Capítulo 20 "La mentira"

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Era Domingo, por lo que decidimos tomarnos el día libre.  No queríamos despegarnos, y aunque comenzábamos ya a sentir hambre, tampoco teníamos ganas de salir. Nos gustaba ser "solo nosotras". Reír a carcajadas, besarnos a cada dos por tres sin que nadie molestara, y volver a hacernos el amor. Era como estar flotando en una nube sin el menor deseo de regresar a la tierra. No lo habíamos dicho, pero había más que un simple gusto entre nosotras. Más que atracción sexual, más que química. Me estaba enamorando de Tania de la manera más pura y genuina. Cada minuto que pasaba junto a ella se apoderaba más de cada rinconcito mío. Y podía sentir que a ella le estaba pasando lo mismo. Lo podía ver en sus ojos, lo palpaba en sus labios, hasta en sus silencios.
La idea de que realmente tuviésemos algún lazo con Isabel y Alika nos fascinaba. Y jugábamos a ser ellas a ratos, imaginando estar en otra época, viviendo aquel amor prohibido a escondidas.
Pedimos un par de pizzas a domicilio, refrescos y unos cafés. Necesitábamos recuperar fuerzas si queríamos llegar con vida al final del día. Y no, de ninguna manera deseábamos que terminara.
Luego de ducharnos juntas, mientras ella se terminaba su pizza y parte de la mía, nos recostamos en el sofá para leer un poco más del diario. Esta vez también lo haría yo en voz alta.

      
                           7 de septiembre de 1875

"Hoy es un día triste. El cielo llora por mi, porque ya me he quedado sin lágrimas. ¿Dónde estaba Dios hoy? Ese Dios de mi padre, de todos los que honran su nombre. ¿Dónde estaba cuando mi madre se retorcía de dolor en esa cama? Dice mi padre que ahora está en un mejor lugar, que ya llevaba mucho tiempo luchando con esa enfermedad, que merecía descansar. Mas su lugar era aquí, con sus hijos. Mi hermana no quería marcharse del cementerio, sus gritos no se me van de la cabeza. Aún no sé cómo pude lograr que se quedase dormida. Aún no sé cómo dormiré yo. Pues ni siquiera tengo un abrazo de Alika para aliviar este dolor que me hunde el pecho. Es su amor lo único que me hace desear seguir respirando. Le pido a ese Dios, si realmente existe que nunca me la arrebate, así como me quitó a mi madre. No lo soportaría, no sería capaz de vivir sin ella."
  

  Aquella lectura solo me dejó tristeza.  Sentía el dolor de Isabel como mío, como si en sus palabras revelase mi propio dolor. Y tampoco podía imaginar ya, mi vida si Tania no estaba.
Le bastó mirarme un instante para saber cuánto me había afectado aquel texto.
Era uno de esos momentos en el que sobraban las palabras. Me abrazó por un buen rato, sin decir nada, como si supiese que me era suficiente su pecho para llorar y sacar todo lo que guardaba dentro. Sin preguntas, solo mi llanto y su silencio.

Allí en sus brazos, bajo sus caricias, había logrado hacer que me quedara dormida por un buen rato. Abrí los ojos y me miraba sonriendo con una ternura que me iluminó por dentro.

     — Parecías una bebé - me dijo acariciándome el pelo- No quería ni moverme para no despertarte.

    — Gracias. - le dije rozando su mejilla.

    — Solo tengo el cuerpo entero entumecido...pero no es para tanto – bromeó revirando los ojos.

    — No lo digo solo por cuidarme el sueño - le dije sin perder el contacto con su mirada –, te digo "Gracias" también por aparecer en mi vida, por darle colores nuevos, matices que no conocía. Gracias por devolverme las risas, por ser mi refugio en el llanto. Gracias por estar.

  Pude percibir emoción en su rostro. Una pequeña lágrima rodó por su mejilla a toda prisa y se disipó al caer en la comisura de sus labios.
De inmediato giró la cabeza y limpió el rastro húmedo con la mano, como si intentase ocultarlo.

    — Uffff! Me cayó algo en el ojo - bromeó sonriendo.

    — ¡Ven! Que tengo un remedio para eso - le dije tomando su cara, llenándosela de besos. Tantos como fui capaz mientras ella reía a carcajadas.

Algo tan simple como el eco de su risa, se había vuelto indispensable para mi. Hacerla reír me llenaba de paz. Su felicidad me hacía sentir plena, porque adoraba cada curva de su cuerpo, pero ninguna me generaba una satisfacción tan inmensa como lo hacía la curva de su sonrisa.

Escuché sonar entonces mi teléfono celular, sacándonos de "nuestro idilio". No iba responder. No quería que nada nos arruinase el día. Pero seguían insistiendo y Tania me alentó a que tomase la llamada alegando a la posibilidad de que pudiese ser algo importante.
Fui hasta la mesita de centro y lo levanté. Sentí como una punzada en el pecho que se pasó a mi estómago en cuestión de segundos, al ver el nombre del "Dr. Triana" en la pantalla. Fue como regresar a ese día, cuando supe que había llegado el final para "ella", para mi madre. Dudé un segundo, hasta que por fin descolgué la llamada.

        — Disculpa que te moleste Zoe, sé que es Domingo y debes estar descansando - escuché su voz grave al otro lado.

Inhalé aire y traté de disimular mi angustia todo lo que pude para responder en voz baja.

        — No se preocupe ...¿pasó algo? - dije asustada.
No imaginaba qué podría hacer que se tomase la molestia de llamarme un Domingo a las 5 de la tarde.

     — No quiero alarmarte ni mucho menos, pero estaría bien que mañana a primera hora vinieses a mi consulta. De momento es solo rutina, pero no dejes de pasar a verme por favor.

    — Mmmnh - se me agolpaban miles de pensamientos a la vez - Sí, sí...allí estaré sin falta. Que tenga buen día.

Y colgué la llamada. Volteé a ver a Tania que volvía de la cocina sosteniendo un vaso con agua. Fingí una sonrisa, tratando de aparentar total normalidad. Me sudaban las manos y el corazón me palpitaba asustado.

      — ¿Quién era? - me preguntó caminando hacia mi - ¿Todo bien?! - me miró como si me analizara.

       — Sí...todo bien - mentí. – Era Vivian para avisarme que ya mañana te podremos hacer el pago por lo del servicio de catering de anoche...— y forcé otra sonrisa evitándole la mirada.

Arrugó la frente como solía hacerlo cuando desconfiaba de algo y arqueò una ceja.

        — ¿Estás segura que fue solo eso?! - volvió a dudar. — Si Sandra siguiera molestando, me lo dirías ¡¿verdad?! No quiero que nos ocultemos nada, Zoe. Me puedes decir lo que sea.

Juro que una parte de mi deseaba decirle la verdad. No quería que ni la más mínima duda empañara lo que teníamos, pero la otra parte me obligaba a callar. Lo menos que quería en ese momento era despertarle preocupaciones, ni avivar las mías. Quizás lo que el Dr. Triana tenía para decirme no sería trascendente y todo quedaría en "nada". Así que decidí sostener la mentira, al fin y al cabo ya estaba dicha.

Cuando las Almas se encuentran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora