Capítulo 6.

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Flashback:


Aquel lugar que recordaría toda su vida. El ambiente, el olor, la sensación de nunca estar a salvo, la ansiedad del próximo llamado, la urgencia por terminar de soldar la humanidad que le quedaba para que se fuera aquello asquerosa culpa que cargaría por siempre.

Horacio terminó de cambiarse y caminó hacia la otra sala con su camiseta en la mano, con el disgusto aún grabado en su memoria tras aquella nueva noche de ser lo que más odiaba. Se la colocó e hizo un gesto de molestia cuando terminó de acomodársela. 

Volteó para dejar la habitación pero allí estaba de pie observándole con atención. Su hermoso cabello rubio y largo estaba peinado en una prolija trenza que descendía por uno de sus hombros.

Sus iris azules tan puros e inocentes le observaban con detenimiento y pronto los gestos de su bello rostro mostraron un ceño fruncido.

— ¿Adónde crees que vas? — le preguntó Alexandra, enfrentándole cruzada de brazos y observando ligeramente hacia arriba, dado que era unos centímetros más baja.

— A dormir —  respondió Horacio con simpleza, aunque sin despegar su mirada de aquella delicada mujer que creía poder detenerle el paso.

— De eso nada, quítate la camiseta y déjame ver dónde estás herido — demandó ahora, convirtiendo rápidamente sus gestos en unos cargados de real preocupación.

— Es un golpe, no puedes hacer nada — musitó el moreno, que pronto dejó ver una suave sonrisa — Te lo juro.

— Horacio Pérez... —  le amenazó implícitamente, provocando que el adverso dejara oír una carcajada.

—  Joder, que eres pesada —  Horacio prosiguió a dirigir ambas manos a su camiseta y retirarla hacia arriba en un momento, así dejando su torso descubierto — ¿Ves?

— Eso no es un golpe, idiota — le recriminó Alexandra a la vez que se acercaba a observar aquel notable hematoma que el contrario tenía en sus costillas, del lado izquierdo — Eso es un balazo.

— Me dio en el chaleco, así que cuenta como golpe — el moreno le sonrió en intento de alegrar el ambiente, pero la mujer le dirigió una mirada de desaprobación.

—  Ven acá, chistosito.


Momentos después, los dos se hallaban sentados en el sillón de aquella misma sala, Alexandra terminaba de vendar el torso de Horacio con sumo cuidado y dedicación, así como el moreno podía sentir la calma que le transmitía a cada toque. Pero había algo mal, la mirada de la mujer se hallaba totalmente perdida en sus pensamientos. Y él la conocía lo suficiente para darse cuenta que algo le sucedía.

— ¿Estás bien, Al? — le preguntó con su voz apaciguada y buscando su mirada.

— Deberías preocuparte más por ti, Horacio — le contestó ella dubitativa, a la vez que terminó con lo que hacía y prosiguió a alcanzarle su camiseta al adverso en señal de que podía vestirse.

— En este momento me preocupas tú — el moreno recibió su prenda y no tardó nada en colocársela con algo de precaución, más que nada para no volver a ser regañado. Después dirigió su diestra hasta el rostro de Alexandra y elevó ligeramente su mentón para que le observara — ¿Qué sucede?

— No soy tonta, sé exactamente lo que hace mi padre, lo que... lo que te hace hacer — la mujer dejó salir su angustia de a poco.

— Sé que sabes, lo supiste desde el primer momento, cuando me curaste la primera vez — aportó el moreno, tratando de aligerar el peso de las palabras ajenas. Pero iban más allá de eso.

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⏰ Última actualización: Jul 31 ⏰

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𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒐𝒅𝒊𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora