IV - El padrino de la boda: Hasta que la verdad nos separe.

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Al entrar a su departamento fui directamente a sentarme en el sofá, mientras él iba a la cocina a por unas cervezas. Eso era algo que no podía faltar en su nevera. Luciano era el hijo del mejor amigo de mi papá, que también era su socio, se conocieron en la universidad y en su segundo año se les ocurrió tener su propio negocio. Y así fue como entre los dos fundaron la cadena hotelera que lleva por nombre Hoteles Lombinez, nombre que le dieron por la combinación de los dos apellidos. Luciano era el mayor y tenía una hermana de mi edad: dos años menor que él. A ella nunca le caí bien porque su deseo era que su hermano terminara casándose con su mejor amiga y desde que yo aparecí en sus vidas, simplemente decidió odiarme. Cada vez que iba a su casa se la pasaba tirándome leña y molestándonos, por lo que su hermano decidió mudarse a un apartamento apenas terminó la universidad.

Pegué un brinco al sentir que se sentó a mi lado. Estaba tan distraída que no me percaté de cuando llegó.

-Estás demasiado extraña hoy, amor. -Me acurruqué junto a él, escondiendo mi cabeza en su cuello-. ¿Estás segura de que te encuentras bien?

-Ya te dije que sí, amor, solo que el día de hoy a sido una tortura. Te juro que cuando comenzámos con los preparativos de la boda di por hecho que el vestido sería lo más fácil, pero la verdad es que ha sido horrible. Ni siquiera se le compara con el día que nos tocó la degustación de los pasteles. -Nos reímos-. ¿Recuerdas ese día? -Me separo para mirarlo a los ojos-. Todavía no logro comprender cómo fue que llegamos a tener una guerra de pasteles. -La carcajada de ambos fue mayor esta vez.

-Debo decir que todo fue culpa de tu hermana Emma. ¿En serio era necesario probar la «resistencia» del pastel? ¿A quién se le ocurre hacer como que lanza el plato para ver si la rebanada se queda pegada? ¿Era pastel o concreto lo que daríamos en nuestra boda? -De nuevo no aguantamos la risa.

-Pero la peor decisión fue hacer ese intento teniendo enfrente a tu hermana. -Él asiente, todavía riéndose-. Jamás pensé que fuera tan rencorosa -termino de hablar, secándome una lágrima que se había escapado por tanto reír.

A decir verdad ese fue uno de los mejores días que hemos tenido con respecto al estrés acumulado por los preparativos. Sinceramente no sé qué le pasó a mi hermana por la cabeza, si de verdad quería comprobar ese hecho o simplemente quería callar con un tortazo a la hermana de Luciano. Aunque me inclino por la segunda opción, pero hasta yo quería hacer eso, la muy hija de su mamá no paraba de criticar cada cosa que elegíamos, como si la que se casara fuera ella.

-¿Sabes?, me gusta verte así, relajada, sonriendo, sin que estés pensando en nada que te haga perder esa sonrisa. -Veo como poco a poco se va acercándo para unir nuestros labios en un beso que no va más allá de solo disfrutar el momento, de hacerme sentir querida, amada.

Al rato decidimos ir a dormir ya que era un poco tarde. Él tenía que levantarse temprano para ir a trabajar y yo para seguir con los preparativos de la boda. Presentía que ese día sería más estresante que el día en el que me gradué de la universidad.

A la mañana siguiente me despertó el olor a café recién hecho, así que decidí salir de la cama y tomar una ducha antes de bajar a la cocina donde seguro él se encontraba terminando de preparar el desayuno. Al bajar lo encontré ya sentado a la mesa, esperándome para desayunar juntos. A pesar de que estuvimos en silencio no se sintió incómodo, me encantaba estar con él. Cuando terminamos decidí lavar la loza. Estaba concentrada cuando se me acercó y me abrazó por la espalda.

-Ya quiero que este sea nuestro día a día. -No contesté, solo asentí, me dió un beso en el cachete y antes de irse agregó-: Ari, esta noche no podremos vernos, no recordaba que Max llegaba hoy.



Antología (1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora