Ichika se movía con rapidez entre la multitud aterrorizada de enanos, cuyos gritos de pánico rasgaban en el aire, gritos de desesperación y angustia. La pelinegra, con voz firme y autoritaria, dirigía a los ciudadanos hacia el interior de Nogrod, buscando resguardarlos de la amenaza que se cernía sobre ellos. Sus movimientos, precisos y decididos, reflejaban su determinación por proteger a los inocentes y la vasta experiencia que poseía.
— ¡Por aquí! —clamó la Ryuzen, señalando la entrada de la ciudad subterránea con un gesto enérgico de su mano—. ¡Rápido, todos adentro!
Los enanos, con rostros pálidos y ojos desorbitados por el miedo, seguían las instrucciones de Ichika sin dudar. Se apresuraban hacia la seguridad de Nogrod, algunos tropezando en su prisa por escapar del peligro inminente, con las respiraciones agitadas y el sudor perlando sus frentes.
En medio del caos, Durin se acercó a Ichika con paso decidido. Su rostro, surcado por arrugas de preocupación, reflejaba la gravedad de la situación. Sus ojos, normalmente chispeantes de sabiduría, ahora estaban ensombrecidos por la angustia.
— Ichika —habló el líder enano con voz grave, posando su mano en el hombro de la espadachina en un gesto de advertencia—. Ese sujeto no es alguien normal. Es un demonio muy peligroso, el causante de nuestra separación del otro lado.
La aludida frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda ante las palabras de Durin. Su mirada se clavó en el enano, buscando respuestas, mientras sus dedos se cerraban instintivamente alrededor de la empuñadura de su katana.
— ¿Qué quieres decir? —inquirió la pelinegra, mientras sus instintos se encendían y se propagaban por su ser, como el fuego.
Durin exhaló fatigosamente, como si el peso de un terrible secreto lo agobiara. Comenzó a hablar, su voz destiló pesar y sus hombros se hundieron ligeramente bajo el peso de los recuerdos.
— Hace mucho tiempo, ese demonio sembró el caos en nuestro mundo. Fue él quien nos obligó a refugiarnos aquí, separándonos de todo lo que conocíamos —reveló Durin con tintes de amargura, al tiempo que sus puños se cerraban con fuerza a sus costados—. Tienes que tener cuidado, Ichika. No subestimes su poder —Durin inhaló y luego continuó—. Él estuvo presente en lo que se bautizó como: "la primera gran guerra de la humanidad" —explicó el líder enano—. Fue mi amigo Licht y los elfos quienes lo obligaron a retirarse, no sin antes maldecir Nogrod y enviarnos a otra dimensión, aislados del resto del mundo.
La Ryuzen asintió con determinación, comprendiendo la magnitud de la amenaza a la que se enfrentaban. Su mano se aferró con fuerza a la empuñadura de su katana, lista para la batalla, mientras su postura se erguía con resolución, preparada para el inminente encuentro.
Ichika escuchó atentamente cada palabra, absorbiendo la información y comprendiendo la magnitud de la amenaza que se cernía ante ellos. Con un gesto de agradecimiento, la pelinegra desenfundó su katana, cortando el aire en el proceso, para después sostenerla con firmeza en su mano.