CAPÍTULO 3: El gato atigrado

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Eran las 2 de la madrugada cuando cerré la puerta de casa. Cuando comencé a caminar por la calle mil pensamientos pasaron por mi cabeza, todos relacionados a una misma pregunta: ¿Había hecho la decisión correcta? Llevaba años queriendo escapar de aquella pesadilla, de todos los golpes, las noches llorando... Sí, definitivamente hice bien en salir de allí. De pronto, escuché una presencia detrás de mi. Asustada, preste más atención a sus pasos: eran muy cortitos y ágiles, demasiado rápidos para ser de una persona, así que debía de ser un pequeño animal. Me giré a ver que era y vi un gatito atigrado, no había nada de lo que preocuparse. El gato me miraba fijamente a los ojos, como si intentara reconocerme. ¿En que estaba pensando? Los gatos no saben hacer eso. Me agache para acariciarlo, pero este retrocedió; tal vez no era muy amigable. Me levante para seguir con mi camino y seguí caminando cuando, de pronto, vi una sombra que se iba haciendo más grande, hasta ser un poco más alta que yo. No podía ser: ¿el gato era una especie de monstruo? Con el corazón casi saliéndose de mi pecho, me giré bruscamente, preparada para enfrentarme a... ¿una señora?

— Hola, Amalie. —dijo la misteriosa chica.

— Eh... Ho...Hola? —dije tartamudeando del nerviosismo— ¿Tu eras...? ¿Como has...? —continué, cada vez con más preguntas.— ¿Quién eres tú y como sabes mi nombre? —dije por fin.

— Me llamo Minerva McGonagall, y tú eres Amalie Potter, hermana de Harry Potter.

McGonagall... Ese apellido lo había visto en algún lado. Hice memoria durante unos segundos y me acordé. ¡La carta! ¡Ella era una bruja!

— ¡Eres tú! ¿Vienes de Hogwarts, verdad? —pregunté con entusiasmo.

— Exacto. Llevo un buen rato observándote, esperando a que salgas. —dijo Minerva.

— ¿Por qué? —dije yo, sabiendo la respuesta.

— Hagrid, nuestro guardabosques, fue a recogeros el día de vuestro cumpleaños, pero sólo encontró a Harry, así que yo he venido a por ti. —explicó ella.

— Entiendo... Pero, ¿porque vamos a ir un colegio de magos? Sí, aveces hacemos cosas extrañas, pero nuestros padres eran personas normales, si fuesen brujos no hubiesen muerto en un accidente de coche, ¿no? —solté yo. Al ver la cara de sorpresa de Minerva sabía que había dicho algo malo.

— ¿Gente normal, tus padres? ¿Un accidente de coche? ¡Que os han contado esos muggles! —dijo ella— Tus padres eran los famosos Potter. Eran unos de los mejores magos, ¡te lo aseguro! Y no murieron en un accidente de coche, para nada; quien-tú-sabes los mató cuando tú y tu hermano tan solo erais unos bebés.

— ¿Quien es quien-tú-sabes y porque no nos mató a nosotros? —dije yo, con una mezcla de intriga, asombro y tristeza.

— Es el mago tenebroso, el más malvado que ha existido nunca. Y respondiendo a lo segundo: nadie lo sabe, por eso sois tan famosos. Lo único que dejó en vosotros es esa cicatriz en la frente.

— Creo que esto es demasiada información para mi... —dije yo, abrumada por tantas mentiras de parte de mis malvados tíos.

— Oh, lo siento, cariño. Deberíamos irnos ya al castillo. No debería hacer esto ya que todos los alumnos van en el expreso de Hogwarts, pero este es un caso especial. —me dijo McGonagall.

— ¡Genial! Pero, ¿como iremos hasta allí? —Pregunté.

— Iremos con lo que llamamos "Polvos Flu". Consiste en ir a una chimenea, coger el polvo y decir el lugar al que quieres ir. ¿Fácil, no? — explicó.— Iremos a la chimenea del bar más cercano. Hay uno al final de la calle, lo sé porque, aunque no lo parezca, llevo rondando por aquí desde que naciste, aunque en mi forma gatuna. —Yo asentí— Vamos, Amalie.

— Sí, Señora McGonagall. —repliqué y me dispuse a seguirla.

Caminamos calle abajo durante aproximadamente un minuto antes de detenernos en el bar. Estaba abierto ya que ese tipo de sitios abrían por la noche y cerraban por la mañana. Al entrar, percibí un fuerte olor a cerveza. ¿No pensarían mal de mi al entrar a aquel sitio con tan solo 13 años? No le di mucha importancia, al fin y al cabo, iba acompañada de aquella increíble persona: Minerva. Entramos en una sala más tranquila, con la chimenea apagada.

— Vale, Amalie. Tu lo harás primero, así, si pronuncias algo mal lo sabré, y podré ir al mismo sitio que tú.

— Entendido. —Dije obedientemente.

— Tan solo tienes que coger los polvos Flu con la mano, decir "Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería" y soltar los polvos.

— E...Está bien. —contesté con mi voz algo temblorosa, pues nunca había hecho tal cosa.

Me dirigí hasta la chimenea y me puse dentro. Cogí los polvos de un jarrón y recité:

—¡Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería! —y seguidamente solté los polvos.

Una sensación extraña recorrió todo mi cuerpo. Cerré los ojos muy bien y, al abrirlos, me encontraba en el suelo de una chimenea diferente a la de partida. Me levante e inspeccioné el área con la mirada. Era un gigante comedor, con largas mesas y velas en el techo. Estaba preciosamente decorado y al mirar hacia arriba se veía el cielo nocturno. ¿Realmente estábamos al descubierto? Una voz grave me sacó de mis pensamientos.

— Buenas noches, señorita Potter. Soy Albus Dumbledore, el director de esta escuela. Bienvenida a Hogwarts. —Me sonrió al terminar.

— Buenas noches director, encantada de conocerle. Yo soy Amalie Potter, aunque creo que ya lo sabe. —dije intentado parecer lo más educada posible.

— Estoy seguro de que estás hambrienta. Siéntate donde quieras en las mesas, en seguida vendrá un compañero contigo: el también llego antes de lo previsto. —Me explicó Dumbledore.

¿Un chico? Me preguntaba si sería como yo. Me senté en la mesa a mi izquierda, ya que era verde: el verde era mi color favorito, aunque también el rosa. Alguien salió de la chimenea: era la profesora McGonagall.

— ¡Amalie! Me alegro que haya llegado bien. Mi primera vez usando polvos Flu fue un desastre: acabé a 50 kilómetros de distancia de mi destino. — su comentario me hizo reír. Me di cuenta de que todavía no había reído desde que mi hermano se había ido, él era el único que podía sacarme una sonrisa en aquella casa. Lo echaba mucho, mucho de menos.

De pronto, las puertas del comedor se abrieron, y aquí comenzó la verdadera historia;

aquí comenzó mi perdición.

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Amalie Potter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora