su orgullo, y sinceramente la actual Melany de 17 años tampoco lo estaba. Era mi forma de ser y.. mierda. ¿Por qué no me dejaban ser como yo quisiera? ¿Acaso debía complacer a todo el mundo? ¿qué esperaba de mí?

Me froté los ojos, y busqué mi celular en medio de la oscuridad. Tuve un vago recuerdo de haberlo usando hace unas cuatro horas, mientras realizaba una llamada con Nicol. Ella era una de mis mejores amigas desde los seis y compartíamos todo. Literalmente todo. Nunca peleábamos, ella era demasiado dulce, frágil y sensible, como una muñeca de porcelana. Yo no era capaz de hacerle daño alguno, ya que no quería estropearla. Era una muñeca bonita, frágil, pero bonita. En cambio yo era una muñeca de trapo, que había sido remendada muchas veces. Mis padres nunca fueron demostrativos en lo cariñoso o en las muestras de afecto, algo en que nos parecíamos mucho. Había desarrollado un carácter fuerte, frío y distante, protegiéndome de esa falta de afecto natural, que forzaban mis padres para dirigirlo hacia mi. Me mentía a mi misma sobre si eso era normal, que nunca ocurrió nada, que asi era el amor de los padres, forzado y antinatural, que todo esta bien. Mentiras, y, aunque odiara admitirlo, yo me encubría en cientos y cientos de capas para protegerme, por lo que siempre me mostraba extrovertida, en cierta manera, y también bastante alegre, un fachada, una mascara, que me cubría.

Luego de encontrar mi celular debajo de una gran cantidad de papeles, que iban desde ensayos, exámenes pasados y hojas de tareas, me fijé la hora: eran las cuatro y media. Solté un gruñido por lo bajo y volví a mi cama para sentarme encima, sobre el desastre de edredón, ropas y almohadas. Me froté los brazos, en búsqueda de calor. Aunque fuera septiembre,el frio ya empezaba a sentirse en New Hope. Los otoños en Pennsylvania eran muy bonitos. Pero a finales de este y principios del invierno, empezaba a hacer mucho frío, sin contar las correntadas de viento que pasaban a través de los árboles que rodeaban el final de la calle, a dos casas de mi hogar.

Me recosté y abracé a mi almohada, ya que ahora me daba miedo de que volviera a taparme el rostro y me faltara el aire de nuevo.

El amor no me perteneceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora