Capitulo 2

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— No puedo creer que pienses eso de mi mamá… ¡Claro que no! ¿Tanta cara tengo?
— Si. Quieras o no, vas aun psicólogo.

Aquella discusión llevó a qué fuera llevada al psicólogo por sus padres, claramente a la fuerza.
Está vez ambos estaban paranoicos como si los hubiera picado una serpiente, el viaje fue lo más incómodo que viví en mi vida ¿Tan mal estaba? Jamás me di cuenta de lo mucho que cambie pero ellos sí me preguntaban ¿Por qué ese cambio tan repentino de carácter? Era complicado responder eso cuando lo preguntaban tan de repente mi cabeza solo pensaba
“¿Qué les digo? ¿Que un perro me mordió y contagie rabia o que?”
Aún yo no entendía lo que me sucedía o como sabía que hacer con mi vida en esos momentos, llegamos al consultorio del psicólogo, el famoso Sr. Mendiola, un anciano de tercera edad, que de seguro estaba harto de atender a personas. entre sola al consultorio de aquel, dónde el psicólogo me miró con mala cara, como si fuera mi culpa el hecho de estar aquí.

— Buenos días Sr. Mendiola.
Salude cordialmente con una sonrisa, mientras el señor me pedia tomar asiento, una vez sentada empezó las preguntas.
— Bueno, usted debe de ser la señorita Alicia Cortéz ¿No es cierto?
— Exacto.
— ¿Por qué está aquí señorita?
— Al parecer mi familia piensa que cambie desde mi cumpleaños número dicisiete.
— Bueno, entonces, cuente, la escucho.

La charla con el psicólogo simplemente no llegó a nada.
Él no tenía ni idea de cómo ayudarme. Aún que recalco de que podría ser esquizofrenia, algo que no creía en lo absoluto, me recetó unos tranquilizantes, y me dijo que volviera la semana que viene ¡Vaya que psicólogo tan bueno! En el camino a casa ví a mis padres conversar entre ellos de manera misteriosa que solo hacia levantar mis sospechas.

— ¿Que se traen?
Pensé.

Notando como ninguno me miraba, cuando por fin llegamos a casa fui recibida por mi linda abuelita, la cual me sonreía desde la puerta, baje del auto y me fui corriendo a sus brazos, la anciana ya me había preparado  galletas junto con una rica chocolatada.
La linda abuelita Natalia me preguntaba que había pasado en el psicólogo y cuando se lo mencioné me miró incrédula.

— Alicia ¿Unos tranquilizantes es en serio?
— Si, enserio, aunque no lo creas me dijo que podría tener esquizofrenia abuela ¿Puedes creerlo?
— Tus padres sacan a cada loco, ese tipo se lavó las manos con todo lo que me dices, debe ser un viejo loco. Sin título.

Eran los comentarios más buenos de mi abuela, verla retar a mis padres luego de nuestra charla fue mi momento de risa y alegría, noté el enojo de mi abuela en su cara después de todo la viejita era muy enemiga de ir a esos especialista, pero eran cosas de viejas.

Lastimosamente sería abandonada por mis familias, ya que en los siguientes días habían planeado otro viaje, pero está vez a los Estados Unidos de América, aunque claro, alguien debía quedarse en la casa y ese alguien sería yo está vez.

— Bueno, Alicia tu te quedaras en casa está vez ya que las otras cinco que te tocaban no te quedaste.
— Está bien mamá, yo me quedo aquí, así que no te preocupes.

Fue la conversación más tranquila que tuve con mi mamá en ese momento, antes de ir se me dijo una indicación de que hora debía tomar mi medicación, exacto. Esos dichos y feos tranquilizantes que no los necesitaba en lo absoluto, pero simplemente los probé para ver qué tan buenos eran.

Era una pedida de dinero en lo absoluto, después de todo no lo necesitaba en lo absoluto, pero me ayudaban a poder dormir mucho más seguidos de lo habitual, de esos sueños que tenía podría tener alguna que otra cosa más clara que otra en mis sueños, pero todo se aclaró el día donde mi familia se fue al viaje, ese día escuché ruidos después de que mi familia se fuera. No le tome importancia, hasta que ví a alguien dentro de la casa, fue un susto total, al parecer era mi imaginación la que estaba haciendo formas en la oscuridad haciéndome creer que había alguien, así de engañosa podía ser la mente, tuve un cierto ataque de pánico despues de haber visto a esa figura, era un pánico feroz que me dejaba pensar claramente, miraba en todas partes en busca de algo que me pudiera ayudar a calmarme, en una de esas tantas vueltas por toda la casa logre encontrar esas pastillas, los tranquilizantes. Agarre el jarrón de agua que estaba en la mesa de luz y me servi con desesperación en el vaso de cristal que estaba en mi mano izquierda, aún que claro casi lo rompí con aquella fuerza que lo sostenía, para ese momento agarre aquel tarro de pastillas, después de haberse servido el agua, saque varias, como un puñal, me las metí en la boca con la desesperación del momento, solo pasaron segundos o minutos aún no lo recuerdo en que aquellos tranquilizantes hiciera un grave efecto.

Minutos después me desmayó, fue lo único que mí mente recuerda con total claridad, después todo se nublo hasta mi propia vista, mis cuerdas vocales no funcionaban, solo me quedó dormida por haber ingerido tantos medicamentos, ahí fue donde empezó mi dulce sueño.

¡Vidas Pasadas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora