EL JURAMENTO

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Cruzando la llanura hasta las murallas de Varluat, Noah y Helge cabalgaron hasta el pasadizo estrecho de la guardia, donde una poterna enrejada era custodiada por soldados. El pasaje era tan estrecho que apenas cabía un hombre a caballo, de modo que la guardia transitaba en fila y se movían más rápido, ya que conectaba con callejones al interior de la ciudad, el cuartel, el castillo y el gran muro que rodeaba Varluat al norte.

Los guardias reconocieron a Noah y permitieron su entrada de inmediato, adentro formaba un túnel a lo ancho de la muralla y al otro lado era semejante a una zanja con paredes a cada lado. Su trote se vio interrumpido por un hombre recostado en el muro junto a su caballo. Pese a no tener uniforme de la guardia y que una gruesa capa cubría sus vestidos, no era un desconocido para ninguno de los dos.

—Supuse que tendrías que pasar por aquí —dijo Albert con voz serena levantando la mirada hacia Noah. Se trataba de su mejor amigo, tal vez el único que conservaba.

Albert tenía unos ojos azules, pero una mirada profunda y escrutadora, sus delgados labios mantenían una misteriosa sonrisa que a veces se tornaba sombría. Cada mañana afeitaba su rostro y arreglaba su cabello negro, el cual acostumbraba a tener corto y controlado.

—Quisiera ser menos predecible —dijo Noah.

—Lo eres —suspiró Albert al ponerse los guantes y prepararse para montar su caballo—. Pero no para mí.

—¿Alguna novedad? —preguntó Noah.

—Lo último que supe fue de la llegada de Yohairy al castillo. —Albert montó su caballo y la capa ondeó dejando ver la refinada ropa que vestía—. Que Lord Markus esté en las manos del mejor médico, calma preocupación del consejo y las familias de Varluat.

—A mí también me alivia un poco. —Noah elevó su mirada a lo lejos, donde en lo alto las torres del castillo se veían al final del camino resaltando por encima de todo en la ciudad.

—Cuando supe lo que ocurrió vine a buscarte al castillo, pero sólo me dijeron que Helge había salido de la ciudad a buscarte. Por suerte todos están demasiado preocupados por Lord Markus como para preguntarse dónde estabas.

—Se lo preguntarán, tarde o temprano.

—Mal día para desaparecer.

Albert hizo señal para continuar juntos el camino, pero Noah se negó.

—Ahora que lo mencionas, necesito que hagas algo por mí, y me temo que no gustará lo que voy a pedirte.

Albert frunció el ceño con curiosidad, aunque también con preocupación.

—No podré negarme, ¿verdad?

—Me temo que no. ¿Conoces la Posada de Umergut? —Albert asintió—. Consigue algo de ropa, medicina y vendaje limpio; encuentra a Hannah en la posada, tiene una herida en el pie, mira que esté bien y dile que iré en cuanto pueda, consigue un médico si ves que la herida sigue grave.

Aunque Noah no se lo dijo, Albert entendió que para poder afrontar lo que le esperaba al interior del castillo debía dejar de preocuparse por Hannah, y en eso consistía lo que le pedía.

—Entre todas las cosas que supuse que me dirías, no se me pasó nada semejante por la cabeza. —Albert suspiró con resignación, desvió la mirada un momento mientras pensaba antes de volver de nuevo sus ojos a Noah—. Lo haré. Creo que puedo hacerlo.

Su semblante cambió desde que mencionó el nombre de Hannah; Albert y ella no se la llevaban nada bien, era incompatibles y Noah lo sabía, pero no tenía opción.

«Puedo hacerlo» repetía Albert para sí mismo.

—Al, espera —dijo Noah—. Eres un gran amigo.

—Dime algo que no sepa —respondió indicándole a su caballo que avanzara por el camino en sentido contrario.

Las Sombras del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora