El Pecado tiene Nombre

144 29 25
                                    

Sam echó una mirada por encima del hombro y vio que el individuo salía del Capas y se dirigía hacia donde él estaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sam echó una mirada por encima del hombro y vio que el individuo salía del Capas y se dirigía hacia donde él estaba. No había ninguna duda de que el hombre le estaba siguiendo. Había reparado en él diez minutos antes, con expresión de no estar completamente seguro, aunque sí lo suficiente para que apurase su vaso rápidamente y saliera del local.

Al llegar a la esquina, Sam inclinó el cuerpo hacia delante y cruzó la Avenida de la Habana con paso vivo. Pasó frente al Rincón y se preguntó si podía tentar a su suerte entrando a tomar otra copa, aunque tal vez lo mejor sería dirigirse a la calle Ervedelo y tratar de despistar a su perseguidor escondiéndose en algún portal. Optó por entrar en el Rincón de Lala.

Ocupó uno de los taburetes situados frente a la barra y se quedó mirando la puerta en actitud de desafío, aunque con cierta indiferencia.

—Un cuba libre por favor —pidió al barman.

Sam se preguntó si aquel tipo estaría solo; siempre mandaban a un grupo entero a buscarle. Desde luego no tenía la apariencia de uno de ellos, más bien parecía un hombre de negocios, bien vestido, bien alimentado, con el pelo negro echado hacía atrás con gomina y un cierto aire de seguridad en torno a su persona. Se dijo que, en un caso como el suyo, tal vez mandaban a tipos como aquél, capaces de entablar conversaciones en un bar y luego, el momento más inesperado, posar una mano en su hombro y decir en voz alta:

Sam Rivero, tiene que acompañarnos.

Siguió atento a la puerta y vio que el hombre entraba en el bar y miraba a su alrededor. Tras unos segundos, se dirigió a la barra. Sam se quedó mirándole como hipnotizado, incapaz de moverse, arrepintiéndose de haber entrado en el Rincón. En el instante en que el hombre abría los labios para hablar, Sam sintió una punzada de dolor en la cabeza.

—Me llamo Diego Navin, ¿es usted Samuel Rivero?

—Sí.

El hombre le tendió la mano.

—¿Le importa si me siento?
Sam negó con la cabeza e hizo un ademán con la mano, ofreciéndole el taburete vacío. El hombre sonrió y ocupó el asiento contiguo.

—¿Cómo te has escapado de Sebastián?

—¿Sebastián? ¿Quién es ese?

—Ya sabes quien es, no te hagas el tonto —contestó Diego con enfado—. Sebastián Robledo.

—No sé de que me estás hablando.

Sam vació su vaso, se incorporó y dejó sobre la barra la cantidad justa para pagar su consumición. El camarero lo observó con preocupación, pero dejó que se fuera y continuó limpiando los vasos. Al salir del Rincón, atravesó la Plaza Mayor y se detuvo frente al escaparate de una tienda de dulces. No había nadie a su alrededor y la mayoría de locales estaban cerrados.

—Me subestimó —dijo Sam, cuando Diego se colocó a su lado. De pronto, una mujer horonda que pasaba por allí se acercó a ellos. Se colocó junto a Sam, y observó el escaparate con la misma expresión de deseo.

Voces del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora