Capítulo 19

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La Navidad en casa siempre tenía un toque agridulce, como todas las demás festividades. Pero está en especial era un poco más dura, porque papá solía decirnos que era el único día en que se podía holgazanear desde que te levantabas hasta que te acostabas, y nos alentaba a estar todo el día en pijama, viendo películas navideñas que ya nos sabíamos de memoria y pidiendo comida a domicilio; aún seguíamos sus instrucciones al pie de la letra.

En este momento estaba observando cómo Taylor abria sus últimos regalos, deshaciendo en segundos el arduo empapelado de unas manos hábiles y pacientes, cuando noté que la pantalla de mi móvil se iluminó en mi palma, resaltando disimuladamente la llamada entrante de Dana.

Después de que mi sobrina nos despertara a todas, una por una, entrando en nuestras habitaciones y gritando «¡Es Navidad, es Navidad!» como una loca, nos desperezamos lo suficiente para bajar —casi arrastrarnos— a la sala de estar. Apenas estaba terminando de amanecer, aunque supongo que hay que tener un poco en cuenta el hecho de que en esta época del año se hace de día más tarde y la noche cae más pronto. O eso fue lo que me recordé a mi misma cuando le envié a Dana un mensaje deseándole Feliz Navidad, el cuál no me respondió enseguida porque al no tener una sobrina pequeña que le hiciera de alarma, debía seguir durmiendo.

Habían pasado solo un par de días desde que, ejem, nos besamos en el cine —una parte de mi todavía no se lo podía creer—, y la cara se me seguia poniendo roja cuando recordaba eso. Los dos días se me habían hecho eternos y, para compensarlo, habíamos estado hablando por teléfono. No mucho, solo lo suficiente para saber cómo nos había ido en el día y cosas así, pero me funcionaría hasta que Dana regresara de casa de sus abuelos.

Sorprendentemente, me había contado voluntariamente algunas cosas sobre ellos —a diferencia de su lado paterno, que para ella parecía ser casi inexistente—, como que vivían en una inmensa granja ubicada solo a unas dos horas de aquí, a las afueras de Madison, la capital de Wisconsin, el estado vecino que me hacía pensar en bosques, praderas, lagos y ganado, porque eso era básicamente lo que más abundaba por allá. También me había dicho que tenía un tío, el menor de sus hermanas. Él nunca había abandonado su ciudad natal. Prefirió estudiar ahí mismo, quedándose para cuidar de sus padres y la granja, sin formar una familia propia, y como decía que era feliz así y que amaba su vida, nadie se preocupaba en exceso por el tema.

Me apoye en la pared luego de haber subido a la relativa seguridad del pasillo del segundo piso, lejos de los oídos de mi familia, y descolgue la llamada de Dana.

—Feliz Navidad.

—¡Feliz Navidad! —respondio alegremente— Perdona por no haber respondido el mensaje antes. Al despertar me hicieron abrir los regalos de inmediato. Y me he escapado un momento en lo que June y la abuela se han puesto a preparar el desayuno y el tío Mark se ha ido con el abuelo a ver a los animales.

—No te preocupes. Ya me has dicho que te tienen muy consentida desde que llegaste, lo extraño sería que justo hoy, no actuarán de la misma manera.

Me haces sonar como una niña malcriada —protesto.

—Tus palabras, no las mías —bromee.

—¿Has recibido buenos regalos? —me preguntó para desviar la conversación hacia mí.

—Mas o menos —murmure enfocando mi visión en el pequeño objeto que tenía en la mano contraria.

Era una minifigura LEGO del Capitán América. Taylor me escucho decir una vez que ese era mi superhéroe y Vengador favorito y por eso me lo había regalado. A mi me había encantado, y no solo por lo que era. Me gustaba el tipo de regalo que podías llevar en el bolsillo, el que podías llevar a cualquier parte contigo.

Las relaciones tienen caducidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora