Una fría brisa arremetía contra su cuerpo, sus cabellos se mecían hacia un lado y sus mejillas rojas ya dolían, sin embargo, aquella coloración no se debía al desequilibrado clima que azotaba el día.
Las lágrimas caían una a una por su rostro, al principio era de forma silenciosa, luego sus sollozos y gritos desesperados se dejaron oír altos y desgarradores, aunque no había quien los oyera.
Sus manos temblorosas golpearon el suelo, impotentes, y la sangre dejaba pequeñas gotas en la tierra, a las cuales se les unían otras saladas luego.
Ese día lloró. Lloró alto y desconsolado. Dejó que todos los recuerdos de aquella hermosa persona se volvieran un recuerdo desgarrador en su pecho. Sostuvo aquel rosario contra su pecho en un intento de que calmara aunque sea un poco su dolor, pero no fue más que una ilusión.
"¿Por qué me dejaste solo?"
"¿Es este el precio a pagar?"
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El silencio reinaba en la sala de interrogación, en la silla frente a la única mesa del cubículo, con las manos esposadas en frente suyo y con cara de pocos amigos, un moreno de cresta desprolija paseaba la mirada por cada rincón del lugar. Se posó en el pequeño espacio que dejaba ver al pasillo tras la puerta ligeramente abierta.
— No vas a escapar, si es lo que estás pensando — la voz del guardia tras su espalda se dejó oír firme.
— Sería una pena, ¿no? —respondió sin cambiar su seria expresión— Apuesto a que perderías tu trabajo si me llegara a escapar.
— No estás en posición de hablar así— el agente dio un par de pasos hacia un lado, así tratando de ver al menos algo de la expresión del detenido— Te hemos atrapado —
—Estoy aquí por una amable invitación— Horacio dirigió su mirada solo un momento hacia aquel hombre, notando la frustración en su rostro abruptamente— No me interesa hablar contigo, no eres más que un perro de la poli.
Antes de que esa situación avanzara hacia ningún lado, fuertes pasos y algunos gritos provenientes de afuera se hicieron presentes. En el pasillo, dos hombres se acercaban hacia la sala de interrogación entre lo que parecía ser una pequeña riña.
Horacio tiró fuerte de sus esposas, dejando tirante la cadena que las unía al gancho metálico de la mesa. Sus ojos abiertos atentamente y la adrenalina recorriendo su cuerpo entero.
— Ahora sí que las cosas se están poniendo emocionantes— una sonrisa emocionada surcó su rostro— Ya quiero ver cara a cara al superintendente.
La puerta terminó de abrirse de un golpe tras la gran fuerza ejercida de aquel hombre que ingresó furioso a la sala de interrogación y se acercó directamente al detenido. Y ni siquiera tuvo que rodear la mesa, ya que la complexión y altura de su cuerpo fueron suficientes para acortar la distancia y sujetar a Horacio del cuello de su chaqueta y hacerlo ponerse de pie de un jalón grotesco.
Horacio sintió la potente mirada azul de aquel ruso fulminarle sin siquiera intentarlo. Su ceño fruncido y la forma en que sus manos apretaban con furia su prenda superior, eran indicadores del notable enojo en aquel hombre. Su respiración intensa provocaba que su amplio pecho subiera y bajara.
Por un momento, solo por un momento, el moreno casi le da importancia.
— Volkov, venga, tío, Conway nos va a echar la bronca— El hombre que entró con él, Greco, quiso sujetarlo y separarlo del detenido, pero no pudo debido al jalón brusco que dio para que no detuviera sus acciones —¡Tío, suéltalo!
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𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒐𝒅𝒊𝒐
FanfictionTras años de la desaparición del mafioso más peligroso del país, una nueva pista se presenta y el Cuerpo Nacional de Inteligencia, con el superintendente a la cabeza de la investigación, decide trabajar con la persona menos confiable para retomar el...