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La fiesta es en una casa gigantesca y moderna muy cuadrada, con una decoración que podría haber salido de Mad Men. Es la máxima expresión del estilo de Galera; me imagino perfectamente lo que mis amigos y mis hermanas dirían si pasaran por aquí. Aroa me lanzaría la mirada de reojo que ha aprendido de su madre. Thora arrugaría la nariz como si alguien se hubiera tirado un pedo. Y Chiara...

—Buenas —dice un tipo alto y taciturno con una cerveza artesanal en la mano. Lo reconozco al instante: lleva una camisa de cambray que parece meticulosamente arrugada y el pelo como si el viento selo hubiera revuelto, pero inmóvil gracias a alguno de los geles que se echan los tíos que se creen muy seductores.

—A ti no te conozco. Soy Pedro. Esta es mi casa.

No me ofrece la mano para que se la estreche. Me da la sensación de que nuestra presentación depende de lo que pueda ofrecerle a cambio. «Ya sé que no me conoces. Yo soy Ruslana. Esta es mi exnovia».

—Ruslana. —Saludo con un gesto de la cabeza.

—¿Tú vas a Galera?

—No, a Guix.

Va y se echa a reír, sin más. Natalia me mira de reojo y me pone la mano en el brazo, como para impedir que diga algo inapropiado...

—¿Tú no estabas saliendo con una de Guix?—pregunto, con toda la intención—. ¿O cuando le estás comiendo los morros se te olvida esa información?

—Ruslana —bufa Natalia.

Pedro me mira como si fuera un cachorrito que acaba de hacerse pis en su alfombra. Tiene los ojos cargados; ya lleva un rato bebiendo. Vuelve a echarse a reír y me señala con la cerveza.

—Qué chulería tienes —dice—. Anda, te puedes quedar.

No tengo ni idea de cómo responder a eso, pero Natalia me arrastra dentro antes de que el tema tenga alguna relevancia. En el centro de la casa, junto a una chimenea propia de un resort de montaña pijo, hay una cola de gente de Galera. No entiendo para qué es la cola hasta que veo una pared decorada con vides, velitas y cactus en estanterías: es un fondo para hacerse selfis.

Están haciendo cola para sacarse fotos.

—Qué guay —dice Natalia—. Tiene el rollo estético perfecto.

Un grupo de amigos les pasan sus teléfonos a otros y se colocan frente a la pared. Uno de ellos se arregla el pelo y deja la mano quieta, como si le hubieran pillado in fraganti. La chica que tiene al lado abre la boca como para reírse, pero no lo hace. Solo pone la pose. Me siento como si estuviera en otro planeta.

—Luego nos hacemos una foto. —Natalia no se ha dado cuenta de mi perplejidad—. Primero, una copa.

Me coge de la mano y no se lo impido. Nos vamos a la cocina, donde varias personas nos pegan un repaso con descaro. Natalia finge no darse cuenta, pero se alisa la camisa bajo la chaqueta de cuero. Me guía hasta una encimera llena de botellas y refrescos con alcohol.

—Toma.

Me pone una lata en la mano. No es una sugerencia. Pienso en cuando Chiara venía a estas fiestas de Galera el año pasado y comprendo que quisiera emborracharse, pero también recuerdo en lo que desembocó aquello.

—No, gracias —respondo—. Tengo la garganta un poco irritada, creo que voy a coger un poco de agua.

Natalia parece sorprenderse, pero no me presiona. Se pone un cubata y bebe un trago grande. Yo me echo un vaso de agua del fregadero cuando la mismísima Violeta Hodár aparece a mi lado. Noto su mirada como si me taladrase un láser.

She drives me crazy- RuskiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora