Capítulo VIII

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POV KARA

Mi aliento se convierte en hielo en mis pulmones al verla en el brazo de un hombre que no puede ser confundido con nada más que de la realeza. Él es la riqueza, donde yo soy pobre. Él es elegante y guapo, donde yo soy tosca y fea. Se adaptan perfectamente y me gustaría arrancarle todos sus perfectos dientes y colgarlos en un collar.

Camino a la derecha y a la izquierda en la entrada de la gran sala, la agonía me parte los huesos. Quizás debería haber renunciado a mi puesto tan pronto como llegáramos a palacio, pero ninguno de los hombres con los que me reemplazarían son lo suficientemente buenos para protegerla.

Y así será para mí por un tiempo más. Esta tortura tendrá que ser soportada.

Respiro hondo y voy tras Lena y el Príncipe Oliver.

Su fragancia se extiende por el aire y se enrosca en mi nariz, como flores salvajes, y gimo dolorosamente, anhelando sentirla en mis manos. Ella se ha bañado desde que la dejé, se ha puesto un vestido claro de color crema, su pelo recogido en una trenza en su cabeza. Tan diferente a la de anoche, pero igual de impresionante. Se veía tan desolada en su trono. Solitaria. Me costó cada gramo de mi moderación no ir a ella. Abrazarla, mecerla en mis brazos y decirle que todo estaría bien. Porque no tengo derecho a decírselo cuando no estaré aquí para hacerlo realidad. No estaré aquí. Demonios, no tenía derecho desde un principio a meterme en su vida, a ponerle mis sucias manos encima, a llamarla mía cuando algo así nunca podría ser real.

Más adelante, Lena y Oliver entran en los jardines y toman el camino del sur hacia la densa cosecha de árboles, y no me gusta. Habría sugerido el norte, donde podrían permanecer en la luz. A la vista del palacio. Tampoco me gusta la forma en que Lena se mantiene tan rígida, y ¿Ese cabrón tiene que inclinarse cerca de su cara cada vez que hace un comentario? Ella puede oírlo muy bien sin la cercanía.

Se giran y se sumergen fuera de la vista en el camino y mi corazón se me sube a la garganta. Acelero el paso para volverlos a ver, y cuando lo hago, mi sangre adquiere la consistencia del fuego, el mundo se inclina a mí alrededor.

Oliver tiene sus manos alrededor del cuello de Lena y ella está luchando.

Por un momento, juro que estoy viendo cosas.

Mi cerebro me está dando una excusa para matar a este hombre que podría casarse con mi amor.

Pero la imagen permanece y no pienso más, simplemente corro, sangrando en mi visión, con miedo de que mi piel se vuelva húmeda. No desenvaino mi espada por la pequeña posibilidad de que puedan invertir posiciones en el último momento y en su lugar mutile a Lena. Soy más alta y lo uso a mi favor, golpeando al hombre que se atreva a tocar a la reina, tacleándolo hasta el suelo con mi armadura completa. Inmovilizándolo allí por el cuello. Detrás de mí, escucho a Lena respirar entrecortadamente y la ira desciende sobre mí como buitres.

—¡No! — Lena jadea, su mano rodeando mi muñeca —No sé quién es, pero no es el príncipe. Tenemos que interrogarlo—

Estoy temblando con la necesidad de cometer violencia. Para vengarla.

Las alimañas se retuercen debajo de mí, exigiendo que lo castigue. Pero no estoy hecha para ir en contra de los deseos de la reina. Es como si fuera incapaz. Así que, en cambio, doy la vuelta a mi espada y golpeo con fuerza la empuñadura en su cabeza, dejando al hombre profundamente inconsciente.

No se despertará durante horas.

Aprieto mis ojos cerrados. Temiendo su respuesta, pregunto con desesperación: —¿Estás malherida? —

—N...no—

Aun temblando con ira y miedo residuales, deslizo mi espada de nuevo a su sitio y me pongo de pie para enfrentarme a Lena. Cuando veo las lágrimas en sus ojos, no hay nada en la tierra que pueda evitar que me quite la armadura, la tire al suelo y la sostenga. Envolviendo mis brazos alrededor de su forma temblorosa y arrastrándola contra mi pecho —Ahora estás a salvo, amor. No puede hacerte daño. Ya no—

Una Gran ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora