El Secreto de Enzo

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Enzo se encuentra en una cafetería, rodeado de amigos y familiares

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Enzo se encuentra en una cafetería, rodeado de amigos y familiares. Es su cumpleaños, y está muy contento. Sin embargo, enseguida nota cierta tensión en el ambiente, como si todos supieran algo que él no. A medida que la conversación avanza, las miradas de reproche y desilusión se posan sobre él, aunque no comprende por qué.

Intenta disculparse, explicar que no fue culpa suya, pero sus palabras se desvanecen en el aire sin lograr llegar a nadie. La sensación de culpa y angustia lo abruma mientras se encuentra cada vez más aislado en medio de la multitud.

Finalmente, con un escalofrío repentino, Enzo se despierta.

Son las siete y media de la mañana, lo corrobora con el reloj que tiene en la mesilla de noche. Le duele la cabeza y siente un extraño vacío en el estómago, parecido a tener hambre, aunque más desagradable aún. Se levanta, y después de una ducha, empieza a vestirse para ir a trabajar. Bueno, más bien ayudar a sus padres en la lavandería que regentan.

El todavía va al instituto, pero en verano, se pasa la mayor parte del tiempo en la pequeña lavandería, ayudando o viendo cosas en su móvil para matar el tiempo. Por las noches se junta con sus amigos y juegan al escondite o pasean por el pueblo sin rumbo fijo, recordando viejos tiempos o planeando el futuro.

Lleva varios días sintiéndose mal, con sueños como aquel que perturban sus horas de descanso. Aun así, es joven y su cuerpo soporta bien la falta de sueño. También ha bajado de peso, no de forma excesiva, aunque si preocupante, porque lo ha perdido en cuatro días.

De hecho, todo empezó el pasado fin de semana, cuando Enzo llegó a casa tarde y con feas heridas en brazos y piernas. Se las curó sin decírselo a sus padres y los días posteriores, a pesar del calor, usó sudaderas y chaquetas de manga larga, para que no se las viesen.

Incluso su personalidad ha cambiado. Enzo solía ser risueño, bromista y alegre y, de la noche a la mañana, se ha convertido en alguien callado, serio y desagradable.

Sale de casa con cierta desgana, con feas manchas bajo los ojos y una palidez excesiva, incluso para él. Llega al trabajo a tiempo para tomar el café que su padre le trae del bar. Está allí durante cinco horas, y a las dos de la tarde, él y su madre van a comer.

—¿Qué te apetece? —le pregunta su madre con entusiasmo.

—No te preocupes mamá, ya lo preparo yo —contesta Enzo sin ánimo.

Coge una sartén y se prepara dos huevos fritos.

—¿Solo vas a comer eso? —Enzo asiente—. ¿Seguro que no quieres que te haga una patatas? ¿O algo de carne?

—No, mamá —dice Enzo fríamente—. Así está bien.

Su madre quiere insistir, pero sabe que es inútil, así que desiste. Enzo come en silencio y al terminar se va a su habitación.

Voces del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora