Capítulo I

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La verdad es que tener 17 años no es nada fácil. En esta edad tienes cambios de humor repentinos, furia, tristeza, alegría, y muchas cosas que pueden cambiarte de un día a otro. Pero supongo que en todos es así, ¿no?
Mis padres son muy estrictos con mi vida y se fijan solo en las notas, en mi futuro, como si lo único importante sea eso nada más, pero se supone que el futuro son momentos que se viven en el instante, supongo.
Ahora mismo mi mamá insiste en llevarme a la escuela ya que es mi primer día. Me cambiaron a mitad de año por culpa de unas personas que destrozaron mi escuela anterior y no supe a dónde ir. El caso es que me niego a que me lleve mi madre a la escuela. ¿Que chico de 17 años quiere que su madre lo lleve a la escuela? Pues no creo que haya muchos. La idea es salir y disfrutar, ya que siempre me mantienen encerrado en esta maldita casa gigante de dos pisos.

Me bañe, me vestí y bajé a tomar el desayuno que mi mamá había preparado. Lo de siempre; pan con mantequilla. No tenía otra cosa que hacer, siempre era lo mismo. Me decía: Es mejor prevenir que curar, Samuel.
Refiriéndose a la gordura, ya que ella era maniática con ese tema de mantenerse delgada, un fastidio.

Me fui caminando, quedaba exactamente 10 minutos para que empezaran las clases cuando cruzo la puerta de entrada. Es raro llegar y no conocer nada, pero tenía la suerte de cambiarme a la misma escuela de mi vecino Derek, un chico alto y rubio, que lo conocía desde la infancia.
Él había llegado primero. Me dijo:
-Hola.
-Hola, Derek- le respondí y le di un apretón de manos, era nuestro saludo, muy común.
-¿Cómo estás? Hace tiempo que no nos vemos- anunció con su voz grave y gruesa de siempre.
-Bien, supongo.
Y esa fue nuestra conversación hasta que tocó el timbre, que indicaba que fuéramos a nuestras salas, obviamente.
No sabía dónde quedaban, pero Derek me enseñó el lugar. Unas mesas blancas con sillas negras y estampado rojo. Un poco más bonitas que las de mi anterior escuela.
Me senté al lado de la ventana unos puestos bien atrás mientras veía como pasaba la gente. Se me hacía incomodo que todos me miraran al entrar, pero es normal al ser nuevo. Me llamó la atención un chico que iba todo de negro. Era raro ver gente así aquí ya que es muy caro estar en este lugar y normalmente la gente va vestida formal.
Nunca he sido muy bueno en las notas porque me paso todo el día dibujando garabatos o cosas así y no presto atención a las clases, nada. Pero salí de mi ensoñación cuando llamaron al chico con vestimenta negra, el profesor dijo:
-¿Guillermo Díaz?- con tono amenazador, pero el chico ni siquiera contestó, estaba mirando el cuaderno y moviendo la cabeza, como escuchando música. Y realmente la estaba escuchando con audífonos- Entregame los audífonos inmediatamente.
Ahí fue cuando reaccionó y se los entregó. Dijo: «Lo siento» Y supe realmente su nombre. Guillermo Díaz. Gusto en conocerte.

Opuestos (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora