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Lo miro, confundida. No entiendo por qué de repente parece tan convencido de lo que está a punto de decir.

La fiesta aún no ha terminado —dice, extendiendo su mano hacia mí—. Tampoco es demasiado tarde para hacer algo tonto.

—¿Qué estás insinuando? —Levanto una ceja, manteniéndome inmóvil.

Baila conmigo —dice, como si fuera lo más obvio del mundo—. Sé que es anticuado, es incómodo y probablemente ridículo. Yo también odio hacerlo, no creas. Pero si lo piensas bien, muy pronto todos estos idiotas volverán a sus vidas monótonas. Verán sus fotos y videos y se darán cuenta de que esta noche es única. Tal vez si lo intentas, hasta te diviertas un poco.

Lo miro, sin saber bien cómo procesar lo que acaba de decir. Es tan absurdo. Pero hay algo en su mirada que me hace sentir que quizás tiene razón. Después de un segundo que parece eterno, tomo su mano y accedo a bailar con él.

Caminamos entre las luces intermitentes, rodeados por personas que parecen moverse como si el mundo no existiera fuera de esta casa. Llegamos a un espacio libre, lo más cerca que estaremos de una pista de baile. Y justo cuando estoy a punto de arrepentirme, suenan las primeras notas de "This Charming Man" de The Smiths.

¿En serio? No sé si debería reírme o simplemente darme la vuelta. Pero no lo hago. Nos quedamos ahí, entre la multitud, mientras la voz de Morrissey se mezcla con el sonido de las risas y las conversaciones.

No sé cómo hacerlo —murmuro, sintiéndome un poco estúpida.

Si no me equivoco, es algo así —dice, tomando mi mano con una delicadeza que no esperaba, colocándola sobre su hombro. Luego, rodea mi cintura con el brazo que le queda libre.

No tengo tiempo para protestar, ni para pensar en lo raro que es todo esto. "Punctured bicycle on a hillside desolate", canta Morrissey, y por alguna razón, no me siento... incómoda. Algo en la melodía, en las palabras, o en la absurda seriedad con la que lo estamos haciendo, me hace sentir menos fuera de lugar.

Es extraño. Cuando entrelaza sus dedos con los míos, encajan de una manera que parece premeditada. Como si todo esto fuera un guión que alguien más escribió, y nosotros solo somos los personajes que tienen que seguirlo. Me río internamente; tal vez todo esto es el efecto del alcohol.

Nos balanceamos al ritmo de la canción. No es realmente bailar, pero tampoco importa. Es un tipo de baile que no requiere pasos ni coordinación, solo el estar ahí, en ese momento.

Eres terrible en esto —murmura él, apenas sonriendo.

Gracias —respondo con sarcasmo—. Tú tampoco eres exactamente Fred Astaire.

Trato de seguir el ritmo de la música, pero mis pies tropiezan con los suyos, y en cuestión de segundos, ambos terminamos hincados en el suelo frente al otro. Es patético. Y aún así nos reímos, como si el suelo fuera el lugar al que pertenecemos. Lo miro y sin pensarlo, dejo caer mi cabeza en su hombro. Es raro. No sé por qué lo hago.

Creo que nunca había hecho algo tan ridículo —susurro, más para mí que para él.

Siempre hay una primera vez para todo —responde, con esa sonrisa suya que parece desafiar todo lo que es lógico.

Nos levantamos sacudiéndonos el polvo como si eso limpiara algo más que nuestros cuerpos. El mundo a nuestro alrededor sigue en movimiento; la música, los gritos, las risas. Pero es como si de alguna forma hubiéramos encontrado una pequeña burbuja donde nada de eso importa. Es extraño, pero no incómodo.

Wallflower | Aidan GallagherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora