Capítulo 25

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A mediados de semana, el último día de enero, Bailey me abordó delante del aula de Literatura de tal manera que por poco patina en el piso y choca conmigo. Yo estaba ocupada terminando de meter a la fuerza una libreta en mi mochila, así que fácilmente podríamos haber caído al suelo las dos.

—Prestame tu ensayo de Orgullo y Prejuicio —me pidió con voz agitada y urgencia— Escribiré súper rápido y cambiaré la mayoría de las palabras, así que el señor Miller ni se dará cuenta de que lo he copiado del tuyo.

Su tono hizo que repentinamente me acordará de una niña en tercero de primaria que le decía a las demás que no me hablarán a menos que le diera mis galletas de chispas de chocolate en el recreo, lo que me dificultó bastante socializar a esa edad. Sinceramente, me llevaba mejor con los niños. No eran precisamente mis amigos, pero mientras supiera patear una pelota y mostrará gusto por los Hot Wheels, ellos contentos. Coleccione los cochecitos por un tiempo hasta que mamá los tiró todos a la basura.

—¿No lo hiciste?

—Anoche estuve hasta tarde al teléfono con Roy.

Nada relacionado a ese tema me sorprendía ya, así que seguía sin hacer preguntas al respecto.

—El señor Miller dejó el ensayo desde la semana pasada —dije, indicando que había tenido tiempo de sobra para hacerlo.

—¡Ya lo sé! Solo... —inspiro y se aliso el cabello con las manos, solo por eso noté que lo llevaba lacio. ¿Quién se alisaba el cabello en esta temporada?— ¿Me lo prestas o no?

—No.

—¿No?

Me encogi de hombros.

—No lo hice, así que no puedo prestarte algo que no existe.

Emitió algo parecido a un resoplido y al no obtener lo que quería no le quedó de otra que entrar al aula, pasando de mí. Suspiré con fastidio y la seguí al ver que el señor Miller se aproximaba por el pasillo con su maletín colgando de una mano.

A pesar del malhumor que Bailey había demostrado esa mañana ocupe mi sitio de siempre, a la izquierda del suyo. Nos ignoramos prácticamente toda la clase, al menos hasta el final, cuando al echarnos una mirada llegamos al acuerdo de pedirle una prórroga al profesor cuando todos los demás, excepto nosotras, entregaron el ensayo. Si uniamos fuerzas había más probabilidades de que el señor Miller nos la concediera.

—Solo por esta vez —nos dijo él. Luego nos dedicó una sonrisa— Después de todo, dos mentes piensan mejor que una.

De mi parte, la idea inicial no era que nos terminara emparejando para hacer el ensayo, pero concluí que era eso o perder la calificación definitivamente; odiaba cuando la ironía se manifestaba en mi contra.

Íbamos a hacer el ensayo en casa de Benny para contar con su apoyo moral, lo que de algún modo me alivio, pero el plan quedó olvidado en cuanto llegamos y vimos que la señora Matthews iba de salida en su coche para hacer las compras. Al vernos nos saludo animadamente, arrastró a su hijo con ella —no de forma literal— y nos prometió que nos lo devolvería pronto.

Bailey y yo nos miramos al quedar solas en la acera. Ninguna de las dos sabía cuánto era «pronto».

—¿Quieres dejarlo para mañana? —pregunte.

Negó con la cabeza.

—Quiero salir de eso hoy —y continuó caminando por la acera.

Si de por sí la casa de Benny la visitaba poco, la de Bailey la visitaba todavía menos, y no es que tuviera nada malo, es solo que normalmente frecuentabamos más la de Benny porque de alguna manera se sentía más cálida, como un auténtico hogar. En comparación, la de Bailey siempre estaba vacía y en silencio, el tipo de silencio que sientes hasta en los huesos y daba ganas de encender una radio o alguna otra cosa para darle algo de vida a la estancia.

Las relaciones tienen caducidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora