🥀7.

196 18 108
                                    


—Señor —susurró Antonio entre la bruma calurosa del beso—, señor…

No era que el contacto le provocara la misma sensación que el caerse de un acantilado hacia la muerte irremediable, claro que no. Sus nervios y voz inquieta eran más bien porque las ramas de las bugambilias donde estaba acorralado le rasguñaban la espalda.

—¿Me veo tan viejo? —El murmullo era incrédulo y juguetón.

El humano aprovechó la poca separación para empujar hacia adelante, grave error, haciendo creer a su verdugo que tomaría las riendas del asunto y provocando una mirada de anticipación sublime por parte del demonio; demasiado ansioso como para razonar que el mortal estaba sufriendo las consecuencias de las espinas sobre su piel.

Así que ignorante de las heridas de Antonio, el fantasma de galas negras sonrió arrasador y abrazó con más fuerza la cintura ajena escuchando quejas ahogadas en un nuevo beso que enseguida fue opacado por millones de estrellitas que vio bajo sus párpados y propagó un dolor cosquilleante en su mejilla. Hacía un siglo más o menos que nadie le daba una bofetada de aquellas…

¿Por qué le causó dolor siquiera?

—¿Debería decir “auch”? —se burló a pesar de la ligera conmoción.

Ninguna de sus víctimas le había pegado, ni siquiera lo miraban a los ojos por más de cinco segundos, incluso cuando más osadas eran las palabras de quienes pretendieron desafiarlo nadie nunca se atrevió a estar a menos del metro de distancia. Nadie tenía el estómago para retarlo verdaderamente.

Pero tratándose de ese humano podría esperarse cosas como esa.

—¡Yo soy quien debería!

Antonio se levantó la camisa a la altura de las heridas de su espalda.

—Primero el pan y ahora su espalda, pobre venadito que no dejan de atormentarlo —ironizó el más alto tocando la piel expuesta.

Y antes de obtener reclamo alguno una pequeña flama brotó de su mano, no quemaba pero sí emanaba un ligero calor que parecía inofensivo debido al color azul de la llama; António tembló bajo el toque pero se relajó después de que el ardor de los rasguños se calmó y las heridas desaparecieron.

—Gracias señor, creo —dijo entre dientes sin girarse a mirar al demonio.

En realidad la vergüenza ya estaba subiendo por su sistema como espuma y no sabía dónde meter la cara.

—Es que eres tan dramático —restó importancia el aludido—, pero no me digas señor

—¿Entonces? —Antonio sonaba quejumbroso, seguía dándole la espalda al Charro.

Y fue mala idea descuidarse porque esto fue aprovechado por el contrario para sujetarlo desde atrás y susurrar en su oído:

—Puedo ser tu “señor” pero preferiría que un nombre saliera de tus labios —besó detrás de la oreja roja de vergüenza.

Los labios de glaciar iban bajando por su cuello cuando sus manos fueron sujetadas detrás de su espalda con la presión suficiente para hacerlo jadear, el viento sopló ligeramente refrescando sus mejillas coloradas.

—¿Y bien, ya pensaste un nombre?

Antonio se preguntaba si ese ser tuvo nombre alguna vez, si acaso una vida humana precedía aquella maldad con la que sus ojos carmesí brillaban de hambre por consumir la bondad del mundo. Si es que la apariencia humana con la que se presentó esa noche fue la misma con la que murió.

¿Alguna vez el Charro Negro fue humano?

¿O simplemente nació de un pecado?

¿Alguien lo puso en ese mundo?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 30 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Amarre [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora