En Plutón

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Tú respiración...
Está entrecortada.

La viste en tus sueños hace un par de noches atrás. Reconociste su tono cariñoso y juvenil, percibiste el eco de su risa y creíste sentirla abrazándote como solo ella sabía hacerlo.

Cuantas cosas no pudieron hacer.
Cuantos lugares no pudieron conocer.
Cuantas historias no pudieron contar...

El sonido de las olas chocando contra las rocas de la costa a los pies de aquel precipicio inunda tus oídos, poniéndote tenso. Jamás te a gustado el mar y es por eso que estás aquí, para castigarte entre el oleaje que danza en un vaivén feroz y la brisa salada que emerge y te cubre por completo, con la no tan carismática compañía de las gaviotas sobrevolando sobre ti, burlándose de lo que eres, de lo perdido que estás, de lo miserable que te sientes.

Amas negar las cosas.
Negaste ser un héroe en tus mejores años.
Negaste el amor de la única que alguna vez pudo soportarte.
Y negaste haber matado a tu propia hija.

¿Pero habría sido tu culpa? ¿Realmente fuiste el culpable, o solo es una forma más de hacerte miserable en lo poco que te queda de vida?

Ese día había sido perfecto.
Tú y Amy, viviendo sumamente felices en aquella casa en el bosque.
Por un tiempo fuiste el más felíz en este mundo, por un tiempo correspondiste activamente los sentimientos de Amy por ti, por un tiempo realmente lo tenías todo.

No te incomodaba el llanto de aquella pequeña criatura. La amabas tanto que eras capaz de quedarte en vela a su lado toda una noche, sin quejarte, sin gritar, sin pelear solo tú y ella, sobando su espalda hasta calmarla y verla dormir. No te molestaba que peleara para comer, te hacía reír como rechazaba todo lo que intentaban darle para almorzar solo para después chillar porque no le seguían insistiendo, era igual a ti y eso te encantaba.

Su aroma era mejor que el de Amy, sus ojos encerraban un universo puro y sereno que jamás te cansabas de observar y su tacto era tan delicado como el beso de un ángel.

La sola posibilidad de volver a pronunciar su nombre te quiebra en pedazos, las arcadas te invaden y te encaminan al llanto.
Tus labios ya no son dignos de sentenciar tan hermoso nombre, no eres su padre, al fin y al cabo solo eres el monstruo detrás de su partida.

¿De verdad tienes que ser tan duro contigo mismo?

Ese día era su primer cumpleaños. Un año que había pasado tan rápido como tú por las praderas cuando eras niño, un año lleno de sorpresas y dichas, donde sentías haber encontrado tu verdadero propósito.

Amy, Tails, Knuckles... Todos a los que tuviste la osadía de llamar amigos estaban ahí a tu lado, festejando, ayudando a tu chica a dar los toques finales del pastel.
Tú solo observabas, asomado desde la puerta trasera, bebiendo una cerveza como lo habías empezado a hacer desde que te hacías llamar “padre”.

La viste gatear por el jardín, pero no creíste que fuera importante. Ella siempre hacia eso, siempre jalaba las ramas de los arbustos, se quedaba viendo las aves o mariposas de cerca y al cabo de los minutos volvía a tus brazos, siempre lo hacía y eso esperabas, eso fue lo que debió haber pasado.

Se alejó y lo notaste.
Intentaste llamarla, le dijiste que parara y lo hizo. Creíste haber hecho suficiente y te diste la vuelta, bebiendo de aquella endemoniada cerveza, te creíste el ser con mayor autoridad y poder en todo el mundo por un segundo... hasta escucharla caer.

Lo sabías.
Sabias que ella había caído a la piscina. Sabias que ella no podía nadar. Sabias que debiste meterla dentro de la casa tan pronto la viste acercarse a lo prohibido, pero no lo hiciste.

Estabas asustado.
Soltaste la cerveza y fuiste corriendo hacia la piscina, no querías crear un escándalo, no gritaste su nombre, no llamaste a Amy, no pediste ayuda.

Pero te detuviste...
Paraste estando tan cerca de ser un verdadero héroe.

Llegaste al borde de la piscina. Tus piernas temblaban y con tus ojos buscabas de forma desesperada su cuerpo. ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?... ¿No era esa la pregunta que hiciste ese día?

Caíste de rodillas, apoyando tus manos en los bordes de mármol blanco, sintiendo que no podías respirar. No hiciste nada para salvarla, tu terror por dos metros de profundidad fueron mayores al amor que pudiste tenerle a esa bendición que tanto dijiste atesorar.

Por una vez más solo te quedaste ahí, observando hasta que fuera demasiado tarde.
Le tenías terror de nadar, tenías terror de ahogarte, tenías terror de no poder respirar y mira lo que pasó, tu hija pagó el precio por tu cobardía.

¿Por qué nadie más pudo vigilarla? Era tu hija, pero era la sobrina de Tails y Knuckles ¿Por qué fuiste el único en notarlo? ¿Por qué nadie más pudo verla y actuar? ¿Qué culpa tuvo ella de tenerte a ti como padre?

Recuerdas el alarido de Amy después de que Tails se metiera y la buscara en el fondo después de diez minutos, diez minutos donde te quedaste en silencio, esperando ¿Esperando qué? ¿Verla hacer aquello que nadie le enseñó? ¿Verla nadar? ¿Verla a tu lado? ¿Verla viva en los brazos de su madre? ¿O solo esperabas que el terror llegara al máximo para quitarte las fuerzas de vivir y, solo así, sumergirte para unirte a tu hija en aquel destino fatal?

La viste. Pálida y con los pulmones llenos de agua, con sus ojos cerrados como cuando dormía a tu lado, sin la esperanza de que pudiera abrirlos algún día.
Se fue, pero tú la dejaste ir.

Aún si no fue tu intención le fallaste. La condenaste a una muerte silenciosa.

Solo Dios sabe cuánto te odiaste a ti mismo desde entonces, solo las estrellas guardaron el secreto de cómo todos se fueron en tu contra, deseándote lo peor y sin duda, solo tú corazón guardaría en secreto la mirada de miseria que se quedó en los ojos de Amy desde entonces.

Aún entre el ajetreo del mar puedes oír sus voces, pero peor aún, la oyes a ella.
Nunca la escuchaste hablar, jamás dijo tu nombre, pero ahí la sientes, llamándote desde el punto en donde el cielo y el mar se hacen uno e igual que con un canto de sirena tú cedes, caminas ciegamente hacia adelante, rápido, cada vez más rápido, en un trance.

De un segundo a otro ya no una superficie debajo de tus pies, no hay nada más que aire, no hay nada más que tú, cayendo hacia lo profundo.

Tu cuerpo penetra el agua interrumpiendo brevemente el oleaje contra la costa que creíste era lejana.

Después de tanto tiempo tienes el valor de hacerte uno con tu terror, pero no lo haces para salvar a alguien, lo haces para seguirla a ella, lo haces porque no quieres sufrir más y le concedes a tu peor enemigo el privilegio, la dicha, de ser el que cobre tu vida de la misma forma en la que lo hizo con tu hija.

Sientes las burbujas recorrer tu cuerpo, dándote una juguetona bienvenida al inicio del fin, al final de lo que comenzaste.

Después de su funeral, después de perder a Amy, después de quedarte solo, después de lavarte el cerebro en la búsqueda de librarte de la culpa lo único que has hecho es correr en círculos, labrando tu propia tumba.

Perseguías a alguien que jamás alcanzarías, perseguías a alguien imposible, una y otra vez, sin ir a ningún lado, sin aire para clamar ayuda, sin gravedad que te atara a la tierra y te devolviera al mundo real, solo estabas ahí, flotando en la órbita de un anillo, el mismo que alguna vez prometiste a quien jamás quisiste perder, girando en la órbita de una niña que ya no existe en este mundo.

La luz del sol se va desvaneciendo.
Vas cayendo en las profundidades, y ves hacia atrás, un mundo nuevo, letal, oscuro, quien sabe qué harás, quién sabe cómo saldrás, quién sabe hasta donde llegarás.

La luz del sol sobre las aguas que te mecen, jalandote hacia lo profundo, se ve eclipsada por algo más.

Las burbujas emergen de tu boca, palabras mudas que piden perdón, que añoran una segunda oportunidad, destellos de esperanza que no quieres que se pierdan, una despedida amarga para alguien que jamás te va a extrañar.

No sonríes.
Aun cuando esto es lo que tanto deseabas no estás feliz y es tanta tu impotencia, desánimo y resignación que no escuchas como alguien más se enfrenta a su peor miedo por ti.

Viene por ti.

Running On Saturn ft. SonAmy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora