Prólogo.

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Dieciséis años atrás, en la ciudad de Medellín, Colombia, a las 3:00 de la mañana, en un almacén, 

Oscuro recuerdo. 


Narra Monserrat Mendoza Gratteri 


Todo es fácil a la vista de una niña, una niña que piensa que todo está bien, de una niña que juega con las muñecas y sueña con casarse y ser feliz. 


O al menos, eso es lo que yo pensaba. Una niña de tres años que vive con mamá y papá, con una familia feliz. 
En la mañana de un viernes 15 de julio, mi tercer cumpleaños, nos dirigimos por la carretera mientras el señor Santos conduce la Volvo XC40. 

—Mami, ¿a dónde vamos?— pregunta una niña inocente que no sabe a dónde la lleva su madre. 
—Vamos a visitar a tu abuela. 
—Mami, pero hoy es mi cumpleaños, y la casa de mi abuelita no se encuentra por ese lugar. 

—Lo sé, nos vamos a reunir para darte tu regalo— contestó tranquila mientras teclea en su teléfono. 

—Sí, vamos, Señor Santos, apresúrese, ya quiero llegar, quiero ver cuál es mi regalo. 

Celebró aquella tonta sin notar que su chófer estaba inmóvil. Viendo la carretera fijamente. Algo imposible de deducir ante los ojos de una niña.

-Señora Rosaura, hemos llegado -dijo mientras bajaba y nos abría la puerta. Aquella ilusa daba brincos de alegría esperando a llegar, mientras su madre ríe y mira fijo a su camino.

Pero al entrar, no hay regalos, no hay globos. Lo único en lo que no se equivocó fue que mi abuela estaba ahí. Pero mi madre se interpuso, no permitió que yo avanzara. La miro confundida, pero se ve alegre; mi madre está alegre, ya que su sonrisa es más que visible.

-Rosaura, estás loca, ¿por qué traes a la niña a este lugar? -grita mi abuela.

Su apariencia es horrenda, su labio partido, leves moretones. ¿Quién se lo había hecho? ¿Y por qué estamos aquí?

—Mami… ¿qué le pasó a mi abuelita?

—Monserrat, quiero que te quedes detrás y, por ningún motivo, apartes la mirada. Ellos te ayudarán – dijo, señalando a hombres que jamás había visto. Ellos me ayudarán a no apartar la mirada.

—Es un juego, mami.

Sí, Monserrat, es un juego que quiero que aprendas a jugar.

La escena es rápida; mi madre pide su pistola, que en muy pocas ocasiones la he visto utilizar. Apunta a su frente. Después, escucho un fuerte y agudo sonido: el arma se había disparado en su frente, haciendo que la sangre se expandiera por todo el lugar. Luego, veo venir a tu madre con la sangre de una persona a la que tanto quisiste.

—No llores, mira cariño, ves lo que está ahí, es tu abuela. Sabes lo que acaba de pasar.  Sacudo la cabeza débil, presa del miedo. 

—Se llama la sucesión. Tu abuela era el monstruo; yo soy conocida como el ángel caído. Vamos, deja de llorarte. Te he traído para que aprendas, cariño, algún día tú harás lo mismo. —Feliz cumpleaños —dijo, esbozando una sonrisa. 

Se escucha un fuerte ruido; las puertas del almacén se caen, dando paso a mi padre, que viene molesto y trae más que el ceño fruncido. 

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