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Adara
Es domingo, el día de la fiesta mensual en el lago, un evento en el que todos los habitantes del pueblo nos reunimos para permitirnos desconectar de la rutina, el estrés y los problemas del día a día. Una vez al mes todo el pueblo se junta aquí para recordar la importancia de parar de vez en cuando el camino acelerado que los humanos nos hemos impuesto por miedo a no llegar a algún lugar que no tenemos muy claro, pero que creemos correcto, de frenar las prisas en las que nos hemos acostumbrado a vivir, de respirar profundo y permitirse disfrutar perdiendo la noción del tiempo. Y para que esto último se pueda cumplir, tenemos una norma, una única norma: no relojes una vez entras; esta es la manera que hemos encontrado en Danasia para dejar de ser esclavos del tiempo, aunque solo sea por un día. Normalmente, la ribera del lago se va llenando de colores, sonidos y aromas desde bien entrada la mañana.
Cuando llegas, el ambiente te envuelve de tal forma que crees no necesitar más que la tranquilidad de aquel momento, y en cierta parte, así es. Hay una energía vibrante que solo se puede sentir en estos momentos, cuando todos se reúnen sin importar la edad y las circunstancias. A lo lejos, se puede ver a los niños corriendo y jugando mientras los mayores están sentados en mantas y sillas, hablando y disfrutando de la comida casera que han traído para compartir. El sonido de una guitarra y el canto alegre de unas voces conocidas se entremezclan con el murmullo del agua, el canto de los pájaros y las risas.
Me acerco al centro del bullicio, llevando conmigo una cesta llena de galletas y pasteles que mi madre, los abuelos y yo preparamos anoche. La tradición dicta que cada familia traiga algo para compartir, y siempre es un placer para el paladar ver la mesa central llena de delicias preparadas con tanto amor.
—¡Adara! —escucho chillar a Lía.
Lía es mi mejor amiga. La conocí cuando llegué al pueblo siendo una niña tímida y callada. Ella era todo lo contrario a mí, Lía era una niña extrovertida que desprendía alegría y una energía efusiva por cada poro de su piel. Jamás perdió esas cualidades, en cambio, sí que me impulsó a mí a dejar atrás la timidez con la que llegué.
—¡Lía! —corro a abrazarla antes de dejar la cesta en la mesa. Llevaba una semana y media sin verla y es más tiempo del que solemos permitirnos estar la una sin la otra.
—¿Siempre tienes que ir tan guapa? —dice haciéndome dar una vuelta sobre mí misma. —¿Qué tal? ¿Cómo va todo en el centro?
—Bien, aunque ha sido una semana intensa con todo lo de los nietos de Joaquín.
—¿Ha venido al final? —pregunta refiriéndose a Ethan. Había estado hablando con Lía por teléfono y estaba al tanto de todo.
—Sí, están allí los tres. —le respondo señalando con la cabeza la mesa donde se encuentra Joaquín, sentado junto a sus nietos y escoltado por sus viejos amigos. —Voy a acercarme a saludar, ahora vuelvo.
Ethan y Kiara están un poco más apartados, observando el ambiente con curiosidad y me atrevería a decir que incluso con un poco de cautela.
—Hola —les saludo con una sonrisa.
—Hola, Adara. —responde Kiara con una sonrisa tímida, levantando la vista del lago.
Su hermano le imita el saludo aunque un poco más reservado.
—¿Has traído pasteles de limón? —pregunta Joaquín con tono divertido. Los traemos siempre porque sabemos de sobra que le encantan.
—¿Lo dudabas? —le respondo en el mismo tono y él sonríe.
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Lo que me llevó a ti
Teen FictionAdara trabaja en el centro de menores de un pequeño pueblo, donde ha encontrado estabilidad y tranquilidad. Su vida se cruza con la de Ethan, entre flores moradas y el agua clara de un lago, cuando él llega luchando por la custodia de su hermana pe...