Jenny Merlot contra LaDÍnastÍaDorada (#5)

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PARTE CINCO

La Marca de la Sed

Minutos antes de comenzar el ritual, Romo estaba herido, la sangre brotaba de la herida causada por el impacto del martillo arrojado desde el escondite en las aguas turbulentas de la tormenta.

Su honrosa participación era decisiva para el protocolo. Cada vez que sus sobrinos eran entregados para el deleite del líder de la familia, él era el encargado de continuar el honor del linaje. Esta prueba era una que no podía fallar. Debía recibir la venia del Pai Zembrano y beber de su sangre para pasar al siguiente nivel de la jefatura familiar. Romo lucía una chaqueta moderna que delineaba su figura imponente y unos pantalones de corte alto que resaltaban su presencia. Los tatuajes en su cuello parecían cobrar vida con el latir de sus venas, marcando su piel con símbolos de su pasado y su lealtad.

A medida que se palpaba la zona del profuso sangrado una melancolía carmín crecía a su alrededor, la luz del colector de las escaleras se reflejaba en su nuca rapada, creando un brillo llamativo en el cerrojo que se dibujaba en su cráneo.

El hijo de Someki, visiblemente enfurecido, empuñó el revólver con manos temblorosas, sus palabras cargadas de ira confundian a Jose. Sin embargo, en su fuero interno, Romo mantenía la compostura, con la mirada fija en su objetivo y la determinación ardiente en su interior.

Su apariencia en cambio era impredecible. En medio del caos y la tensión, Romo se preparaba para enfrentar a su designio con calma y resolución, consciente de que su honor y su legado estaban en juego.

- ¡Maldita sea la hora que me cago en cien! - gritó el hijo del clan Yará con el parpado izquierdo despedazado

- Intrusos en la goleta... - alertó Jose en la radio – Romo, pon a las mujeres en la...

- A dar por culo a las prostitutas – respondió el assasin caminando en dirección a las limusinas

Romo avanzó entre los remolques, detrás del sangrado aún continuaba escudriñando cada rincón en busca del intruso. El agua golpeaba los contenedores metálicos con furia, creando un ambiente de caos que escondía los sonidos y los movimientos furtivos.

La polizonta no iba a esconderse por mucho.

Caminar en puntas de pie era cosa del pasado. Desde los nueve años, en su primer instrucción, atentando contra un gobierno de aquel Buenos Aires duhaldista, el maestro de Jenny había marcado con fusta cada error en su técnica de desplazamiento silencioso. Nunca había vuelto a penar demasiado alrededor de eso. Quince meses después de esas violentas y estúpidas lecciones la suerte cambió. Vonfluffens obtuvo la condecoración de La Haya por sus incursiones de incógnito y le impuso una nueva identidad para el siguiente trabajo. Lo único que Jenny pensaba a menudo era que las condecoraciones, que El Almirante como doble agente había recibido, eran en gran parte suyas también. Festejar su cumpleaños numero once en los restos de la antigua Rodas cambiaron de igual modo la consigna; el mar Egeo era tan ruidoso que no tenía caso pensar en los castigos. La guerrera argentina se sentía afortunada de que el mar cubrió el eco de sus zancadas en avance directo hacia el arsenal precolonial que la emperatriz de Panamá coleccionaba.

Jenny identificó el pequeño escudo de combate cimerio entre los artefactos. Con un tirón rápido y silencioso, lo sacó de su lugar de almacenamiento.

Era un disco, ligero y bien equilibrado, se sentía sólido en las manos de Jenny. Su superficie, adornada con grabados intrincados, le recordaba la historia de las batallas por la defensa de las especias. Claramente influido por la creatividad de los persas, la siniestra del escudo estaba reforzada en cuero sin labrar. Era mas difícil soltarlo y era menos doloroso el impacto hostil.

Jenny Merlot contra LaDÍnastÍaDoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora