Capítulo 2.

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Respiró hondo. Sus pulmones llenándose de aire para luego dejarlo salir de a poco en un largo suspiro. Ya no gritó, ya no sollozó en alto, pero las lágrimas eran otro tema. Estas caían por sus mejillas sin contenciones y lograban enfriarle el rostro, dado que la brisa le golpeaba y le hacía sentir susceptible. Débil. Inútil. Sus puños cerrados con fuerza intentaban apaciguar siquiera un poco de todo lo que estaba sintiendo, de lo que estaba doliendo. Porque este tipo de dolor era diferente, era uno que nunca había sentido y que sentía que podría carcomerlo lentamente si no hacía algo al respecto.

Esa noche, entre las gotas saladas y el frescor del clima, una idea algo irreal se enlazó en sus pensamientos, dando así espacio a la duda.

"¿Cómo hago para arrancarme este dolor del pecho?"

Y una hipótesis.

"Supongo que ya no importa si te molestaras o no...".

"Ya no estás aquí, de todos modos". 


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Horacio ingresó a la habitación abriendo la puerta de un jalón, el portazo luego fue el claro indicio de su cabreo.

— ¡Joder! — exclamó en alto, para luego acercarse hacia las ventanas y cerrar las cortinas por completo, cerciorándose de que no se vea nada desde fuera — ¡Tenía que ser el puto CNI, tío! 

El rubio, que no había pronunciado palabra desde un comienzo, se incorporó ligeramente en el sofá, quedando sentado en la cómoda superficie a la vez que dirigía la mirada al recién llegado.

— Eso está jodido — Gustabo le hizo señas de que tomara lugar a su lado al palmear un almohadón junto a sí.

El de cresta se retiró su chaqueta y la arrojó al suelo, luego le hizo caso a su amigo y se acercó hacia él para luego sentarse a su lado en el sillón. Entonces notó que el rubio ya tenía un botiquín preparado en la mesa ratona de enfrente y le observaba con atención.

Jamás se acostumbraría al tipo de persona que era su 'hermano'.

Pronto, las manos de Gustabo se hallaban limpiando aquel rastro de sangre seca en el rostro del adverso y preparaba la medicina para aplicarle un poco y bajarle el dolor.

— No sé por cuánto tiempo estaré fuera — dijo el pelirrojo, logrando que el adverso detuviera sus acciones por un segundo. Luego continuó.

— ¿Qué hacemos nosotros? — consultó ahora García, atento a las palabras del de cresta.

— Seguirme el paso. El viejo dijo que me daría un móvil irrastreable, pero sabemos que es una trampa — el pelirrojo soltó un pequeño suspiro molesto — así que necesito ponerle un cebo del otro lado. Que siga un rastro que no lo lleve a nada.

— Vale, tendremos que rastrearte por nuestra cuenta, entonces — Gustabo dirigió ambas manos a tomar las muñecas del adverso y las acercó a sí. Luego comenzó a poner medicina en aquellos magullones y marcas rojas muy notables en la zona.

— Estoy algo preocupado, no creo que se den por vencidos y no sé muy bien en qué me estoy metiendo — el menor observó al rubio un momento, sin dejar pasar la atención que este le brindaba — Si no ideamos un buen plan, estamos jodidos.

— Bueno, tú lo dijiste. Hay que idear un buen plan y ya — le contestó García, sin mostrar preocupación alguna en su rostro — No debe haber margen de error.

𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒐𝒅𝒊𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora