Confusión

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La pobre no hacía mas que sollozar, tanto sus orejas como parte del rostro y brazos faltaban trozos, como si se tratara de mordidas, hacía mucho tiempo que no la veía y por tanto todos pensaron que estaba muerta. Superando la impresión, el perro se acercó a los barrotes buscando la forma para liberarla. Tomó la cadena y la tironeó pero no tenía suficiente fuerza, escaneó su entorno para buscar algo fuerte para romper el candado entonces tomó una piedra. Luego de algunos golpes el candado cedió.

— Lo logré — celebró el can.

Sin esperarlo fue embestido por el peso de su amiga. Por un segundo pensó que estaba feliz de verlo pero luego el dolor de una mordida cambió su idea y como pudo buscó quitarla de encima.

— Pinky, ¿que haces? — preguntó el perro desesperado —, no soy comida, soy tu amigo.

— Tengo mucha hambre — murmuró la cerdita sumida en la desesperación.

Entre gritos y alaridos la cerdita lanzaba mordiscos tratando de alcanzar la carne del perro, pero Dogday la retenía lo más lejos que podía.

— Quítate de encima — gruñó el perro sacando todas sus fuerzas para empujarla lejos.

Sin esperar mucho el perro se puso de pie y corrió a lo que parecía ser la salida, pero cayó por un hoyo antes de llegar. Dogday se arrastró y se puso de pie para seguir por un nuevo acceso parecía una zona de juegos llena de túneles, desesperado se introdujo en uno de ellos y avanzó lo más rapido que pudo, detrás de él, los alaridos de la que fue su amiga lo asechaban, sin saber a donde se dirigía el perro siguió avanzando.

“¿Qué fue lo que te hicieron querida amiga?” se preguntó Dogday sin detenerse. Como pudo salió de los túneles llegando a una sala nueva, donde habían unos toboganes, ¿Cuál debía tomar? El chillido de la cerdita acercándose lo hizo estremecer y deseando que todo saliera bien escogió uno al azar para escapar. Un poco nervioso cerró los ojos hasta que el tobogán llegó a su final y ahí pudo dar con un elevador, de un salto llegó a él y sin esperar mucho accionó la palanca, mientras subía vio a su amiga a la luz, trozos de su cuerpo habían sido arrancados... tuvo que desviar la mirada para no verla de esa manera.

Pero la impotencia lo invadió.

— ¡Maldición! — exclamó.

Por un rato el perro se sumió en la oscuridad, no sabía que hacer ni a donde ir. Estaba perdido ¿Cómo encontraría a sus amigos? Si tan solo tuviera la memoria de Bubba, sin tan sólo el hubiese hecho algo para evitar esa masacre… “¿Por qué? ¿Por qué?” sollozaba. Luego de un rato el perrito levantó la mirada y se puso de pie. “No te des por vencido”, se dijo, “debe haber algo que puedas hacer” con cuidado secó sus ojos, y se puso de pie.

Cuando salió del elevador ingresó a una habitación de colores y vio otro tobogán, respiró profundo y entró en el. Al llegar al final dio con otro pasillo que pudo reconocer, estaba en el Counselorˋs Office, volviendo a orientarse recorrió sus corredores hasta que encontró la oficina de su ex jefa, la cuidadora Stella Greyber, una persona amable y alegre. Recordó cuando lo condecoró con la responsabilidad de liderar a los Smiling Critters, ella confiaba en él plenamente, aunque en realidad él no hizo más que decepcionarla.

Con cierta nostalgia miraba el interior de su oficina, parecía que un huracán hubiese revuelto todo. Solo esperaba que se encontrara a salvo. Mientras caminaba en el interior del cuarto vio unos papeles en el piso, por lo que se agachó a recogerlos para ver de que se trataba, eran los expedientes de los huérfanos, reconoció a algunos que nunca volvió a ver por que fueron adoptados, pero en sus fichas había un sello que decía “experimenting”, “failed”… “¿Qué es esto? — se preguntó — que significa?” se preguntó el perro. Entonces encontró un expediente que nunca había visto “Theodore Grambell” el tenía el sello “successful study”

La hora de la alegriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora