Capítulo 8

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Mil emociones entremezcladas rasgaron a través de Peat cuando alzó la mirada a Fort con un entendimiento que ardió crudamente. Había sido el bebé que nadie quiso. El bebé al que le prohibieron ver a la única persona que le había querido.

Su madre.

Sabía por propia experiencia cuánto daño hacía no tener una madre. Cuantas veces en la vida le había dolido esa pérdida. Cada vez que había visto a una madre con su hijo, sin tener en cuenta la edad, y se abrazaban, o aunque sólo se rieran juntos...

Cuando se había acercado a las residencias de estudiantes del colegio y había visto a sus compañeros de clase con sus familias, sus madres con regueros húmedos que brotaban de sus ojos en las despedidas y cómo les deseaban suerte con sus clases. Graduaciones, cumpleaños, fiestas de promoción...

Todas las ocasiones familiares.

Y aquellos malditos y tiernos anuncios televisivos familiares...

Siempre la herían hasta los huesos, porque era un choque brutal y claro de lo que se perdía. De lo que carecía su vida. Cuando había una verdadera relación entre madre e hijo, no existía nada más fuerte que eso. Ningún mayor amor o sacrificio. Eso era lo que Fort había querido decir cuando hablaba de Apollymi y de que destruiría todo para evitar la muerte de su hijo y por qué no podía entender esa clase del amor. Eso era lo que debería sentirse por un hijo, lo que debería sentir una verdadera madre.

Su hijo debía ser su mundo.

Y cuando no se tenía ese vinculo, no había mayor miseria. Dejaba un agujero en tu corazón y un deseo interminable que era indescriptible porque sabías que otros sí lo tenían. Lo veías constantemente. Por todas partes. Y te preguntabas por qué tú estabas exento de tener alguien que te amara así.

¿Por qué eran tan malditamente afortunados?

En su caso, había conocido a su madre durante al menos un breve periodo de tiempo. Tenía recuerdos de su madre sosteniéndolo en sus brazos y meciéndolo siempre que se sentía mal, de su madre borrándole los restos de lágrimas y cantándole nanas mientras le colocaba paños calientes de Vicks vaporub en el pecho cuando estaba enfermo. De besos y abrazos que se daban sin necesidad de motivos, sin restricciones. De colocar la mano dentro de la de su madre y sentirse seguro en un mundo que rara vez era amable con el inocente.

Pero sobre todo, se había sentido amado de manera desmesurada cada vez que su madre lo había mirado.

Y era por eso mismo que odiaba tanto el Día de la Madre, lo odiaba con una pasión que quemaba como el fuego o el sol. En todas partes donde miraba, semana tras semana, era un recordatorio vicioso de que ya no tendría una madre a la que comprar un regalo. Nadie a quien llamar. Ni una mujer a quien decir: "gracias por estar allí, mamá". Mientras esto era un gran recordatorio para los que tenían una madre que los amaba y que todavía podía estar con ellos, era un brutal asalto para aquellos que la habían perdido. Sólo podía imaginar cuántas veces peor sería para alguien como Fort que no tenía el concepto de cómo una verdadera madre podía ser. De no saber que había alguien en esta tierra que mataría o moriría por ti sin reservas o vacilaciones.

Y sabía exactamente lo afortunado que era. Había tenido dos madres que lo habían amado y cuidado. Dos mujeres que lo hicieron sentir que lo era todo para ellas.

Su mamá y su abuelita. Aunque se hubieran ido, su amor vivía dentro de él, le daba fuerza y coraje hasta el día de hoy. Y aun así no estaba solo. No realmente. Tenía a su tía Starla, a la que llamaría y comprobaría como estaba. Y gracias a su risa, no importaba cómo de mal su día hubiera ido. Starla estaba emparentada con él sólo por el vínculo del matrimonio, pero siempre había tratado a Peat como a su propio hijo.

˗ˏˋ 23 FortPeatˎˊ˗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora