Mereoleona irrumpió en el campo de batalla en una tormenta de fuego, con las llamas reflejándose en sus ojos y una sonrisa desafiante en su rostro. Su aura ardía con una intensidad que hacía retroceder incluso a los más valientes. Sin perder un segundo, señaló a Yosuga y exclamó con una voz que resonó como un trueno:
— ¡Oye, debilucho! ¡Te desafío a una batalla!
El aludido, al escuchar la provocación, apretó el mango de su katana con fuerza. Sus dientes rechinaron, y una chispa de emoción comenzó a bullir en su interior, como un volcán a punto de estallar.
Los espectadores, sintiendo el calor abrasador que desprendía la mujer de fuego, retrocedieron instintivamente varios pasos, buscando refugio de la intensa energía que emanaba de ella. Parecía que el mismo aire se incendiaba a su alrededor.
Sin dar tiempo a que Yosuga respondiera, Mereo alzó su puño envuelto en llamas y, con un salto impresionante, se lanzó hacia su presa cual felina en plena cacería. Yosuga reaccionó con una velocidad sobrenatural, desenvainando su katana para bloquear el ataque. El choque de sus fuerzas fue tan intenso que el suelo bajo sus pies comenzó a resquebrajarse y a temblar, como si la tierra misma temiera su furia.
El puño en llamas de la Mereo ejercía una presión descomunal, obligando a Yosuga a retroceder poco a poco. El espadachín de hierro plantó firmemente sus pies en el suelo, haciendo un esfuerzo titánico por mantenerse en pie ante la ferocidad de la leona ardiente. Sus músculos se tensaban como cuerdas al borde de romperse.
Fue entonces cuando Yosuga se percató de algo extraño: Al bajar la mirada, vio un camino en el suelo, dos líneas perfectamente marcadas que partían el adoquín de las callejuelas. Con asombro, se dio cuenta de que habían sido sus propios pies los que habían dejado ese rastro. La fuerza de la leona lo había arrastrado cientos de metros sin que él se diera cuenta, como si fuera una hoja llevada por una tempestad.
Ante tal revelación, Yosuga se quedó impávido, completamente impresionado por la hazaña de su oponente. Levantó la vista justo a tiempo para ver la sonrisa desafiante de Mereo antes de que ella le propinara una patada brutal en la barbilla, enviándolo a volar varios metros en el aire. La patada fue igual a un mazo gigante golpeando una campana, y el sonido resonó por todo el campo de batalla.