Capitulo 1: Cuervos

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Hacia seis meses que se habían mudado, era raro despertarse y no oír el ruido de la ajetreada ciudad, pero al mismo tiempo se sentía reconfortante ser recibido por el canto de las aves, no sabía cuánto lo había extrañado hasta que otra vez lo experimento.

Para Shoyo el volver a Miyagi era todo un viaje a la nostalgia. «Son las hormonas» se repetía en un intento de excusar las emociones que resurgían al ver todo el bello panorama en dónde creció, dónde nació su pasión por el vóley, dónde obtuvo a sus amigos y dónde conoció a Tobio.

Posó sus manos en vientre, su pequeña se había movido al tiempo en el que pensó en su esposo. Soltó una carcajada, esa niña cuando naciera sería toda una princesa de papá.

Cuando supo que estaba embarazado nuevamente, tomaron la decisión de retirarse. Hinata no creía poder pasar todo el proceso que tuvo con su primer hijo, que a diferencia de su pequeña, había crecido en un entorno dónde se movía de un lado para otro, en mudanzas al extranjero y niñeras todo el tiempo. Así que con una larga carrera deportiva decidió que era momento de dejar aquello que tanto lo apasionaba por algo que lo superaba de maneras contundentes: el amor hacia sus hijos.

Kazuyo, su primer hijo, era casi una copia de Tobio.

Aún recordaba lo mucho que lloro, de celos, porque luego de nueve largos meses su bebé se parecía únicamente a su esposo. ¿Dónde había quedado sus genes?

Pero todo ese asunto se resolvió a medida que el tiempo pasaba. Los primeros en aparecer fueron los rizos, no había forma de peinarlos y parecían tener un pequeño león corretear por la casa. En segundo lugar estaban los ojos, azules como los de Tobio, pero grandes y curiosos como los de Shoyo. Y finalmente, su personalidad; Kazuyo era un niño expresivo de gran sonrisa y corazón puro, cuando su abuela materna lo cuidaba señalaba lo mucho que le recordaba a su pequeño hijo.

Una sonrisa se le escapó, paso de estar preparado el desayuno a mirar las fotos que decoraban el refrigerador; su pequeño bebé había crecido en un santiamén.

—¡Mamá, mis pantalones no están!

Un suspiro se escapa. Claro que su adorable hijo ahora era un adolescente y para desgracia de Shoyo, igual de distraído que él en la preparatoria.

Se gira sobre sus pies solo para encontrar a Kazuyo en el marco de la puerta con la parte superior de su uniforme toda impecable pero luciendo unos llamativos boxers amarillos en la zona inferior.

—Hijo, ayer te dije que los dejé en la sala y que debías llevarlos a tu cuarto. —le recuerda, volviendo con su trabajo de revolver los huevos.

El cerebro del azabache parece hacer memoria y corre hacia el living al mismo tiempo que Tobio entraba a la cocina.

—Creo que acabo de ver a Bob esponja. —bromea, acercándose a su esposo. Depósito un pequeño beso en su hombro.—. Buenos días.

—Necesitamos ir al super, ya se nos está acabando la leche y tal vez podríamos comprarle ropa interior de colores neutros a nuestro hijo. —dice, apagando la cocina y colgándose a sus hombros.

—Suena a un buen plan. —asiente, acariciando el vientre ajeno.—. ¿Qué tal mi niña?

—Estaba tranquila, pero su papá está aquí así que no tardará en despertar también.

Shoyo vira los ojos. La pequeña Chiie, nombre que escogieron, se despertaba en los horarios de Tobio y comía también al mismo tiempo; Hinata temía que otra vez estuviera cargando a otro mini Kageyama, no quería creerlo después de tantas náuseas, pero parecía que las cosas eran así.

—¿Y mis genes dónde quedaron? —bufa. Tobio sonríe levemente antes de darle un beso, los pucheros de Shoyo eran adorables.

—¡Ya es tarde, me voy, los quiero! —grita Kazuyo, dando un portazo.

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