3| Sempiterno

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Vivimos al compás del dolor, del amor, del deseo, de los encuentros

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Vivimos al compás del dolor, del amor, del deseo, de los encuentros...

Desde jovencita solía ser bastante enamoradiza, mi primer amor surgió en el "Kínder" se llamaba Mikel

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Desde jovencita solía ser bastante enamoradiza, mi primer amor surgió en el "Kínder" se llamaba Mikel. Siempre llevaba un jugo extra en la merienda y unas galletas "María", me ofrecía su sábana para dormir y no pasara frío, ese simple detalle lo guardaré en mis recuerdos hasta que el tiempo se encargue de borrarlo como lo hizo con su rostro. Viví enamorada de él hasta tercer grado.

En escuela media me enredé con mi mejor amigo Miguel, era tan detallista conmigo que terminé queriendo besarlo, logrando así mi primer beso. No me quejo fue dulce, hermoso e inocente; aunque un poco baboso. Nuestro romance adolescente duró hasta que llegó José, un chico nuevo que se me metió entre los ojos y no dudé ni un segundo en conquistar.

En escuela superior llegó el desastre nuclear de mi vida; me enamoré de una forma que rayaba la locura de Damiano, mi profesor de literatura, lo devastador fue que él lo sabía y le gustaba, veinte años mayor, casado, de una belleza embriagante y sobre todo, seductor. Se regodeaba de mi inocencia y mientras yo me creía la gran cosa por conquistar al maestro más guapo de la escuela, el se aprovechó de cada una de las oportunidades para meterse entre las piernas de una niña de dieciséis años.

Fue mi primera vez y también el hombre con el que aprendí que nunca nada era como parecía ser, Damiano me enseñó que un ser humano es capaz de destruir a otro, despellejarlo para salvar su pellejo, me enseñó a confiar menos y a no meterme con hombres peligrosos ni prohibidos y si me voy a meter no dejar el corazón en el enredo.

Desde que lo vi sabía que me iba a enredar con él, cada vez que lo tenía cerca era como una conexión, un torbellino de sentimientos que provocaba que te lanzaras al precipicio de golpe y sin analizar las consecuencias. Hoy, mirando al flaco que tengo en frente me siento exactamente de la misma forma y me paraliza, me asusta, me descoloca...

—Borges suele ser siempre una buena opción de lectura —repuso señalando mi libro con su dedo índice. Sonreí, saliendo del letargo de pensamientos que me arropó.

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