Una Réplica del Alma

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Axel suspiró para calmarse. La rabia se estaba apoderando de él, pero no quería montar una escena.

—Ya se lo he dicho a tu empleado —dijo con calma—, vuestros clones son una mierda.

La mujer, mayor y asiática, lo miraba con desdén, como si estuviese tratando con un niño pequeño. Axel frunció el ceño y se rascó la frente en señal de frustración.

—En el contrato —siguió tras suspirar de nuevo—, se especifica claramente que ofrecéis dos años de garantía.

—¿Y cua es el poblema? —contestó la mujer con un marcado acento asiático.

—Pues que ninguno de vuestros clones dura más de seis meses —repuso Axel—. El último ha aguantado 5 meses y medio, pero tenía garantía para tres años.

—No la cuidala bien. Nosotlos no nos hacemos calgo de eso.

—¡¿Qué no la cuido bien?! —exclamó Axel airado. La señaló con el dedo directamente a la cara y dijo—: La voy a denunciar. Es una vil estafadora que se aprovecha de la gente.

—Haga lo que quiela —contestó la mujer con tranquilidad—. Pelo aquí no engañamos a nadie.

Axel la miró con desprecio. Sintió un deseo inhumano de quemar la tienda hasta los cimientos, pero en su lugar, se dio la vuelta y se fue.

Tanto él como la dueña sabían que no habría denuncia; simplemente esperaría unas semanas, hasta que se le pasase el enfado, y volvería para comprar un nuevo clon. Tenía las manos atadas, y Axel lo sabía.

Aquel era el único lugar en toda la ciudad en el que vendían clones baratos. Y su necesidad de estar con ella era mucho mayor que su orgullo. De hecho, lo había perdido hacía tiempo, cuando se convirtió en un adicto a los clones.

Aun así, no quería volver a la tienda todavía. La mujer se reiría de él con razón. Se detuvo para encender un cigarrillo y reanudó la marcha sin rumbo fijo. Atardecía en Boullosa y los dorados tonos que cubrían el horizonte ayudaron a rebajar su malestar.

Caminó hasta el parque y ocupó su banco favorito, situado frente a la enorme fuente de agua erigida en el centro. Desde que Bea murió, la vida real había perdido su esencia. Incluso aquel lugar, tan querido por Axel en el pasado, no le producía ningún sentimiento, solo indiferencia.

Gacias a los clones, conseguía traerla de vuelta, y vivir en su fantasía, pero eso solo empeoraba los momentos de duda y soledad. Se terminó el cigarrillo con la decisión tomada. Volvería a la tienda a por un clon, aunque la insoportable dependienta se riera en su cara.

—Puedo interrumpir tus pensamientos —dijo de pronto una voz femenina. Una mujer misteriosa, vestida con gabardina, se sentó junto a él. Tenía la piel pálida y los ojos claros, muy distinta a Bea.

—¿Quién eres?

—Eso no importa. —La mujer sonrió mostrando una dentadura perfecta y miró a Axel con preocupación—. Te veo un poco triste.

—No es muy educado hablar con un desconocido sin presentarte primero. —Axel se tranquilizó, se recostó en el respaldo del banco y observó la fuente que tenía delante. Con aquella interacción podría retrasar el momento de volver, para justificar su enfado con la dependienta—. No requiero de tus servicios, gracias.

—¿De qué servicios hablas? —preguntó la mujer confusa—. Todavía no te he dicho nada.

—¿No eres una Biochic?

—No, claro que no —respondió indignada—. Yo quería hablarte de otra clase de servicio. Te interesa oírme.

—A ver, cuéntame, ¿qué intentas venderme?

Voces del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora