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“Yo siento tus amarras como garfios, como garras que me ahogan en la playa de la farra y del dolor.

Y siento tus cadenas arrastrar en la noche callada…”

Luz de luna, Javier Solís.

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¿Qué vas a decir en tu casa?

—Ya se me ocurrirá algo…

El sol quemaba a pesar de ser las diez de la mañana, la hierba seca crujía bajo los zapatos escolares y la mochila con apenas un cuaderno y un lápiz mordido le parecía demasiado estorbosa. Antonio temía que su mano sudara en ese preciso momento porque Fernando tenía una piel demasiado bonita, no quería ensuciarlo, mucho menos que sintiera asco de él. Y aún así el más alto siguió tomándolo de la mano durante todo el trayecto hacia su escondite.

Segundo de prepa era demasiado aburrido y los besos de Fernando lo mantenían lejos de su razón lo suficiente para no considerar las futuras consecuencias de saltarse clases.

Lo único bueno de la escuela es que detrás de esta había un gran terreno abandonado y seguido de este, a unos minutos de caminata, se encontraba una gran casa abandonada de estilo colonial. Ese era su escondite. Sólo ahí Fernando lo dejaba besarlo.

—No me dejes marcas, mi mamá es bien fijada —reclamó el de piel blanca—. El otro día apenas la convencí de que me había picado un mosquito.

—Pero tú hasta me dejas moreteado…

Fernando lo alejó. —Eso es diferente, tú no tienes a tu familia encima de ti. ¿Vamos a hacerlo o vas a seguir chillando por babosadas?

Antonio quiso decirle a su yo del pasado que no permitiera eso. Quería tomarse de los hombros y decirse todo lo malo que vendría después.

Pero se despertó.

[...]

“Me fui temprano porque me dió pena que me vieran en el desayuno, jeje. Voy a buscar quién te haga esa cochinada de la limpia”

Antonio vio el mensaje en el chat de Mateo y entendió a su amigo, él en su lugar tampoco querría quedarse en una casa donde la mayoría de sus miembros no lo tomaban en serio. Las campanadas de la iglesia sonaban a lo lejos y supuso que harían una misa para agradecer el regreso de la hija de Eva, y estaba casi seguro que su familia iba a arrastrarlo a ella.

Un mensaje tintineó en su teléfono y se temió que fuera el imbécil que hasta vió en sus sueños. No obstante suspiró quizás de alivio, quizás de decepción, al ver que se trataba de un número desconocido.

“Buenos días Antonio, soy Eva. Tu tía me dió tu número cuando me la encontré en el mercado”

—Esa vieja —se golpeó el rostro con la palma.

Ya se estaba imaginando que Citlali quería emparejarlo con su ex compañera.

“Mi familia y yo no hemos tenido la oportunidad de ver lo buen muchacho que has demostrado ser al salvar a mi nena. Mis padres quisieran invitarte a comer después de la misa que se hará hoy”

Ay no.

“Y también quería preguntarte algunas cosas”

Verga.

—¡Toño, ya despiértate huevón! —Karina pateaba la puerta—, tu mamá dice que vamos a ir a la misa de doce y tienes que ir sí o sí.

Después de gritarle a su prima algunas maldiciones que fueron regresadas por la menor con la misma intensidad, se levantó dejando la cama destendida y se convenció a sí mismo de ir a ver a Eva mientras escogía la ropa adecuada. Y tal vez estando lejos de la casa podría pensar mejor qué iba a hacer de ahora en adelante, pues ser el juguete de una entidad tan poderosa podría significar estar muerto en vida y no valía la pena hacer planes para el futuro. De todas maneras desde hacía mucho tiempo no sabía el rumbo que quería tomar.

Amarre [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora