CAPÍTULO 1: La alacena

13 3 10
                                    

Escuché pasos cerca de mi alacena. Eran cortos, ligeros y rápidos, así que debía ser la tía Petunia, que venía a despertarnos. Agite a Harry para despertarlo antes de que ella lo castigara otra semana sin comer.

—¿Que pasa? —preguntó, sobresaltado.

— Debemos levantarnos ya o se enfadarán con nosotros. —un golpe contra la puerta nos tomó por sorpresa. Era nuestra tía, como yo había predicho.

— ¡Levantaos y haced el desayuno! —exigió ella. Nosotros, sin reprochar, nos dirigimos al salón a hacer lo que nos habían mandado.

Habíamos vivido allí desde que tengo memoria. Todavía recuerdo cuando tía Petunia nos daba la leche mas barata del supermercado, y que, cuando quedaba menos de la mitad del brick de leche, lo mezclaba con agua para que pensáramos que estaba lleno. Sí, habían sido tiempos difíciles para Harry y para mí, pero, como siempre nos recuerda el tío Vernon, por lo menos estamos vivos y no fallecimos al igual que nuestros padres en aquel accidente de coche, muchos años atrás.

Al acabar de hacer el desayuno, lo servimos en platos. Yo hice las tostadas mientras mi hermano cocinaba el bacon. A pesar de ser maltratados, siempre me había sentido inferior a Harry. Él siempre lo hacía todo bien y, aunque era más travieso que yo, recibía más comidas al día. Yo, sin embargo, nunca satisfacía a mis tíos. Apenas comía nada y estaba muy delgada, aunque Harry a veces me conseguía comida de la cocina, como sobras de la cena o cosas por el estilo.

Aquella mañana el cielo estaba descubierto y no se podía ver ni una nube en él. Dudley zampó su desayuno en un minuto y luego se fue a ver la televisión. Oí un familiar chirrido de rueda. Era el cartero que venía en su bicicleta a traer el correo diario.

— Amalie, ¡trae el correo! —gritó Dudley desde el sofá. Yo le hice caso y me dirigí a la puerta. Saludé al cartero con una sonrisa mientras este se iba y seguidamente abrí el buzón. Recogí las cartas y, mientras entraba en casa, leí a quien se dirigía cada una. Una era para nuestra tía, la otra para Vernon, la otra para Harry y esta última para mí... Un momento, ¿de verdad ponía nuestro apellido en esas cartas? Las releí unas cinco veces más para asegurarme. Efectivamente eran para nosotros. La dirección estaba escrita con una preciosa tinta verde esmeralda. La leí de nuevo en voz baja.

Señorita A. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey

— ¡Papá! —exclamó Dudley. —¡Harry y Amalie han recibido cartas!

— ¿Qué? —dijo nuestro tío mientras nos arrebataba la carta de las manos.

— ¡Son nuestras! —dijo Harry, dando saltos para recuperarla.

— ¿Quien va a querer escribiros a vosotros? —dijo con tono despectivo. Su sonrisa se esfumó al darse cuenta de quien enviaba las cartas.

— ¡Pe...Pe...Petunia! —bufó. Ella cogió la carta ya abierta y leyó la primera línea con curiosidad. En ese momento, se puso pálida como la pared.

— ¡Vernon! ¡Oh, dios mío, Vernon! —nuestra tía parecía que estaba a punto de desmayarse.

— ¡Devuélvemela! —dije yo, estresada por la situación. Vernon me miró con la cara roja.

— ¿Quien te crees que eres tú para hablarme así?, vete a la alacena. ¡Ya!

— ¡Yo solo quiero leer mi carta! —repliqué cada vez más nerviosa, parecía que pronto mi sangre iba a comenzar a hervir.

— ¡FUERA! —gritó mi tío con su gruesa voz.

— ¡NO! —negué yo, y, en ese momento, el cristal de la ventana que se encontraba tras mi tío se rompió en mil pedazos, casi rozándolo a él. La cara de espanto que tenían mis tíos era indescriptible. Parecía que se les iba a salir el alma del cuerpo. Pero, ¿había sido yo quien había hecho eso? Sabía que yo y Harry teníamos algo diferente, sobretodo porque el pelo nos crecía extremadamente rápido. Todas las veces que le cortaban el pelo a Harry se enfadaban con él, ya que al día siguiente lo tenía exactamente igual que antes de cortárselo. Yo, al ser una chica, no me corto el pelo, así que nunca me metí en problemas por eso.

— ¿QUÉ HAS HECHO? —exclamó Vernon sacándome de mis pensamientos, ya con la cara igual que un tomate, mientras se acercaba a mi. Esa era mi señal para salir corriendo. Corrí a través del pasillo lo más rápido que pude, me metí en mi alacena y cerré la puerta de un portazo.

——————

Me desperté al rededor de una hora después. Me encontré con la cara de mi hermano a mi lado derecho, el cual me abrazaba con ternura. Siempre habíamos estado el uno para el otro en nuestros momentos difíciles. Cuando se dio cuenta de que estaba despierta se apartó y me incorpore un poco.

— Lia, oye, no te va a gustar esto pero... —suspiró con impotencia antes de continuar— te quedas sin comer una semana. No me sorprendí, pues era habitual para los Dursley castigarnos de esa manera.

— Harry, tranquilo, estaré bien. Tengo guardadas unas chocolatinas que le robé a Dudley cuando estaba dormido, así que no me voy a morir de hambre.

El azabache me abrazó con una mezcla de pena y tristeza, pero fue muy reconfortante.

—Bueno, ¿que hay de las cartas? —pregunté al acordarme de ello.

— Pues el tío Vernon ha cerrado todos los sitios posibles por donde pueden entrar cartas.

— ¡No! ¿qué vamos a hacer ahora?

— No lo se, pero si pusieron esa cara cuando la leyeron no creo que sea algo bueno, al menos para ellos. De pronto, un estruendo en el comedor interrumpió nuestra conversación. Salimos con precaución para que nadie nos oyera. Al entrar, una sonrisa iluminó nuestro rostro. Cientos de cartas salían a toda velocidad de la chimenea. ¿Cómo era posible?

— Amalie, ¡haz que pare ya! —me gritó Dursley.

— ¡No soy yo! —repliqué mientras yo y mi hermano intentábamos coger una de las cartas. Yo cogí una y la escondí antes de que nadie la viese. Al cabo de un par de minutos, las cartas por fin dejaron de salir, y todos nos quedamos paralizados en un comedor inundado por cartas.

— ¡Se acabó, nos marchamos! —dijo nuestro tío, furioso.

— Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —murmuró nuestro primo, preguntando a su madre. Petunia simplemente asintió. Vernon se dirigía  hacia la puerta, y cuando pasó por mi lado, tomándome por sorpresa, me cogió de la camiseta y me lanzo dentro de mi alacena bruscamente. Seguidamente, sin que yo pudiese reaccionar, bloqueó la puerta y siguió por su camino, llevándose a Harry.

— Vernon, ¿la vas a dejar ahí? —murmuró tía Petunia. Juro que pude notar un destello de pena en su voz, pero quizás fue la emoción de el momento.

— ¡Por supuesto! Se lo merece por habernos hecho esto. Esa pequeña b... —Vernon se detuvo, rectificando sus pensamientos— estupida e insensata. —terminó el.

— ¡Ella no ha hecho nada! —me defendió mi hermano. Todos le hicieron caso omiso y se fueron en el coche, dejándome allí sola.

Miré por tercera vez en el día el calendario. Era el día de antes de mi cumpleaños y el de Harry, pero solo nos habíamos acordado nosotros. Una ola de tristeza invadió mi interior. ¿Cómo podían hacerme esto, y encima tan injustamente, justo antes de mi cumpleaños? Aquello no podía quedarse así, no podía ir todo tan mal.

 ¿Cómo podían hacerme esto, y encima tan injustamente, justo antes de mi cumpleaños? Aquello no podía quedarse así, no podía ir todo tan mal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Amalie Potter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora