VII. Despertar en las Tinieblas

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Roderick Ernst Kepler estaba viendo desde el palco del teatro el Réquiem de Verdi junto a su esposa e hijo, Elisabeth y Francis John Kepler. Llevaba casado con su esposa 20 años, y su hijo tan solo tenía 6. A la edad de 51 años, Roderick agradecía muchísimo a Merlín que le permitiera por fin tener un heredero. Les había costado lo suyo tener un hijo, pero lo habían logrado.

Pero lo hicieron en el peor tiempo posible. Como el Gran Duque de Europa, era solo cuestión de tiempo que Voldemort lo llegara a buscar. Así fue, pero nunca tomó la marca tenebrosa. No le convenía tomar bando en la guerra. Después de consultarlo con la Congregación, aceptó darle ayuda pasiva al mago oscuro, pero sirviendo de informante a Dumbledore...

Desagradecido.

Roderick era firme defensor de que el viejo mago estaba siendo muy indiferente con su familia. Ellos necesitaban protección puesto que, eventualmente, se supo sus verdaderas lealtades.

Pero luego ocurrió lo de los Potter. Estaba bien, poco le importaba al alemán. No sabía ni quiénes eran, solo le alivió saber que el bebé había sobrevivido, y que Voldemort ya no era una amenaza para su familia.

Se equivocó.

El revoltijo en el estómago que sentía cuando se reunía con el Señor Tenebroso lo estaba sintiendo en ese instante, cuando al mismo tiempo sonaba la orquesta y el coro cantaba las desamparadas letras de Lacrimosa, el movimiento más triste del Réquiem. Volteando para todos lados, buscando el origen de su náusea, lo vio.

En la primera fila había un hombre que estaba viendo tranquilamente el Réquiem, pero Roderick lo sintió. Sintió la inquietud, y se dio cuenta de que su familia nuevamente estaba en peligro.



Francis tardó en darse cuenta de que, aunque sus ojos seguían cerrados, él ya estaba despierto. Estaba en una cama bastante cómoda, por lo que rápidamente concluyó que no estaba ni en la enfermería ni en su cuarto de Slytherin. No estaba en Hogwarts.

Cuando lentamente se despertaba, los rayos de luz impactaron sus ojos como si fuera un Avada Kedavra, ocasionando que los cerrara otra vez. No pudo identificar dónde estaba, aunque tampoco es como si saliera mucho de su casa.

Siempre recuerda cuando su padre se puso paranoico. Fue un año antes de que él, junto a su madre, murieran, y nunca supo el por qué. Su padre le había prohibido que saliera de la mansión, así que Francis no conoce casi nada del mundo exterior, razón por la cual estaba muy nervioso cuando visitó el Callejón Diagon (y razón por la cual es muy malo socializando).

Hizo un esfuerzo más y logró despertarse por completo. Notó que alguien estaba durmiendo en un sofá, pendiente de su estado. Jack.

Se levantó y quedó sentado en un costado de la cama, viendo directamente hacia el rubio. Se puso de pie, tambaleándose un poco, llegó hacia donde el niño dormía. Lo despertó con un toque a su cabeza.

—¡Frank! Estás vivo. —Jack se levantó de golpe del sofá, poniéndose derecho y mirando directamente a los ojos del alemán.

—¿Dónde estamos? —Preguntó Frank, paseando por los alrededores de la lujosa habitación.

—No lo sé. Obert solo me dijo lo que te había pasado, y que estabas en casa de un amigo tuyo. —Fue directo hacia la puerta. —Debo avisar que ya despertaste.

Se miró al espejo que estaba en la habitación. Su cabello lacio, habitualmente elegantemente peinado, estaba hecho un desastre. A pesar de haber dormido bastante, sus ojos tenían ojeras. Estaba pálido, como si hubiera estado muy enfermo.

El Gran Duque de Hogwarts || Harry Potter SagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora