Capítulo 2

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Adara 

1 día antes


El rostro de Joaquín refleja la misma expresión de preocupación que al inicio de nuestra conversación, y no parece más satisfecho que entonces. Sin embargo, sus labios se sellan y no dice nada más.

Con sus 74 años a cuestas, Joaquín, que ha ido reduciendo el flujo de sus conversaciones con el paso de los años, esta vez, lleva más de una hora esforzándose en mantener una conversación conmigo, solo por su nieta. Hoy me ha sorprendido pidiéndome que me siente para hablar de un asunto. Su hijo murió hace dos meses junto a su nuera en un accidente automovilístico, dejando huérfana a una niña de tan solo 11 años y a su hermano mayor, un año más grande que yo, quien está luchando por la custodia de su hermana. Me está pidiendo ayuda como trabajadora social. Piensa que mi experiencia en el centro de protección de menores del pueblo, aunque tenga 24 años y solo lleve un año trabajando en él, puede ayudarlos, sobre todo ahora que su nieta será trasladada allí mientras se resuelve la cuestión de la custodia.

—Lo intentaré Joaquín. Te lo prometo, —le aseguré con sinceridad–— pero el proceso está fuera de mi alcance; solo pueden intervenir los profesionales involucrados en el caso.

Él no contesta, y tampoco hace falta, porque su mirada, a pesar de la profunda tristeza que la tiñe, muestra agradecimiento, solo por el hecho de escucharlo.

Le aprieto la mano en señal de apoyo y con el corazón en un puño por verlo derrumbado, pidiéndome ayuda, y no saber si se la podré dar. Me levanto del sofá de su salón y salgo de casa de mi vecino.

Paso por delante de su cochera, donde solía sentarme a su lado en una vieja silla. Lleva dos meses cerrada. Joaquín viajó a la ciudad el mismo día que murió su hijo y su nuera, permaneció allí un mes junto a sus nietos y, desde que regresó, tan solo lo he visto 3 o 4 veces en las que he ido a visitarlo o a llevarle comida junto a los abuelos y mamá.

Tras pasar las cuatro casas que separan la casa de Joaquín de la mía, entro a casa y voy directa al salón mientras me quito la chaqueta. A pesar de que las temperaturas están subiendo poco a poco, marzo sigue siendo un mes frío en Danasia.

Al entrar en el salón, encuentro a la abuela sentada en uno de los dos sillones rojos que tenemos junto al sofá del mismo color, y ella entabla una conversación nada más verme mientras el abuelo y mamá preparan la mesa. 

—Ya nos estábamos preocupando, hoy has estado mucho rato.

   —Joaquín quería comentar conmigo un asunto relacionado con sus nietos. —comparto con ellos.

—¿Otra vez problemas con la custodia? —pregunta mi abuela, frunciendo el ceño.

—Sí, parece que están cuestionando que su hermano mayor pueda cuidarla —respondo, tomando asiento junto a ella.

—Es una pena que las cosas sean tan complicadas —dice mamá, trayendo los platos a la mesa—. ¿Qué va a pasar con la pequeña?

—Aún no está claro —suspiro—. La trasladarán al centro de menores mientras se resuelve el caso.

—¿Y Joaquín? —pregunta el abuelo, hasta entonces en silencio, tomando la palabra en favor del que lleva siendo su amigo toda la vida. — Si el muchacho no puede obtener la custodia, pueden dársela a Joaquín. 

—Joaquín es demasiado mayor para que le concedan la custodia. —respondo, sabiendo que la edad avanzada del abuelo lo descarta como posible tutor. — Voy a intentar reunir la mayor información posible sobre el caso para poder guiarlos, pero yo no puedo interceder por mucho que quiera.

     Después de comer con los abuelos y mamá, me doy una ducha rápida y me preparo para ir al centro de menores. Aún falta mucho para que comience mi turno, pero quiero llegar lo antes posible para poder estudiar el caso de Joaquín con tranquilidad.

Voy caminando hacia el centro de menores por las verdes y estrechas calles de Danasia, no tardo más de 15 minutos en llegar. Es un pueblo pequeño, por supuesto, si nos enfocamos solo en la zona edificada, ya que si nos adentramos en su mágico sendero y en el que, para mí, es el lago más especial del mundo, la percepción de su tamaño cambia por completo, no porque estos sean demasiado extensos, sino más bien por la vida que aportan a quién allí se encuentre.

Al llegar al centro me quito los auriculares y paso de inmediato a la oficina para comenzar con el caso de Joaquín. Reviso meticulosamente cada detalle que tengo sobre el caso, pero sin los documentos, estoy en un callejón sin salida. Joaquín me ha comentado que su nieto, Ethan, me los entregará mañana cuando llegue al pueblo.

A medida que analizo el caso, me doy cuenta de su complejidad. Hay tantas variables, tantos factores que pueden influir en el resultado final que no estoy segura de serles útil, y eso me frustra tanto que consigue dejarme una sensación de pesadumbre durante el resto del día.

Cuando llega mi turno echo un vistazo rápido a la ficha del nuevo niño que ha llegado hoy al centro, Declan Callahan, y a la de las dos nuevas niñas que ingresarán esta semana, una de ellas, Kiara O'Malley, la nieta de Joaquín.

Lo primero que hago al terminar de leer las fichas es dirigirme a ver a Declan, el cual se encuentra en el borde de su cama sentado. Es un niño de 6 años, rubio, aparentemente tímido y asustado. Me acerco y me agacho hasta quedar a su altura para dirigirme a él con la mayor cercanía posible.

    —Hola, tú eres Declan ¿verdad? —le digo intentando dejar a un lado la desazón que me ha causado el caso de Joaquín para poder transmitirle al niño toda la tranquilidad que pueda.

Declan solo emite un leve asentimiento de cabeza y yo le pido que me acompañe a mi oficina mientras le ofrezco la mano.

Al llegar a la oficina, Declan se sienta en el pequeño sofá violeta que hace juego con las flores frescas que siempre tengo esparcidas por la oficina, y yo me siento en el sillón de igual color que se encuentra al lado. No es una oficina muy amplia, pero sí lo suficiente como para poder tener un pequeño sofá y un sillón donde poder hablar con los niños de una forma mucho más cercana. A pesar de ser un espacio pequeño y en el que no sobra mucho espacio, es tan acogedor y agradable que consigue que los niños se sientan tan agusto que les guste estar aquí. Comienzo a hablar con él e intento obtener la mayor información posible para detectar sus necesidades, pero al ser su primer día soy consciente de que no voy a conseguir mucho y no voy a presionarle, respetar los tiempos de cada niño y la confianza que ellos quieran ofrecerte en cada momento es fundamental. 

Declan está aquí porque su madre no cuidaba de él y hasta llegaba a ponerle la mano encima. Su padre, al parecer, los abandonó. En su colegio dieron la alerta al ver al niño siempre descuidado y en ocasiones con golpes en la piel.

Al final, lo acompaño al comedor para la cena. Mañana empezaré a trabajar en las actividades que ayudarán a Declan a integrarse.

Al volver a casa ceno rápidamente para acostarme temprano, mañana Joaquín me presentará a sus nietos y le prometí que pasaría por su casa para acompañarlos al centro.

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Próximo capítulo llegada de Ethan al puebloo.



Lo que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora