Poemas y microrrelatos de un artista perdido

Harto de acallar mi mente

Veo, observo y atiendo:
Un paisaje blanco, vacío y horrendo.
La realidad que contemplo, no la comprendo.
Y ni a mi mayor rival, recomiendo.

El abismo me traga y me escupe.
Mata hadas y pesadillas esculpe.
Mi vida en otra se reduce,
y de nuevo el sueño reurje.

Momentos aislados, instantes encarcelados;
deseos precipitados, y el tiempo contrarrestado.
Va contra mí: contra él mismo.
Va contra él: contra lo mío propio.

Mis recuerdos, mis pasiones:
aquellas cientas alusiones
que desviven y no reviven,
que se pierden en la memoria
 y no perviven.

Esas cientas intenciones,
se convierten en simples ilusiones:
Imposibles, inombrables;
hasta ser ahorcadas por el cable.

El cable que ahorca ahora a mi alma,
y a mis pensamientos estanca.

                                ***

Perturbo la habitación y le veo.
Veo la muerte, lo pálido; lo feo.
La fragilidad del destino: el flaqueo.
El mismo que dará pronto en mí el definitivo noqueo.

Está vivo y no lo sabe,
de su vida tiende el hilo que la ata.
Decir que está bajo tierra todavía no vale.
Es un cadáver,
y de ello aún no se percata.
Se trata de la mejor parte del cruel ciclo vital
de la que el pobre se salta
y, por consiguiente, no cata.

No hay lágrimas que falten
en la triste figura de la bata,
que poco a poco, a la esperanza desata,
y deja que la depresión su puerta traspase.

La que pronto será figura solitaria,
me tiende con alegre gesto un té.
Sin embargo, yo no estaba para tentempiés.
Solo pensaba que, hubiera sido mejor una despiadada malaria.

                                 ***

Me siento inútil, inservible, culpable.
No fui capaz de hacerlo una vez
y de nuevo mi mente quedará con dicha sed.
Soy incapaz, un mendaz.
A mi lengua la cortan con un roñoso sable.

El recuerdo de la playa,
que nunca falla.
El velero junto con el cenicero,
el ukelele junto con el librero.
Lo que parecía un diario,
que más bien, de mis sentires, era el notario.

"Lo haré, te lo leeré", dijo el insulso peque,
sin darse cuenta de que no podré;
que ya nunca lo conseguiré.

Debí haberlo obviado,
tendría que haberlo olvidado:
Aquel cuaderno morado,
que a ningún lado me ha llevado.

Únicamente me lleva frecuentemente
a la fuente de mis lágrimas más reciente.

De nuevo se repite la ocasión;
se relee el cuento que mil veces se contó.

Imaginándonos voy,
cantando en el alrededor
Bohemian Rhapsody sin control.
Lo canto con el ukelele que por casualidad cogí;
con el trozo de alma que, con gran sutileza, escogí.

                                   ***

Te mueres en frente de mí,
no quiero que seas otra de las cosas que intuí.
Caes a mis brazos,
y esta vez, no puedo sentir tu tacto.
Caminas dándote golpazos,
no siento tu vital trazo.

¿Por qué no pintas otro velero?
Llévame con él a surcar mares, y no cielos.
¿Por qué no persigues tu sueño?
¿Acaso no ibas a comerte el mundo entero?

No hagas esto, no lo quiero.
Pelea con garras y dientes en esta lucha.
No te rindas, yo no puedo.
No dejes de hacer ruido, se te escucha.

Acabas de ser jubilado
irse ahora, sería un pecado.

Vayámonos a fuera:
a correr, a jugar, a pasear.
Cualquier manera es válida,
si te aleja de este inhóspito lugar.

No deseo ver, observar ni atender.
Nos quedan muchas experiencias más.
No seré capaz de sentir tu muerte, de perderte.

No puedes convertirte en mi punto y final, y lo sabes.
No puedes convertirte en un eterno adiós, y lo comprendes.

                                 ***

Me siento y espero.
Me apoyo en la mesa y desespero.
De nuevo oigo esas palabras.
El "mal" y un "familiar" juntos, no me cuadran.
El malestar me aguarda y las gotas de agua en salir no tardan.

Culpo una vez más al destino de responsable:
de ser injusto y de convertirse en, de todo, menos amable.

Escuchar la canción inefable durante esa semana,
no salió a fin de cuentas rentable.
Quizás no era el momento más honorable.

Lo que sí que está claro es que Everybody dies será inolvidable.
Como aquel que dice que lo que cuenta es insuperable.
Pero es el sentimiento que esconde el que es insoportable.

Porque es lo que ellos dicen lo que anhelo.
Porque es lo que todo el mundo sabe, lo que no quiero.
Porque es el sufrimiento ajeno el que temo.
Porque es a la muerte a la que la tengo miedo.